Sociabilidad del lobo

Os quiero hablar de un movimiento pendular que últimamente me obsesiona. Porque durante muchos años la ciencia política estaba allí lejos, en el otro extremo del movimiento, y ahora parece que el péndulo regresa y que su nueva posición “extremosa” nos impele a buscar otras respuestas.

El enigma no es otro que el de nuestra sociabilidad o empatía. ¿Recuerdan la frase, no?, la de que “el hombre es un lobo para el hombre”, que ha dominado durante tanto tiempo el debate y las respuestas políticas, sobre todo, ha justificado hegemónicamente la construcción de estructuras sociales que respondieran al deseo de aplacar la esencial violencia humana contra nuestros congéneres. La construcción del Estado podría sintetizar ese objetivo.

Por esta razón el mundo de la biología, y de la antropología, ha buscado afanosamente comprender por qué el ser humano posee, a pesar de todo, comportamientos altruistas y generosos, cómo fue posible que sin la existencia de Estados el ser humano hubiera podido vivir en tantas ocasiones en comunidad. A Darwin se le ha malinterpretado de muchas maneras, y quizás la menos inocente haya sido la de usar su hipótesis de la lucha por la existencia y de la selección natural, para justificar la competencia y la primacía del más fuerte, lo que paradójicamente se ha denominado el neodarwinismo, ese cientifismo servil al capitalismo y a las políticas neoliberales.  

Una de las grandes preguntas que han dominado tantos debates científicos recientes ha sido ¿qué ventaja competitiva posee la empatía y la cooperación en la evolución genética del ser humano? Darwin ya advirtió que mucha, y posteriormente Kropotkin, añadiendo sus propias observaciones de geógrafo, nos lanzó ese espléndido libro a contracorriente que fue “La ayuda mutua” y que parece que a día de hoy, cuando el péndulo regresa, pudiera arrojar renovada luz al debate sobre cómo construir una nueva sociedad.

Se daba por sentado que éramos violentos, egoístas, perversos, incluso que todas estas características eran favorables al progreso social y económico. Pero si, a pesar de esa lucha despiadada bajo el paraguas del Estado, se seguían dando comportamientos cooperativos, había que demostrar si ello atendía también a un egoísmo de largo alcance o estratégico, o más bien a algún gen que oculto tras el egoísmo fuera capaz de mover ciertos hilos benevolentes y altruistas hacia nuestros semejantes.

La ciencia de la política y de la economía, también de la psicología, o incluso la de la ecología, ha vivido obsesionada en la construcción de modelos matemáticos de la escasez, en las que sus variables constitutivas debían ser optimizadas en virtud del comportamiento egoísta de cada uno de los átomos conformantes del sistema, que como una manada de mónadas voraces intentarían maximizar su propia función de supervivencia a costa de sus semejantes, y cuya integración algorítmica, asombrosamente, siempre arrojaba algún tipo de óptimo social.

El hecho de que una sociedad sin Estado no fuera asumida ni tan siquiera como hipótesis de trabajo, se debía fundamentalmente a esta razón, la de considerar que algún tipo de estructura dotada de una legitimidad sobrehumana debía construirse para impedir el estado de guerra continuo al que la sociedad se hubiera arrojado sin control. Los modelos matemáticos construidos para simular el comportamiento social y planificar la economía únicamente podían definir sus condiciones de contorno y de control en virtud de la capacidad legislativa y reguladora de ese gran organismo homeostático que han sido todos los Estados. El anarquismo sólo sería viable, por tanto, en una sociedad de ángeles.

Pero, ¿y si no fuera cierto?

Cuando en los años 90 del pasado siglo se descubren las neuronas espejo, el péndulo genético-político empezó a invertir su movimiento, porque toda una serie de piezas del puzle de la evolución biológica en relación con la construcción de nuestra ética, comenzaron a cobrar un nuevo sentido.  Recordemos que el simplista modelo de homo economicus que se introduce en las ecuaciones sociales no ha servido nunca para explicar el equilibrio del propio sistema capitalista, que se ha fundado también en el mantenimiento de unas estructuras cooperativas a nivel de familia, salud o educación que han promovido comportamientos empáticos a nivel político y empresarial, sin los que hubiera sido imposible generar las virtudes burguesas de, por ejemplo, la confianza mutua en los contratos, la abnegación en el trabajo, la honestidad o el cuidado de la infancia.

Creo que ya casi nadie confía en encontrar el gen egoísta de Dawkins, ni tampoco el gen del altruismo. Estos conceptos éticos operan a un nivel de abstracción tan elevado que su fundamento se halla más cerca de la cultura y de nuestra construcción neurobiológica que de los ladrillos genéticos que sirven para edificar al ser humano. Y las neuronas espejo, ubicadas en lugares estratégicos de nuestro cerebro nos abren a un mundo donde las vivencias corporales (propioceptivas) y  puramente mentales –o espirituales- se funden en un todo, y en el que la componente afectiva o empática con nuestros semejantes poseen una influencia extrema en orden a definir nuestros patrones emotivos, de estímulo y de recompensa, en suma, de placer y de deseo.

Claro, que si ahora el péndulo continúa su marcha descendente y luego en ascenso hasta acabar afirmando que el ser humano sólo es altruista, en suma, que somos ángeles, la ciencia y la sociología tendrán en el futuro que demostrar por qué somos ángeles destronados, por qué, a pesar de nuestra intrínseca bondad, existe la violencia, el engaño, la maldad y el robo.  En este caso, sería muy fácil querer echarle toda la culpa al Estado, y considerar que su hegemonía y el de las clases privilegiadas crecidas a su sombra han generado toda una estructura social violenta, una cultura del egoísmo de la que habría que desembarazarse para encontrar nuestro fondo humano natural de bondad y espíritu cooperativo.

Nuestra enorme plasticidad a nivel cerebral hace posible la libertad del ser humano. Las neuronas espejo y su papel imprescindible para crear nuestra conciencia y sentir empatía, tanto pueden servir para potenciar la bondad, como la maldad. Esa especie de mímesis neuromotora que las neuronas espejo propician puede ser de utilidad tanto para promover un abrazo, como un estrangulamiento. Porque hay que considerar que la empatía que fabrican no es universal, sino que únicamente se experimenta hacia aquellas personas de nuestro círculo, con las que compartimos una comunidad interactiva y de presencia. Los torturadores o los corruptos, también son muy empáticos entre sí.

Nunca desparecerá el conflicto en la sociedad humana. Acuerdos y desacuerdos conforman el cuerpo imprescindible del diálogo, del ejercicio de nuestra sociabilidad, de la formación de comunidades. Me gusta considerar el descuerdo como la llama-conflicto en la que arden los acuerdos y los pactos. La violencia y el dominio –con independencia de su legitimidad- se fundan siempre en el deseo de apagar este fuego agonal al que se reduce toda vida humana y toda sociedad.

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8 respuestas a “Sociabilidad del lobo

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  1. @ruivaldivia Me ha gustado mucho el párrafo conclusivo. A veces –pensando en cómo se nos ha instruido en el conocimiento, que por necesidad ha de compartirmentarse– veo la falsa imagen de completitud que crea esa instrucción cuando la duda y la búsqueda constantes no son parte de lo enseñado/aprendido; y algo de eso he atisbado en en ese circulo autoalimentado de acuerdo y desacuerdo.

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  2. @ruivaldivia @exetio El desacuerdo y el conflicto son inherentes a la libertad humana. Creo que no se trata de anular los conflictos para convertirnos en santos, creyendo que solo hay una opinión «buena», y que es la que tienen las personas, o bien creyendo que todas la opiniones y valores son igual de válidos, por lo que cuando hay un desacuerdo se debe tratar de algún tipo de falta de sociabilidad. Ambos prismas son liberticidas, incluso el segundo, aunque no parezca a simple vista, pues tratanto de evitar todos los conflictos por indeseables, se está negando la libertad que inevitablemente han de crearlos. Creo que se trata de saber manejar los conflictos sin que llegue la sangre al río. Evitarlos y ocultarlos es una vana esperanza de una paz espiritual que, por suerte, nunca llegará.

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  3. @gustavo @ruivaldivia @exetio Encima de explicar las cosas claras, las explicas de forma bonita. Dices: "La violencia y el dominio –con independencia de su legitimidad- se fundan siempre en el deseo de apagar este fuego agonal al que se reduce toda vida humana y toda sociedad" Esta es la idea o la intuición que hay detrás del cuadro que dibujé el otro día. La coexistencia pacífica no se basa en la ausencia del conflicto, si no en los juegos de contrapesos en esa agonalidad constitutiva de lo humano. Para que uno no se imponga con violencia al resto, necesitamos sistemas de contrapoderes y de contrasaberes.  http://p2porganization.net/wp-content/uploads/2015/11/TipologiaOrganizacio%CC%81n.png

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  4. RT @antonio @gustavo @ruivaldivia @exetio Encima de explicar las cosas claras, las explicas de forma bonita. Dices: "La violencia y el dominio –con independencia de su legitimidad- se fundan siempre en el deseo de apagar este fuego agonal al que se reduce toda vida humana y toda sociedad" Esta es la idea o la intuición que hay detrás del cuadro que dibujé el otro día. La coexistencia pacífica no se basa en la ausencia del conflicto, si no en los juegos de contrapesos en esa agonalidad constitutiva de lo humano. Para que uno no se imponga con violencia al resto, necesitamos sistemas de contrapoderes y de contrasaberes.  http://p2porganization.net/wp-content/uploads/2015/11/TipologiaOrganizacio%CC%81n.png

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  5. RT @gustavo @ruivaldivia @exetio El desacuerdo y el conflicto son inherentes a la libertad humana. Creo que no se trata de anular los conflictos para convertirnos en santos, creyendo que solo hay una opinión «buena», y que es la que tienen las personas, o bien creyendo que todas la opiniones y valores son igual de válidos, por lo que cuando hay un desacuerdo se debe tratar de algún tipo de falta de sociabilidad. Ambos prismas son liberticidas, incluso el segundo, aunque no parezca a simple vista, pues tratanto de evitar todos los conflictos por indeseables, se está negando la libertad que inevitablemente han de crearlos. Creo que se trata de saber manejar los conflictos sin que llegue la sangre al río. Evitarlos y ocultarlos es una vana esperanza de una paz espiritual que, por suerte, nunca llegará.

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