Novelas en imágenes

A veces las lecturas se parecen a racimos de uvas. En este caso, me topé con “Mi guerra”, una novela gráfica (sin palabras) publicada en 1931 por el pintor húngaro István S. Szüts. Y tirando de esta primera uva he tenido la fortuna de poder disfrutar de la lectura-visión de otras tantas novelas gráficas contemporáneas de ésta, aun cuando el ejemplo de Szüts destaque por la ligereza del trazo, por su esquematismo casi minimalista y la cuasi aversión por los fondos negros y sobrecargados.

Realmente poderosas a nivel visual, cada una de las páginas-imágenes de estos libros resaltan por su capacidad de síntesis, por saber exponer lo esencial de cada fragmento de historia y por lograr enhebrar las ilustraciones en una cadena de significado y de asombrosa expresión que en ningún momento necesita recurrir ni al texto explicativo ni al diálogo. Todas ellas fueron elaboradas en blanco y negro, y la mayoría editadas utilizando la técnica medieval del grabado en madera,  pero recuperada y  habitual entre los pintores y cartelistas del expresionismo alemán, lo que les da un perfil de misterio y de dureza que a veces sobrecoge.

Fue un tipo de arte emparentado con el cómic, y también con el cine de aquella época, de cuyo influjo no se puede separar, por lo menos cuando ahora las leemos-visionamos a la vuelta de la historia, pero lamentablemente fue un estilo narrativo y pictográfico que apenas sobrevivió a sus primeros creadores.

Casi todas ellas poseen un contenido político claro, ya sea contra los excesos del capitalismo y de la sociedad industrial, contra las tragedias de las guerras europeas, sobre la vida en aquellas ciudades insalubres y masificadas, etc., y todo ello contado en el ambiente desolado y pesimista que rodeó la gran depresión del año 1929. A través de las emociones y de la lucha por la existencia de sus protagonistas, casi siempre maravillosamente retratados a nivel de personalidad y de sentimientos, se van hilvanando unas tramas que se desarrollan bajo el ambiente opresivo de la guerra, bajo la explotación capitalista y los atropellos de los poderosos.

El creador del género fue el pintor belga  F. Masereel, del que según cuentan las biografías, aprendieron el resto de estos novelistas-ilustradores. Recomiendo “La ciudad”, publicada en 1925. El norteamericano Lynd Ward exportaría el género a su país después de haberlo aprendido en Europa, y supo darle una mayor ligereza y extraer, sorprendentemente, unas gamas de grises que dotan a sus dibujos de una diversidad de matices realmente asombrosa. Su primera obra en esta técnica fue “Hombre de Dios” que data de 1929, pero la más lograda e intensa la publicó en 1937 y se denomina “Vértigo”, una panorámica cruel, irónica y desgarrada del período entre guerras.

La editorial Sans Soleil ha publicado en España algunas de estas novelas. Destaco, por ejemplo, “Destino”, otra novela gráfica del pintor alemán Otto Nückel, publicada originalmente en 1926, y que nos narra la vida azarosa y dura de una mujer entre los detritus de aquella sociedad descompuesta. Sorprende el detalle del trazo y la capacidad del autor para crear varios niveles de lecturas.

Resulta realmente asombrosa esta forma de narrar historias, y de componer unos paisajes políticos y emotivos con tan gran viveza y detalle en contraste con medios técnicos tan austeros. Os animo a que os acerquéis a alguna de estas novelas gráficas, y que os dejéis llevar por el trazo, las ambientaciones, la expresión y la dialéctica de sus blancos y negros. Yo encuentro en ellas un pozo inagotable de inspiración y de placer.

Os dejo unos ejemplos:

Franz Masereel

Lynd Ward

Otto Nückel

István S. Szüts

5 comentarios sobre “Novelas en imágenes

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  1. «Mi guerra» no lo conocía, pero «La ciudad» es un clásico de la denuncia social de entreguerras. Aunque plásticamente sea precioso, fíjate qué cercano es a la lógica de los libros de caras: es expresivo (expresionista de hecho) y reproduce contrastes que buscan un rechazo moral (como los twits que «denuncian» la corrupción o la supuesta «hipocresía» occidental con el terrorismo). Como los twits apela a prejuicios (que pueden ser correctos o no) sin poder construir fundamentos. La pregunta no es si una obra plástica, si «la imagen», puede ser hermosa, expresiva, útil para levantar la indignación contra lo existente, para generar un gran «no me gusta», sino si puede construir esos fundamentos para la razón crítica que nos hacen autónomos. Dicho de otra manera, podría alguien dibujar algo capaz de armarte, de empoderarte de un modo equivalente, por ejemplo, al que lo hace «La gran transformación» de Polanyi ya que hablamos de ese periodo histórico?

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    1. Prueba a poner junto a Polanyi y las imágenes. Existe un punto de emotividad en las imágenes que en conexión con el discurso y las experiencias resulta plenamente complementario. El arte en sí mismo sin contemplar las mediaciones dentro de las cuales lo experimentas, no posee ningún valor ético definido. La lámina de Mesereel en la que el personaje mea sobre la ciudad y sus habitantes (y que en algunas ediciones fue censurada) podría también incluirse en un libro nazi y motivar mucho a sus acólitos imaginando que la gran ciudad contra la que está meando es la babel pluriétnica cuajada de inmigrantes. Somos nosotros los que integramos las imágenes en nuestro imaginario y en nuestras experiencias y vivencias, los que las experimentamos en un determinado entorno, los que les ponemos un «determinado pie de página» y así las anclamos a unos valores y a una emotividad y a un conocimiento determinados que ellas también nos ayudan a crear.

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      1. No necesitaban pensar en la Babel pluriétnica. Mira «Surcos», la primera peli rodada tras la guerra civil. El odio de la ciudad como espacio «corrupto» formaba parte del discurso falangista, nacionalista (vascos pero también sionistas), nazi (a fin de cuentas los nazis habían sido Wandervogel) etc. etc. Todos ellos hubieran disfrutado de estas imágenes, todos las podrían haber utilizado… también los comunistas, anarquistas y socialdemócratas porque lo que las imágenes reforzaban era un sentimiento (la indignación) usando algunos truquillos un tanto demagógicos por cierto, y de la indignación se nutrían todos para reclutar.

        Así que si que creo que tiene un valor ético en sí, es tramposo (como los los twits que alientan la adhesión a la indignación, aunque la indignación esté más que justificada, dejan de ver otras cosas y orientan la mirada así que hacen una opción moral). Y por eso seguramente pudieran complementar cosas fundamentadas, sierviéndoles de agitprop… si el objetivo fuera movilizar masas tras un cierto liderazgo.

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  2. Mira, lo de los «truquillos demagógicos» me ha gustado. Sobre ello hablé en uno de los capítulos iniciales, sobre el hecho de que en las experiencias artísticas hay un punto de juego y de «querer creérselo». Fíjate por ejemplo en las acuarelas de los artistas Kibutz o en algunas de las fotos que tenéis colgadas en las paredes, son iguales que las fotos alemanas de «la alegría en el trabajo», todos muy orgullosos y ufanos de sus cuerpos y del trato con la tierra y con las herramientas. Lo de querer ver el arte como tramposo me suena un poco a Platón y su idealismo tan cerrado que expulsó a los artistas de su república. Lo que le da valor a esas acuarelas son las vivencias que proyectáis sobre ellas, y esa proyección, claro está, la hacéis más allá de la pura emoción o gusto, porque habéis leído, narrado, compartido y experimentado de un determinado modo, y porque esas acuarelas o fotos y dibujos están tan bien hechas que hacen fácil el truco de servir de catalizadores de vuestra conciencia, placer, ética, etc.

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  3. La teoría crítica, con Adorno a la cabeza, tampoco querían que el arte fuese ni útil ni que se pudiera utilizar para la adhesión a un credo, para las proclaamas nacionalistas o para darle al «me gusta». Por lo que defendieron un tipo de arte tan abstracto que nunca pudiera encontrarse nada en él que un fascista o un nacionalista pudiera utilizarlo de emblema. De aquí surgió el dodecafonismo o el expresionismo abstracto defendido por Grinberg. Ese deseo de hacer un arte tan ético, o diría más, tan amoral, ha convertido este arte «sin trucos» ni estereotipos en un manjar de gourmets del puro formalismo, en un placer de estetas y de élites progres.

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