NORDIC VOICES

Durante estos días previos a la Pascua estaba dándole vueltas a comenzar un artículo con algo parecido a esto:

Para los que somos ateos, pero religiosos, la música eclesiástica posee…

Y aquí me había quedado, hasta que hoy he escuchado el concierto que el grupo vocal noruego nos ha ofrecido en el auditorio del Museo de Arte Contemporáneo Reina Sofía, en torno a la lamentación y al consuelo pascual.

Afortunadamente, ya hemos superado aquel inútil debate en torno a si la música religiosa, especialmente la gregoriana y la polifónica, debía interpretarse por monjes y/o creyentes, o si los grupos profesionales sin credo definido, aconfesionales, podían dotar a esta música de sentimiento y emoción religiosas. Que los monjes de Silos o Solesmes me dejen helado frente a la fantasía y el misticismo profesional de un Marcel Peres o de un Bruno Turner, creo que hoy en día ya puede entenderse, que la música religiosa emocione sin importar el credo, la confesión o su ausencia, tanto en los ejecutantes como en los oyentes. Paradojas del arte.

El escenario parecía un templo anglicano, frío y desnudo, nada de flores, por supuesto, ausencia de iconos y cualquier otro símbolo. Seis atriles en la nada, suspensos en el vacío. Parecía todo preparado para que el gélido septentrión helara el concierto, seis voces nórdicas que posiblemente nos iban a ofrecer un concierto técnico, pero sin la calidez mediterránea que Vitoria o Gesualdo exigen, sobre todo desde que nos hemos habituado a desdeñar las clásicas interpretaciones anglosajonas por las modernas, y más fidedignas, de los grupos italianos o españoles, con un ritmo y una declamación ardiente, espontánea y cuajada de acentos y matices.

En la primera parte el programa alternaba Tomás Luis de Victoria (1549-1611) con la contemporaneidad del compositor noruego D. Bratley (1972), como si desearan ofrecernos una de cal y otra de arena, enseñarnos a digerir mejor la melodía ausente y las disonancias del nórdico con los encantos contrapuntísticos del abulense. El contraste no podía ser más vehemente. Una alternancia hielo y calor que en la primera embestida nos dejó a todos un poco desconcertados, pero que en la segunda nos subyugó con la elegante y creativa puesta en escena.

La polifonía renacentista la hemos oído interpretada bajo muy variados adjetivos y ropajes, interpretaciones más o menos tenebrosas, luminosas, sentidas, místicas, perfectas en la expresión de la pulcritud matemática de sus jugeteos armónicos, sublimes, casi madrigalistas, efectistas. Pero ayer añado un adjetivo nuevo a la lista, porque el grupo nórdico cantó la polifonía con extrema dulzura, sobre todo cuando apagaban, casi ahogaban sus seis voces y dejaban que fluyeran en un susurro de microtexturas que a nadie en la sala dejó indiferente. No fueron las Lamentaciones desconsoladas por la pérdida de Jersusalem, sino quejas tranquilas, como si los cantantes evitaran mostrar la tragedia por la pérdida injusta, a cambio de servirnos el recuerdo que de la Jerusalem violada los judíos supieron mantener en sus corazones.

Esta parte culminaba con Gesualdo (1560-1613), cuyo cromatismo vehemente fue atacado con tranquilidad, sin esa euforia y sentido hiperdramático en que a veces se despeña al músico de Venosa, que no necesita de que acentúen artificialmente sus excéntricas disonancias y alardes armónicos y rítmicos, y al que Nordic Voices supo arropar con dulzura, sí, han oído bien, con dulzura a Gesualdo, y que no por ello perdió en genio dramático, y sobre todo, en capacidad para soprendernos con una interpretación que a veces pareció la de un músico contemporáneo.

La segunda parte, dedicada al consuelo, comenzó con H. Schutz (1585-1672), directo antecesor de J.S. Bach,  y que en vista del despligue artificiero que vino después, su motete pareció que cumplía la función de calentar voces y preparar las tráqueas para el esprint final, una sucesión de obras estrictamente contemporáneas, todas del siglo XXI, que el sexteto cantó con atrevimiento, confianza y muchísimo conocimiento, con gran honestidad.  Aquí la obra original, compuesta para la ocasión por la polifacética Pilar Jurado (1968) -a ella la escuché hace apenas un mes en el disco que la Discreta Academia acaba de publicar dedicado a la poetisa puertoriqueña Julia de Burgos,  y titulado Rebelde Soledad-, se vio acompañada de la obra de los noruegos Havroy (1969, barítono del grupo) y Thoresen (1949), una exposición abrumadora de todo lo que puede ejecutar la voz humana, de cómo los más variados sonidos pueden armonizarse para crear unas obras sorpredentes y sentidas, de una religiosidad a la vez provocadora, y también cargada de recogimiento y profundidad.

En la propina o bis cuatro de los seis músicos se dispersaron por la sala, entre el público. Yo creía que como en el Circo de los Muchachos o en alguna función de Tricicle, iban a empezar a dar la mano a los espectadores. Pero no. Realmente hicieron algo mágico, oficiaron una especie de plegaria gutural de sonidos difíciles de precisar o definir cuya principal virtud residía en ser emitidos para rebotar en las paredes y fundirse en una telaraña multifónica que nos dejó absortos, como en la contemplación de algún misterio.

Y fue aquí donde yo recordé la frase que al comienzo les escribí y que llevaba prendida en mi cabeza sin conseguir darle una salida afortunada y mínimamente racional: para los que somos ateos, pero religiosos…

Hay un hilo que nos une al pasado. No se trata ni de un argumento ni de una explicación. Sólo un hilo que nos ata, invisible, pero tenaz. Yo me afano por poder tocarlo, sentirlo, y notar algún tipo de vibración. Chejov lo llamaba cadena, una cadena que nos une y de la que no nos podemos desembarazar. Yo tengo fé en ese hilo. Desconozco lo que pasará cuando logre atraparlo, pero confío en él. Por eso soy religioso.

El rito de seis voces que se funden, y cuyos armónicos se entrelazan en un auditorio de otras mil voces calladas, resulta un auténtico misterio, no la física de las ondas estacionarias, sino cómo en esa materialidad algunos podemos atisbar el hilo que tensa el presente. Lo maravilloso no reside en que las voces se hallen impregnadas de divinidad, sino que lo divino resulte superfluo ante la magia de unas gargantas que, en el vacío sin sentido de un auditorio, sean capaces de enhebrar a todos los presentes en el hilo de la historia.

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2 respuestas a “NORDIC VOICES

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  1. 🙂 Es que ni la religio tiene que ver con la creencia en seres sobrenaturales, ni el misterio -los infinitos y maravillosos misterios cotidianos- tienen nada que ver con milagros y superstitios. Realmente pervirtieron tanto el lenguaje que han conseguido que haya que explicarlo casi todo, desde la virtus a la fides pasando por la pietas e incluso por desgracia, la sensibilidad frente a lo bello

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