Desconozco si alguien ha realizado la siguiente prueba. En un lugar lleno de gente, filmar su reacción al grito de ¡LIBERTAD!
Deduzco que podríamos clasificar a los presentes sólo en dos grupos en atención a su gesto o respuesta. Los que lo tuercen como si les hubieran mentado a la madre, como si debieran defenderse de un insulto o una agresión que no va a tardar en llegar. O los que sonríen, los que aprietan el puño y tienden a mirar al cielo con la esperanza puesta en un futuro mejor.
No creo que exagere al respecto. La palabreja continúa desatando pasiones extremas, a pesar de la tinta derramada en torno a su definición, y del hecho de que todos los credos políticos, ya estén un uno u otro extremo, han encontrado una descripción de libertad al gusto de sus ideales e intereses. Pero existen únicamente dos tipos de reacciones viscerales, instintivas, sobre las que quizás algún taxónomo pudiera avanzar una clasificación más prolija y variada de la humanidad y sus ideologías. Al grito de libertad sólo se puede reaccionar con temor o con algazara. No caben las sutilezas, las ambigüedades. A unas personas les asaltarán imágenes de desórdenes, asesinatos, de puro descontrol. Atemorizados por la idea de que existe demasiada libertad, tenderán a huir o a pedir ayuda a algún tipo de ángel tutelar. Nadie reniega, evidentemente, de la libertad individual, nadie desea ponerse grilletes o que se los pongan, pero a estas personas el instinto les lleva a querer proteger a la sociedad de tanta libertad, porque piensan que gran parte de los problemas derivan del mal uso de la libertad, de que alguien debería ordenar la libertad por el bien de la humanidad.
Otras, sin embargo, creen que el principal problema social reside precisamente en la falta de libertad, y que un mayor y mejor ejercicio de la libertad resultaría imprescindible para avanzar en el camino de la justicia. Cuando oyen el vocablo, lejos de atemorizarse por el desorden, se les encienden los ojos soñando con cadenas rotas, con la explotación desaparecida, en el poder deshecho y la opresión reventada. Como ahogados a los que se les enciende una luz en la superficie del mar, estas personas creerán que los grandes escollos para la creatividad, para la cooperación y la eficacia derivan de la falta de libertad.
Unos creen que los abusos de la libertad resultan más temibles que los de la autoridad. Otros, que el poder que coarta libertades resulta mucho más temible que el desbocado de la pura libertad. El dueño temerá que el esclavo pueda utilizar la libertad para rebanarle el cuello. ¿Pero cuál sería, en cambio, el verdadero sueño de libertad del esclavizado? Tememos y anhelamos en función de si estamos pisoteando o de si somos pisoteados. Pero más allá de nuestra posición particular en el escalafón social, el escalofrío que a todos nos recorre el cuerpo, cuando oímos esta palabra mágica de la libertad, dependerá también de cómo idealizamos a la sociedad, del concepto que tenemos de nuestros semejantes, del mayor o menor aprecio que sintamos por sus capacidad para cooperar, confiar y vivir en comunidad.
En algunos momentos de mi vida me tienta la idea de realizar la prueba, con mis amigos, con mis compañeros de trabajo, con mis familiares. Puedo adelantar sus respuestas, o al menos eso creo, porque creo detectar, por otras características de su personalidad, si su reacción será temerosa o esperanzada.
¡LIBERTAD!
¿Tú qué gesto pondrías?
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