El Criticón, de Baltasar Gracián, se encuentra dividido en treinta y ocho CRISI(s). En cada una de ellas se cuenta, en tono alegórico y cierto sarcasmo, la relación entre Andrenio y Critilo, el ingenuo biempensante que encara con optimismo el descubrimiento del mundo en el que le ha tocado vivir, y su amigo apocalíptico -utilizando la terminología de Umberto Eco en Integrados y Apocalípticos-, que asiste escéptico al despliegue de una contemporaneidad cuajada de trampas, falsedades e injusticias.
Ya sea en el Imperio español del Siglo de Oro, en la sociedad de masas que nos describe Eco, la Atenas Platónica, la República de Cicerón o la posmodernidad, el talante, la disposición, el análisis y la respuesta que cada individuo le ofrece al mundo en el que vive se mueve entre esos dos extremos, el optimismo justificador e infundado de Pangloss y su contrario un tanto cenizo de Martín.
No creo que en el término medio resida la virtud. Pero tampoco negaré que entre el ingenuo y el escéptico, siento mayor simpatía por este último, aún cuando me deje seducir frecuentemente por el entusiasmo del primero ante las novedades y el fantasma del progreso.
Abro esta serie de entradas (posts) bajo el título de CRISI, porque deseo recuperar la dialéctica entre aquellos dos arquetipos -de mi conciencia- a los que a partir de ahora pongo a dialogar en estos «primores del entendimiento», que dijera Gracián de los capítulos (CRISI) de su obra, con la intención, tan conceptista y barroca, de «que en poco se diga mucho y bien». ¿O no?
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