Irresponsable es todo aquel que no quiere comprender. Irresponsable es toda persona que piensa que no hay responsables, o peor aún, que se deja convencer de que él y los suyos no tienen ninguna responsabilidad.
La estética sentimentaloide y pornográfica de la que se ha revestido el capitalismo cognitivo de comienzos de este siglo, convierte la porquería en algo apetecible, aunque no por ello menos indigesta. Se busca la homogeneidad del gesto y sobre todo, del sentimiento. A nadie le interesa convencer, porque ahora la aquiescencia ya no le compete a ninguna ideología, sino a la sensiblería dominante en los medios de comunicación y en la política. No importan las narrativas, las búsquedas de sentido, sino provocar la unanimidad en el sentimiento, que nos asalte el mismo gesto de asco, indignación o de risa al contemplar determinadas imágenes.
Sentimos así que el explotador no tiene alternativa, y que él mismo está tan obligado a explotar, como el resto a soportar la explotación. ¿Dónde justificar la emancipación, dónde asentar la liberación, si todo se reduce a un puro juego de sentimientos humanistas irresponsables, dónde fundar la cooperación, la unión de las almas, si las explicaciones ya no sirven y sólo buscamos la conciliación en un sentimiento unánime?
El violador, el maltratador, el terrorista, el pederasta, o el corrupto, se han transformado en imágenes de una unanimidad primigenia basada en el asco, el rencor, la venganza. No nos confundamos, las explicaciones no justifican, no eximen de responsabilidad, sino todo lo contrario. El miedo a encontrar razones nos convierte en irresponsables, en fieras sentimentales. No es que no haya alternativas, es que sólo nos interesa sufrir, protestar, odiar y reír solidariamente. Acumulamos el rencor y la mierda que nos produce el sistema capitalista, esa explotación a la que ahora denominan precariedad, y la volcamos contra los más débiles o contra los asesinos de los más débiles, una explosión gestual y sensiblera que obnubila la razón, y por tanto, nuestra capacidad para actuar responsablemente, para señalar las causas y actuar en consecuencia.
Nos conformamos con aceptar que sí, que existe mucha corrupción, y que existen muchos locos y fundamentalistas vagando sueltos por el mundo. Es verdad, existen. Pero aceptemos de una vez que son reales, y no puras imágenes o estereotipos utilizados para tapar la mierda y convertir la explotación de todos los días en el peaje que asumimos por la protección que el sistema nos brinda, y que aceptamos entre lloros y risas unánimes.
No me considero al margen de lo que estoy manifestando. Me veo tan irresponsable como cualquiera de mis conciudadanos. No se trata de perdonar al asesino, ni de disculpar la maldad del terrorista, sino de evitar aceptarlos como personajes de guiñol de un espectáculo al que asistimos absortos y sólo predispuestos a sentir, disfrutar u odiar. Se ha instalado una política del sentimiento, del afecto; y la corrupción y el terrorismo se han convertido en los actores mediáticos de este circo. No creo que la maldad pueda desaparecer, pero estoy convencido de que esta forma meliflua de actuar, de sentir, nunca podrá vencerla o aminorarla, porque la maldad se ha convertido en la materia prima de un espectáculo sensiblero que nos impide contemplar la explotación en el trabajo, nuestra explotación de todos los días, que nos exime de razonar y de encontrar sentido, convertidos así en espectadores pasivos a los que únicamente se nos permite disfrutar y padecer… y comprar la entrada con el sudor de nuestro trabajo.
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