ENSAYO SOBRE LAS DOS RUEDAS (xiii)

…….continúa…

Pasaporte al infierno

Sobre la bicicleta se monta Jano, el dios ambiguo, que nos ofrece el rostro sonriente de la actividad cardio-saludable, pero que también nos amenaza con el terror hipócrita del doping y el uso de sustancias prohibidas. Hemos alabado al ciclismo, al transporte en bicicleta, como una alternativa de vida con dimensiones políticas, pero a la vez, el ciclismo se ha convertido en un coto de caza injustificable.

Hace unos meses publiqué un pos titulado Contra el anti-doping, donde ofrecía mi opinión sobre la política del anti-doping. Allí me preguntaba lo siguiente:

El deporte, por tanto, al igual que el trabajo en una mina, o sentado todo el día en un despacho, puede socavar la salud de una persona si ésta no responde con actividades complementarias de recuperación y preparación, al nivel de gimnasia, medicinas, alimentación, etc. Rutinas de apoyo acordes con el deporte o trabajo que se realiza y que resultan imprescindibles para estar sanos y acometer las tareas con eficacia. Y el deportista, según su nivel y aspiraciones, tiene la obligación, para estar sano y poder competir, de cuidarse con la tecnología propia y adecuada a este fin: material deportivo, gimnasia de acondicionamiento, masajes, nutrición, complementos vitamínicos y minerales, sustancias facilitadoras de la recuperación, medicinas, ¿y doping?

Creo que el ciclista profesional es un trabajador y como tal debe cuidarse para mantener su capacidad vital, la fuerza de trabajo por la que le pagan. Y como en cualquier otra actividad laboral sujeta a riesgos y a competencia, el trabajador debe hacer todo lo posible para triunfar o que no le despidan.

Por un lado tenemos la actitud individual con la que todos afrontamos el trabajo asalariado, y que no es otra que la de intentar hacer lo que nos gusta, pero sin ofrecer demasiadas oportunidades para la explotación, o que lo que cobremos esté adecuado a lo que trabajamos. Pero por otro lado, y si reflexionamos un poco sobre el mundo laboral bajo el capitalismo, aplicable tanto a un ciclista como a cualquier otro trabajador, el sistema nos presiona para extraernos rentabilidad al más corto plazo, por lo que el objetivo de lo que debe ser la salud atribuible a cada tipo de trabajo resulta muy distinta según la definamos desde la perspectiva del empresario o desde la del propio trabajador. La ambigüedad del doping reside en este doble rasero.

Pero, ¿y si se demostrara que una sustancia dopante no empeora la salud del deportista? ¿Habría también que prohibirla? Sobre esta relación entre salud, integridad física del deportista y doping se ha escrito mucho. Recomiendo los trabajos de Moller que desmontó el mito del ciclista danés Knud Enemark, muerto aparentemente por doparse en los Juegos Olímpicos de Roma de 1960; de Dimeo sobre la muerte del ciclista Arthur Linton, erróneamente considerado como el primer caso de fallecimiento por doping, a finales del siglo XIX; de Denham sobre la supuesta muerte por drogas del futbolista Lyle Alzado en 1992; de Bernat López sobre las 18 muertes fulminantes de ciclistas belgas y holandeses acaecidas en la década de los años 80 del pasado siglo y que según aclara el investigador catalán, a través de un rigor académico inapelable, fueron erróneamente, y un poco malintencionadamente, asignadas al uso de EPO.

Creo que la actual política antidoping está poniendo en grave riesgo la salud de los deportistas. Les está privando de derechos humanos, jurídicos y laborales, atacando su dignidad, amenazándoles como si fueran delincuentes o drogadictos, exponiéndolos a unas sospechas y acciones de investigación propias de un Estado totalitario y policial. Y todo ello amparado en una hipocresía y una corrupción difícil de compaginar con la idea idílica del deporte que defienden espuriamente los guerreros contra el doping.

En lugar de ser atendidos médicamente de forma transparente, abierta y con todos los medios técnicos e higiénicos disponibles, las atenciones médicas se realizan a oscuras y en entornos poco sanitarios, con sustancias adquiridas en mercados negros con escaso control en cuanto a la fabricación, el transporte y el mantenimiento, obligados a utilizar no las mejores sustancias ni las que menor riesgo reportan, sino las más indetectables, enmascarando su uso con otras sustancias que pueden reportar indeseables efectos secundarios. Toda la reglamentación contra el doping se basa en la presunción de culpabilidad, se castiga en prevención de reincidencia y las medidas cautelares mientras dura la investigación resultan aberrantes y desproporcionadas.

Los procedimientos legales, policiales y deportivos para luchar contra el doping, en connivencia con los medios de comunicación de masas, no buscan la verdad, ni aspiran a asegurar la salud del deportista, no pretenden esclarecer todos los aspectos tenebrosos de este comercio ilegal y fraudulento donde lamentablemente impera la corrupción, el blanqueo de dinero y los intereses económicos, sino crear chivos expiatorios, mostrar a la opinión pública cabezas de turco, llenar grandes titulares, hacer mucho ruido con el objetivo de esconder otras vergüenzas, y por tanto, convertir al pelotón ciclista en un semillero de sospechosos donde el azar de una prueba o un pasaporte biológico entresacará a una de sus bolitas para exponerla a la opinión pública como estigma de la profesión y azote de herejes.

Quizás esta perspectiva que acabo de esbozar sobre el doping resulta poco habitual, pero creo que es útil, con objeto de aportar elementos de reflexión en torno al dopaje deportivo y su más evidente manifestación, la ideología del anti-doping. Deporte, salud, tecnología, dinero, moral, medios de comunicación, justicia, política, nacionalismo, todos los elementos de la modernidad se dan cita en el doping. Y advierto que hasta el momento las víctimas del dopaje han sido tanto la verdad, como los deportistas, tanto populares como de élite. La sociedad ha adoptado respecto al doping la típica solución maniquea. Ante un tema tan complejo no podemos responder con la hoguera y la captura del chivo expiatorio, tampoco escondiendo la cabeza. La hipocresía social al respecto supone uno de los mayores escollos a enfrentar en el camino hacia la salud y la justicia en el deporte, y en concreto, en el ciclismo.

…………continuará…

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