¿OTRA REPÚBLICA?

El morado que sustituye al gualda de la bandera española se ha erigido en símbolo de rebeldía contra la Transición y el actual sistema político que gobierna nuestro país. El morado representa a una parte de nuestra izquierda, la más radical, antimonárquica y laica, que se rebela contra los estamentos privilegiados que antes con la dictadura y posteriormente durante todos estos años, ha defendido el sueño de una transición consensuada y pacífica hacia una democracia que protege ante todo el poder mediático, político y económico de aquella minoría continuista.

Pero tanto entonces, en 1931, como ahora, el magma que se concita alrededor de la bandera republicana resulta variado y diríamos que hasta incompatible. Nadie apoyaba entonces al rey y a su camarilla, ni los anarquistas, ni los militares, diríamos que hasta los propios monárquicos denostaban al monarca libertino, juerguista y corrupto. Socialistas, comunistas, liberales, fascistas, todos veían en la nueva república un campo abierto donde poder plantar su cosecha. Me sorprende que este régimen capaz de albergar tal disonancia se haya convertido en una imagen idealizada del reformismo o del cambio, incluso de la crítica al propio parlamentarismo bajo la proclama de una tercera república española.

Yo no admiro a la II República Española como modelo, ni como luz que debiera alumbrar nuestro actual camino hacia una democracia más intensa, igualitaria y participativa. La república que de facto se instaló en nuestro país fue un régimen muy conservador políticamente, que buscaba la modernización capitalista, acabar de arrostrar las rigideces económicas, culturales y legales que impedían el advenimiento de una economía desarrollada similar a la de otras potencias mundiales más avanzadas. Y ello, conservando la distribución de la riqueza heredada del pasado, bajo el disfraz de una legitimidad democrática que fuera capaz de acallar los deseos de justicia y de revolución de amplios sectores de la población española.

Como casi siempre ha ocurrido, ante la revolución pacífica que atestaba las calles el 14 de abril –y ante la que sí siento alegría y emoción- y la ausencia de un representante político, por la huida del rey, las élites económicas se posicionaron alrededor del nuevo régimen copando sus principales centros de poder. A excepción de los anarquistas, que representaban la mayor fuerza política del país, todos los demás partidos se organizaron para ocupar los principales sillones burocráticos, creyendo, tanto en la derecha como en la izquierda, que la mejor forma de cambiar el país consistía en gobernarlo desde el aparato estatal. Los posteriores intentos de golpe de estado de Sanjurjo, desde la derecha, y de Largo Caballero, desde la izquierda, atestiguan ese instinto estatista de ocupar a toda costa el palacio de invierno y desde la autoridad del aparato hacer avanzar a la sociedad hacia un ideal.

Uno de los principales elementos distintivos del nuevo régimen fue el deseo de regenerar España. No en vano, la mayor parte de sus nuevos miembros se criaron en los sinsabores del 98 y en toda esa corriente de renovación que a partir del interrogante sobre el ser de España intentó, a través de la educación de las masas, poder revertir el cortocircuito que en algún momento de nuestra historia nos convirtiera en un país atrasado e inculto. Ortega, Azaña y Fernando de los Ríos representan adecuadamente ese talante elitista, europeizante, que retrocedía ante el peligro de las masas y de la lucha de clases, y que cifró todas sus esperanzas de concordia social en la educación, en instaurar un sistema de adiestramiento social capaz de generar buenos ciudadanos modernos, obreros eficaces, burócratas bien formados, con independencia de cómo la riqueza se repartiera en el seno de la sociedad. El objetivo, por tanto, consistió en montar un sistema similar al francés, de escuela universal, obligatoria, centralista y laica, donde la vanguardia de la Institución Libre de Enseñanza aportó la experiencia, el concepto, los materiales y los criterios. Que el colectivo de los maestros y maestras republicanos fuera tan despiadadamente masacrado y perseguido por la dictadura, ofrece una idea palpable del escaso nivel intelectual, cultural y humano de estos servidores patrios, y del cierto éxito de la empresa. La modernización debía pasar inexorablemente por la educación, y fue precisamente este tema el que más sublevó los ánimos en el bando más ultramontano de la república. No fueron tanto las reformas económicas ni legales, sino la cultura, el estilo de vida abierta y moderna que empezó a difundirse por la España republicana y que ponía en cuestión el control social ejercido por la Iglesia y los sectores más reaccionarios.

No olvidemos, sin embargo, que una parte muy significativa del país militaba y simpatizaba con el anarquismo, alrededor del cual se había creado un entramado social de ayuda mutua y educación que desgraciadamente muchas personas aún desconocen, y sobre el que se quería montar una sociedad alternativa al Estado. Los anarquistas no deseaban realizar ningún tipo de revolución desde arriba, sino crear estructuras sociales que basadas en la cooperación y en la libre elección de sus miembros les permitiera organizar la producción y su bienestar de forma autónoma al margen del Estado. La República, para ellos y en sus inicios, también resultó ilusionante, pero por razones muy distintas a la de sus compañeros comunistas o socialistas; no porque cifraran esperanzas en la creación de un estado del bienestar, o en la creación de un marco legal adecuado para la expansión empresarial, la construcción de infraestructuras y la llegada de capitales extranjeros, sino porque esperaban que los nuevos gobernantes fueran a repartir el capital productivo de forma más igualitaria, que tanto a nivel de fábricas como de tierra, los medios de producción se pusieran a disposición de las personas, que el expolio que la Iglesia y la burguesía españolas habían realizado contra las masas trabajadoras fuera subsanado con un reparto más equitativo de la riqueza. No se aspiraba a la nacionalización que defendían los comunistas o los socialistas, sino a la gestión directa de la producción por asociaciones libres e igualitarias, la colectivización a la que sólo se pudo llegar allí donde la sublevación militar dejó al país “desamparado” de la coerción estatal republicana.

La república española siempre se posicionó contra los anarquistas, que recordémoslo, en aquella época significaba enfrentarse a la mayor parte de la población española. Los anarquistas quedaron así aprisionados entre unos y otros, luchando a favor del llamado mal menor, en un principio representado por una república burguesa que progresivamente se fue haciendo más estalinista. No olvidemos que el pueblo que pedía armas era fundamentalmente anarquista, y las demandaba porque ya no confiaban en que aquella república burguesa les pudiera defender, porque colegían, no sin razón, que la derecha republicana iba a pactar con Franco. Recuérdese que la república en guerra contra la dictadura también se enfrentó violentamente contra los anarquistas, y que para ello buscó el apoyo de la vanguardia del proletariado comunista al que soportaba Stalin con su dinero, sus “técnicos” y sus armas.

Los fascistas deseaban una república de orden en sintonía con la Italia de Mussolini, y en la que, a dios gracias, el rey ya se había quitado de en medio. Los conservadores, las derechas, procuraban nadar y salvar la ropa, tal y como diría su más fiel representante, el perenne presidente Alcalá Zamora “la monarquía se había suicidado y, por lo tanto, o nos incorporábamos a la revolución naciente, para defender dentro de ella los principios conservadores legítimos o dejábamos campo libre, en peligrosísima exclusiva a las izquierdas y a las organizaciones obreras.» Los republicanos de izquierda, los liberales, modernizar España, cambiar el sentido de la historia gracias a su política de élites alumbradas por la llama de la cultura. Los socialistas, que se debatían entre la socialdemocracia y el comunismo revolucionario, unas veces se arrimaban a los liberales y otras apoyaban la ruptura total y la dictadura del proletariado. La Republica fue el régimen parlamentario que albergó todo esta algarabía, al margen y casi siempre en contra del anarquismo mayoritario y en continua política de apaciguamiento de una Iglesia y un ejército que optaron al final por lanzar una guerra de exterminio y tierra quemada cuando las circunstancias internacionales se aliaron con la defección de liberales y conservadores en el bando republicano.

La II República fue un régimen parlamentario liberal que intentó circunscribir el conflicto político, económico y social entre las cuatro paredes del edifico de la Carrera de San Jerónimo, al despacho de los correspondientes ministerios, en diluir la lucha de clases en la educación pública universal: salvando las distancias, y en virtud de la diferente realidad en las que se fraguaron ambas constituciones -la de 1931 y la de 1978-, de forma similar al régimen representativo que tras la Transición sucedió al franquismo. Por tanto, no entiendo qué elemento de novedad puede ofrecer el modelo de la República española al corrupto régimen democrático actual. Tanto la reacción conservadora que «encauzó» la proclamación popular republicana, como el proceso de la Transición española, resultan similares en los objetivos, pero también en su esencia, en buscar un consenso alrededor de unas normas de funcionamiento que permitan mantener el reparto desigual de la riqueza y expandir el capitalismo.

Realmente, la supervivencia de aquella república fue dramática. Pero aquello que pudiera convertirla en símbolo de democracia y justicia no creo que fuera algo nacida de ella misma, sino de la perversidad y aterradora política de exterminio proclamada y llevada a cabo por sus enemigos, de ese bando totalitario y sanguinario al que se tuvo que enfrentar.

 

10 respuestas a “¿OTRA REPÚBLICA?

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  1. Estoy de acuerdo con tu lectura de la II República española. No así con qué significa hoy el uso de la tricolor y la referencia republicana. Sinceramente, creo que la tricolor fundamentalmente expresa hoy el creciente nacionalismo de la generación por debajo de los 45, es decir, el enésimo intento/deseo de suplir con el estado la ausencia de la responsabilidad y el verdadero sentido de autonomía que el tejido social de aquella CNT reflejaba y construía (cooperativas, ateneos, etc.). Cuando veo una tricolor no veo más que una bandera nacional con toda la estrechez mental que significa y el futuro de control que promete, no un proyecto de transformación pacífica y democrática. Claro que cuando me encuentro hoy banderas rojinegras o negras y me acerco a escuchar, solo encuentro debajo discursos izquierdistas bien de clase alta, bien descompuestos, casi paródicos muchas veces, rarísima vez una expresión de autonomía casi nunca una mirada sobre la relación entre poder, estado y centralidad de lo productivo.

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    1. Si del artículo deduces que defiendo el uso de la bandera tricolor, y que creo que el morado puede significar algo positivo en la estela del anarquismo de ayer, entonces es que no me he explicado nada bien. Pretendía decir que aquella república no debería convertirse en referente político radical. Y que quienes así lo hacen, lo has expresado magníficamente, sólo pretenden una reelaboración de los mismo, engañándose con esa mirada idealista sobre el pasado. Quizás el comienzo del artículo no resalta con suficiente ironía que en realidad estoy criticando esa visión idealista que posee la izquierda de hoy sobre el papel que jugó la república de ayer. Comparto tu comentario totalmente. Gracias.

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      1. Si, si, si… si te entendí perfectamente y concuerdo contigo en el mensaje!!! Solo que no había pillado la ironía y pensé que veías en estos chicos que hoy miran con ilusión la bandera tricolor, ganas verdaderas de cambiar las cosas aunque fuera con referentes equivocados. Perdón si soné contrario al enfoque, porque la verdad es que me ha encantado. Seguramente es que mi pena por ver a la nueva generación en la lógica generalista nubla cuando menos mi capacidad de expresión 🙂 Gracias a ti por el post… y por el blog que es una maravilla, de las poquitas cosas que disfruto leyendo.

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      2. Sí, parece que lo radical-izquierdista ahora consiste en pedir la III República. La foto del post era un poco irónica respecto a esta postura. Me alegra que mi blog sea útil, y que disfrutes con él. La larga serie de «Ensayo sobre las dos ruedas» tengo ya que ir poniéndole punto y final. Y la nueva saga de «CRISI», pues la he creado para imponerme la tarea de escribir de forma sintética, de exponer alguna idea, reflexión, etc. sin tener que escribir más de un folio. Un saludo.

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      1. Totalmente abierto y agradezco vuestra generosidad. Contento con ampliar la difusión de este trabajo. Cuando hablemos con más detalle os haría alguna sugerencia sobre el contenido final, ya que quizás resulta un poco excesivo el peso que le he acabado dando al tema de la nutrición. Y por supuesto, también abierto a vuestras sugerencias. Un saludo.

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