GRANDES ESPERANZAS

Acaba de estrenarse en España la nueva versión cinematográfica de Grandes esperanzas, de Charles Dickens. Las andanzas de Pip, el misterio que lo envuelve y su ambigua personalidad, componen una de las novelas románticas más memorables de las que guardo memoria.

La relación entre Pip y el recluso Magwitch me recuerda la que Stevenson compusiera 30 años después en torno a Jim Hawkins y John Silver en La Isla del Tesoro: un niño y un delincuente que acaban construyendo un vínculo intenso y misterioso. Sin embargo, en el caso de Grandes Esperanzas precisamente el niño es el que posee el carácter más misterioso y desconcertante, rayano en la maldad y en la desconsideración hacia un hombre que devuelve con creces el favor que el pequeño Pip le hizo no guiado por la bondad, sino por el miedo.

Pero Pip posee un carácter mucho más variado. No estamos ante el héroe ejemplar, no nos muestra Dickens al niño bondadoso cuajado de buenas intenciones, sino a un jovenzuelo miedoso que ambiciona la riqueza y la fama, y al que le martirizan su falta de voluntad, su complejo de inferioridad y las consecuencias fatalistas que teme de sus erróneas decisiones morales. Un joven Pip abrumado por el qué dirán, por su imagen social y que se avergüenza no sólo de sus humildes orígenes, sino también del bondadoso mecenas del que se ha servido para medrar.

Los temas y situaciones de Dickens resultan recurrentes: la orfandad, la injusticia social, la ambición, el dinero, Londres, las herencias, el aparato judicial; y como en otras novelas, destaca también por la diversidad y profundidad con las que diseña a sus personajes, sobre todo esos secundarios cuyo ejército permanece en nuestro recuerdo. Pero a diferencia de otras novelas, en esta no aparecen esos otros personajes arquetípicos de bondad y buena crianza al estilo de la Esther o el Sr. Janrdyce de Casa desolada, no, aquí Dickens no se arrastra por los caminos trillados de la sensiblería o la ejemplaridad, sino que nos emociona con un elenco variopinto que describe todo un espectro amplio y diverso de moralidad entre lo malévolo y la bondad, y donde el protagonista no puede decirse que represente a esta última categoría con su vida poco ejemplar.

Dickens nos recuerda continuamente el poder corruptor del dinero. Pero en esta ocasión nos lo expone al calor de dos personalidades enloquecidas que adoptan y usan a dos niños para vengarse de un mundo que los ha humillado y destrozado: la gótica Srta. Havisham, y el presidiario Magwitch, que utilizan su riqueza en la educación respectiva de Estella y Pip para que triunfen en un mundo cruel  que sus tutores se abstienen personalmente de enfrentar.

Pip se erige en único narrador de los hechos. Todo está descrito desde su propia subjetividad. En ningún momento aparece la figura del narrador omnisciente que sobrevuela la trama, nos abre nuevas perspectivas y nos aporta información adicional. Todo se narra desde una primera persona madura y aleccionada por los desengaños y las enseñanzas de una vida turbulenta, como si Dickens hubiese sido el propio Pip que nos contase su vida con evidentes dosis dramáticas, descriptivas y enigmáticas: el viejo Pip nos guiña el ojo y nos relata su periplo vital creando intriga, dosificando la información y desvelando las interpretaciones con ingenio literario, un ejemplo para las generaciones venideras de escritores.

No he visto todavía esta última adaptación cinematográfica. Espero que me sirva, si llego a verla, para desvelar aspectos ocultos y reseñables que no pude apreciar en la obra original, y para confirmar algunas de mis interpretaciones y visiones. Ya he comentado el papel de la educación para la venganza. Pero existen otros aspectos característicos de la obra. Por ejemplo, el contraste entre el campo y la ciudad, entre la herrería de Joe (padrastro y tío de Pip), perdida entre los marjales, en un paisaje salobre dominado por el mar, los canales, el frío, la desolación del viento y de las nieblas; y el artificio de un Londres vecino que se prepara para la revolución industrial y el colonialismo. La pobreza rural y la miseria urbana, la tradición y las nuevas relaciones sociales. Grandes esperanzas se basa en este conflicto del que el propio título da fe. Esperanza de ascenso social, de riqueza, de nuevos horizontes, de nuevas industrias, de grandes aventuras vitales, y por qué no, también de grandes amores.

A pesar de los ambientes sórdidos, y de las despiadadas descripciones del Londres en vías de industrialización, Dickens es un optimista vital. Con la inteligencia, y más aún, sinceridad suficiente, para percibir y describir el mundo sórdido en que le tocó vivir, pero también para ofrecernos unos cuantos personajes que logran crear a su alrededor pequeños universos saludables donde las buenas intenciones y la bondad puedan ofrecerse con libertad. El azar, junto con la voluntad humana provoca grandes calamidades en la obra de Dickens, algunos hechos luctuosos de gran pesar, pero también toda una serie de providencias y de alegrías, de extrañas conjunciones y coincidencias en torno a parentescos sorprendentes y  encuentros fortuitos. El autor inglés consigue, pese a la sordidez de los ambientes, la pobreza y la injusticia, la zafiedad humana y la hipocresía, crear un universo esperanzado y vital. Sus héroes no aspiran a cambiar la realidad, sino a construir una concha, un cosmos casero donde hacer posible los buenos sentimientos y las relaciones armoniosas que el capitalismo emergente estaba destrozando.

Las situaciones humorísticas, la ironía, incluso a veces el esperpento, forman parte indisociable de la obra de Dickens. Grandes esperanzas incluye estos elementos, a veces grotescos, otras entrañables, tanto para crear atmósferas de gran humanidad como para tratar cuestiones sociales con sutil distancia. El constante mal humor y violencia doméstica de la tía de Pip (esposa de Joe), la fatuidad y el engolamiento del Sr. Pumblechock, las situaciones embarazosas y la avidez de los familiares cercanos a la Srta. Havisham, la inutilidad doméstica de la esposa del tutor de Pip o la “bipolaridad” de Wemmick, el secretario del flemático abogado Jaggers, cuya casa, padre y novia componen un cuadro de entrañable ternura que contrasta con la frialdad y casi deshumanizada personalidad de su jefe.

Pip desea jugar el gran juego de la vida y el ascenso social, de la fama. Pero empieza su vida convertido en el juguete que la Srta. Havisham le regala a su pupila Estella para que aprenda a esclavizar a los hombres. Pip sentirá la tiranía y el desprecio de Estella, pero lamentablemente también se enamorará de ella. Amor que como un motor aguzará la ambición de Pip para hacerse merecedor de la atención de esta niña violenta, antojadiza y despótica. Sin embargo, Dickens elude convertir su novela en un marco para el galanteo, el asedio emocional y las intrigas y las estrategias amorosas. Con gran originalidad, toda la acción gira, sorprendentemente, alrededor de la casa de la Srta. Havisham, ese fortín inmutable donde los relojes no suenan y las horas no pasan, ya que los grandes giros de la acción y de los sentimientos ocurren durante los breves períodos en que Estella, Pip y la Srta. Havisham concurren entre sus paredes. La emotiva relación entre Pip y esta pobre señora que como un fantasma habita entre polvo, telarañas y recuerdos, resulta memorable, sobre todo por sus inesperados giros, sus falsas presunciones y el entrañable cariño que al fin se profesan.

Tanto la cárcel como la indigencia fueron utilizadas durante los inicios del capitalismo como instrumentos de disciplina social para lograr el acuerdo de las capas bajas de la población con la moral del trabajo y del salario. La maquinaria judicial representada por el pétreo abogado Jaggers, dibuja en Grandes esperanzas esta función, en aras de cuya eficacia la verdad y la propia justicia palidecen. Porque la justicia no se erigía como garantía de derechos, ni la policía trabajaba para desvelar la verdad, sino que como se aprecia en la vida arrastrada y casi siempre en prisión de Magwitch, sino para atribuir delitos a los pobres que no pueden defenderse y que cumplen la función, con independencia de su participación real en los hechos, de cabezas de turcos ejemplarizantes.

En fin, creo que la obra de Dickens ofrece tal variedad de situaciones y personajes, dibuja tan emotiva y acertadamente una época tan decisiva de la historia de la humanidad, que no sólo merece su lectura, sino también la pródiga lista de adaptaciones cinematográficas y televisivas que sobre ella se han realizado.

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Grandes esperanzas by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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