Viola

Tabea Zimmermann, Viola, photographiert am 05.02.2004 in der Koelner Philharmonie.

La viola es un instrumento extraño. Entre el violín y el violonchelo, adolece del estatus de hermano intermedio y un tanto ninguneado. Además, cada viola es un mundo, porque la estandarización constructiva que poseen sus hermanos no le afectó tan intensamente, por lo que coexisten instrumentos de muy diversa índole. A pesar de ello, la viola posee páginas memorables, y momentos intensos y emotivos, y no olvidemos, que algunos de los más grandes compositores fueron violistas y le asignaron a tan especial instrumento protagonismo y sensibilidad, aprovechando su timbre tan cercano a la voz humana.

Como afirma G. Ligeti en el prefacio de su sonata para viola solo (1994), dedicada a la intérprete de ayer, T. Zimmermann, y que la tocó de forma intensa:

The viola is seemingly just a big violin but tuned a fifth lower. In reality the two instruments are worlds apart. They both have three strings in common, the A, D, and G string. The high E-string lends the violin a powerful luminosity and metallic penetrating tone which is missing in the viola. The violin leads, the viola remains in the shade. In return the low C-string gives the viola a unique ascerbity, compact, somewhat hoarse, with an aftertaste of wood, earth and tannic acid.

La viola de ayer sonó poderosa y delicada a la vez, magníficamente acompañada por el pianista Javier Perianes, que nos ofreció también una de sus especialidades, una selección de preludios de Debussy.

El concierto comenzó con el Märchenbilder, una obra en la que ese burgués depresivo que fue Schumann profundiza aún más en su mundo mortecino y un tanto cursi, ya al final de sus días, y que termina con una especie de nana un tanto fúnebre de muy bella factura. Le siguió la mencionada sonata de Ligeti, un auténtico monumento sonoro, que acaba con una chacona intensa y cromática que convierte esta obra en una especie de epítome del arte de las partitas de Bach. Y para finalizar, la primera de las sonatas que Brahms compuso originalmente para clarinete y piano, y que adaptó también para viola, otra obra postrera en la que Brahms parece que desea empatizar con su antiguo mentor, Schumann, en una obra un tanto elegíaca y de despedida.

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