OTOÑO 2014: MARATÓN

El otro día me caí de la bicicleta de montaña.

Y como se puede apreciar, me rompí la clavícula. Ahora llevo dos clavos que la sujetan y que presumiblemente favorecerán que suelde adecuadamente. Maravillas de la técnica y de la sanidad pública.

Pero ¿por qué les cuento todo esto?

Pues porque después de un percance así a uno le queda demasiado tiempo para reflexionar. Y también para considerar si 50 años no son ya demasiados para seguir andando por el monte como una cabra loca. Algunos amigos y familiares me lo han dicho. Y claro, uno debe pensar lo que te dicen las personas que a uno lo quieren.

Y como estoy de baja laboral y casi casera, y no puedo correr, ni montar en bici, ni levantar pesas, ni nadar, me queda mucho tiempo para pensar, leer, escuchar música, escribir y volver otra vez a pensar. Cosa buena si se hace correctamente. Pero como dudo que en una situación sedentaria una persona, acostumbrada a pensar corriendo, pueda reflexionar con cordura, pues quisiera compartir el fruto de este quehacer reflexivo y poder así comprobar si continúo cuerdo, aun cuando todavía magullado en el alma, y también en los huesos.

Por supuesto que me volveré a montar sobre la bici de montaña. Supongo que el susto, más que la inmovilidad y la pérdida de forma física, será lo más complicado de superar. Y las miradas suspicaces y recriminatorias de mi círculo más íntimo. Pero en una situación así he comprobado que uno debe ponerse un objetivo vital. Después de una toña de tal calibre, y de haberme sentido honrado por el cariño y el apoyo de tantas personas, siento cierto pudor a volver a exponer mi cuerpo a un riesgo similar: labores familiares eludidas, proyectos laborales retrasados, tareas delegadas, compromisos demorados, etc. Un panorama que ciertamente, más que el miedo individual a sufrir otro percance, me obliga a reflexionar sobre cómo regreso a la rutina, incluso, si debo mantener aquella rutina, en qué sentido debería alterar mis hábitos deportivos y vitales en relación con mis responsabilidades sociales y a tenor de mi edad.

Como se ve, más que el cuerpo tengo el alma dolorida. Y como antes decía, en una situación así resulta imprescindible mirar al frente con perspectiva y disponer en el horizonte un objetivo por el que luchar, que dé un sentido a la vida y ayude a superar el trauma padecido. Y como reza el título de este blog que voy escribiendo, ya habrán deducido que mi nuevo reto será la maratón, sí, MARATÓN.

A modo de broma, cachondeo y rechifla llevo unos años demorando afrontar este reto al que ya han sucumbido tantos amigos. Y para evitar ofrecer demasiadas explicaciones y continuar con el tono de sano regodeo, manifesté que postergaba el reto al momento en que cumpliera 50 años, sin yo creérmelo demasiado. Pero el tiempo vuela, y ya está aquí el año 2014, y en breve llegará el mes de septiembre y la promesa estallará.

Antes de la leche -que diré ocurrió en Cercedilla, un día lóbrego de lluvia, totalmente impropio para la práctica del ciclismo-, yo ya tenía la excusa perfecta para no afrontar la maratón. Afirmé hace un año, bien es verdad que con la boca pequeña, que según se comportara mi cuerpo durante la temporada 2013/14, así sería mi decisión al respecto. Pura objetividad farisea. Y como las medias maratones que afronté en Donosti y en Villaverde no pudieron ser peores, pues ya tenía la justificación perfecta para no acometer un reto que, como ya habrán podido comprobar, no me apetecía demasiado afrontar. Bien es verdad que parte de la culpa la tuvo una anemia desconsiderada que me tuvo fatigado como un perro durante dos meses.

¿Por qué he eludido durante tanto tiempo la maratón? No por miedo, por supuesto. Tampoco por no ser atractivo el objetivo, ni por carecer de emotividad, dificultad y segura recompensa emocional. Existen muchos placeres vitales que nunca voy a poder degustar, y uno de ellos habría consistido en poder correr durante una maratón rodeado de negritos, a 3 minutos pelados el kilómetro. ¿Cómo voy a pensar, entonces, que la prueba reina del atletismo de resistencia no poseía suficiente acicate para mí? Otro deseo, cantar como Lauritz Melchior en Bayreuth, un Tristán e Isolda o un Sigfrido. ¡Tremendo! Ya lo sé, deseos impropios de mi físico, capacidad y aptitudes, pero sueños que le pediría al genio de la lamparita si me los pudiera ofrecer.

Siempre he pensado que las pruebas o retos que uno afronta se deben acometer con solvencia. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que la prueba deportiva que uno desea afrontar debe dominarse, y que el entrenamiento, el sacrificio que uno emplea para prepararse para el objetivo debe satisfacer este criterio de solvencia. Jamás la prueba debe superar al atleta. Otra cosa es que el día del reto las circunstancias no sean las adecuadas y uno deba luchar contra el hado o la mala suerte de una lesión, el mal tiempo, alguna indisposición gástrica, una pájara, etc. Y por tanto padecer para poder acabar. Pero para mí la solvencia siempre ha ido más allá de simplemente poder acabar una prueba, porque siempre he querido dominarla satisfaciendo un mínimo nivel de exigencia acorde con mi capacidad física y mental.

Por supuesto que ha habido días en que las pruebas me han superado. Y que el sólo hecho de atravesar la meta ha sido un triunfo. Pero ello forma parte de las circunstancias del momento. Cumplir con solvencia tampoco significa no sufrir, ni tener que afrontar un enorme sacrificio, tanto durante la preparación, como al asumir el reto el día de la competición. Quiero sufrir, pero no arrastrarme. Deseo llegar exhausto, al límite de mis capacidades, pero sonriente por dentro, satisfecho, con dominio, dando cumplimiento a un sueño, a un objetivo exigente que sólo gracias al entrenamiento he sido capaz de cumplir.

Quizás la variable que mejor define esa solvencia que anhelo es el ritmo de competición. Dominar una prueba de resistencia consiste en ser capaz de mantener un ritmo constante al límite de nuestras capacidades físicas, y sentir, cuando se acerca la meta, que se te infla el corazón y que aún reventado sientes fuerza y energía para mirar de frente el cronómetro e incluso para poder acelerar el ritmo.

No suelo competir contra nadie, sólo contra mi sombra, conseguir imponer un ritmo que la deje desfondada, sorprenderla con una capacidad en la que ella apenas podía creer antes de haber afrontado el entrenamiento. Los objetivos atléticos resultan fundamentales, le ponen una flecha al tiempo, un sentido al esfuerzo, una razón para el compañerismo. Las temporadas en que me he sentido animado por un objetivo claro y exigente, compartido con amigos, han sido las mejores, las más felices, gratificantes y productivas.

Como he manifestado en otro lugar, comencé a entrenar la carrera a pie hace unos ocho años. El primer reto, bajar de 45 minutos en la San Silvestre de Madrid. Después conseguí hacer menos de hora y media en una medio maratón, la de Getafe. Afronté también el objetivo de realizar un medio iron man, el de Buelna, en Cantabria, que lo terminé, pero sin la solvencia deseada. Y el último, bajar de 40 minutos en 10 kilómetros, alcanzado en la San Silvestre de Las Rozas de 2012.

Y en momentos como el presente creo que no existe mejor forma de superar un trauma (tampoco exageremos que no ha sido para tanto) que afrontar un reto, marcarse un objetivo. Ya lo hice cuando me operaron de la espalda hace unos años, y creo que el objetivo de preparar una maratón me va a reportar mucha alegría, y por qué no decirlo, también tranquilidad para mi entorno, ya que el tiempo que dedique a correr no se lo podré dedicar a despeñarme por el monte encima de dos ruedas.

Ya habrán deducido que mi negativa a afrontar el reto de la maratón realmente se ha debido a la imposibilidad de poder compaginar el exigente entrenamiento que precisa una prueba de esas características, con otras actividades lúdicas y deportivas, con toda una suerte de compromisos laborales y familiares. Me ha gustado demasiado el triatlón, nadar y sobre todo, montar en bicicleta, y la maratón me iba a exigir dejar aparcadas unas actividades por las que siempre he sentido una gran pasión. Me sentía muy a gusto practicando varios deportes. Y por otro lado, también hay que decirlo, mi forma física, sobre todo a nivel muscular y metabólico, no era la más idónea para afrontar una prueba en la que debía mantener un ritmo constante de competición durante más de 3 horas. Poder acabarla, sí, pero no con la solvencia y reverencia debida a una prueba tan especial.

El otoño de 2014, si no surgen imponderables, será una estación mágica para mí. Así lo he decidido, y para ello me voy a preparar, con el apoyo de mi familia y de mis amigos. Asumo el reto con ilusión. Volveré a leer mis manuales de entrenamiento, volveré a diagnosticar periódicamente mi estado de forma física, deberé llevar a cabo una correcta rehabilitación de mi clavícula, cuidar la alimentación, programar las actividades deportivas, comprobar la progresión y sobre todo, compartir el reto con mis amigos y compañeros de entrenamiento.

He aprendido muchas cosas durante estos años, de personas encomiables y generosas. En este blog he hablado de ellos, de entrenadores y amigos de carreras y entrenamientos. Os aburriré de nuevo escribiendo sobre ellos e intentando transmitiros esta nueva experiencia en torno a la maratón. Sin embargo, no quisiera cerrar este escrito sin recordar a un amigo que me ha acompañado en todos los retos atléticos de los que os he hablado, me guio en Getafe y también en Las Rozas, se trata de Manolo, del gran Nublo, un compañero de entrenamientos e ilusiones que ha corrido más de 25 maratones, que cómo no, también estaba cuando me di el castañazo. No conozco otra persona que viva con más fervor el rito de la maratón, que sea capaz de compartir tantas experiencias alrededor de tan singular prueba, que haya asumido con tanta generosidad la tarea de ser el perfecto maestro de cuanto neófito se ha acercado a nuestra agrupación deportiva, con humildad y también con gran sabiduría y pasión. En él personalizo en este momento todo el calor y apoyo que estoy seguro voy a recibir de mis amigos para superar este objetivo. LA MARATÓN.

7 respuestas a “OTOÑO 2014: MARATÓN

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  1. Veo con alegría la reflexión sobre tu actividad deportiva, ahora que lamentablemente estas en parada forzosa, recuperándote de la op. de rotura de clavícula. Yo acabo de pasar por lo mismo hace unos meses y como tu, después de la obligada quietud, he llegado a la conclusión que siempre debemos seguir haciendo deporte pero adecuado a nuestra edad y al consiguiente paso del tiempo. Lo primero que perdemos son los reflejos, algo ajeno a nuestra voluntad, pero la ilusión y el hambre deportiva jamás. Ya sabes que tengo algunos años mas que tu y te puedo decir que desde que cumplí los 35 estoy en un proceso contínuo de reciclaje, pero efectivamente, siempre, una vez asumida la actividad adecuada, dando el máximo posible. Enhorabuena por tenerlo claro.
    Por último, me sumo al pequeño homenaje a Manolo, estoy totalmente de acuerdo con lo reflejado. Ultimamente vilipendiado con injusticia.

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    1. Tus opiniones tienen para mí un gran valor, Ángel. Y seguro que vamos a compartir muchos rodajes y conversaciones durante mi preparación para la maratón, una prueba en la que eres un auténtico maestro. Siempre recordaré la media maratón de Getafe que corrimos junto con Manolo, los dos escoltándome hacia mi triunfo, no hubo rotonda ni bordillo, ni curva en la que no me advirtieras, marcando un ritmo constante durante hora y media. Un abrazo muy fuerte.

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