Muchas veces la ciencia ha desembocado en el absurdo. Lo que demuestra que nuestra capacidad para imaginar sistemas que expliquen no sabe coordinarse demasiado bien con la lógica que nos ayuda a deducir conclusiones. Cuando la imaginación y la lógica alcanzan uno de estos puntos de no acuerdo, y han sido muchos y muy relevantes en la historia del pensamiento, uno de los recursos más sorprendentes ha consistido en darle la vuelta a la realidad e imaginar un mundo al revés. ¿Y si la tierra, al contrario de lo creído hasta ahora, girase en realidad alrededor del sol?
La poseía conceptista del barroco usó este procedimiento de forma casi extenuante, amor que da vida, pero también muerte, y otras cosas por el estilo. Casi cualquier texto de aquella época está cuajado de estas complejas elaboraciones basadas en el contraste y en el aparente absurdo de mostrar la tesis y la antítesis como igualmente veraces. En esto Gracián alcanzó cotas difíciles de superar: “lo que me acarreó de males las riquezas, me restituyó en bienes la pobreza”. ¿No nos dice la física cuántica que un electrón está y no está a la vez en el sitio que comparte con otros?
Pero el procedimiento, simple y tonto, realmente funciona, porque darle la vuelta a una evidencia, o a un hecho probado, o a una verdad moral y generalmente aceptada, y verla del revés, al contrario de la opinión general y de la nuestra propia, arroja una luz nueva sobre la realidad. Recuerdo muchos pensamientos de Nietzsche elaborados de tal guisa, pero también aquella poesía de José Agustín Goytisolo y que Paco Ibáñez cantó sobre el príncipe malo, el lobito bueno, la bruja hermosa y el pirata honrado “todas estas cosas había una vez, cuando yo soñaba un mundo al revés”, o la canción popular de “vamos a contar mentiras tralará”.
Uno de esos lugares comunes que uno se encuentra cuando leemos sobre qué es el arte consiste en concebirlo como imitación de la realidad. Y por tanto, que el arte lo que pretende es reflejar o sublimar la belleza que ya se encuentra en la naturaleza y que el artista intenta llevar al lienzo, al poema o a la canción: la sabia y sensible mirada del artista sería como un radar en busca de belleza, un artesano que tras haberla encontrado, sería capaz de transmitírsela a la materia con la que trabaja para realizar un artefacto que en cualquier salón, museo u ocasión será capaz de comunicarle al espectador la belleza de aquel momento único de iluminación que el artista supo encontrar en la naturaleza cuando fue inspirado por ella.
Y he aquí que llega Hegel y nos dice que la belleza no existe en la naturaleza y que resulta que es la obra de arte precisamente la que dota de auténtica belleza al mundo natural: que únicamente seremos capaces de admirar el mundo como algo bello si previamente hemos caído subyugados por una obra de arte.
No sé qué pensamiento me parece más apropiado, si prefiero al artista mentiroso de Hegel o al testigo fidedigno de la tradición. Pero de lo que sí estoy seguro es que este tipo de pensamiento paradójico nos permite razonar sobre la realidad con mayor libertad, sutileza y diversidad. Porque realmente existen muchas cosas feas e injustas en este mundo, ¿pero lo son únicamente porque cierto tipo de arte se regodea en la belleza vuelta del revés?
Y es que las cosas bonitas también pueden hacer cosas pero que muy feas, ¿o no?
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