
Hace casi cuatro años que vivo en el barrio de Chamberí. Y el primer lugar que me llamó la atención entonces, cuando empezaba a pasear por sus calles ya como un vecino, fue METALIBRERÍA, que abría su pequeño escaparate entre la peluquería Cisne y el mesón de El Segoviano.
Entonces desconocía que me convertiría en amigo de José Luis, no tanto por nuestra relación de intimidad, que nunca la tuve, sino porque entró a formar parte de ese grupo de conocidos con los que habito mi pequeño Jardín epicúreo. Pero José Luis ha fallecido, el martes, y siento como si una parte del barrio hubiera también desaparecido, aquella por la que paseaba con más intimidad, agradecimiento y alegría.
Hace un año le dediqué unas palabras en mi blog, en CRISI /diez y seis/. Decía entonces:
En todos los amores, las circunstancias, el lugar, el ambiente aportan su aquello, en este caso METALIBRERIA, una tienda que sólo vende libros de ensayo, pensamiento, filosofía, una rara avis en el corazón de Chamberí y que desconozco a qué benevolentes designios debe que se pueda mantener como un emblema del pensamiento y la crítica.
Y allí habitaba José Luis, no como un ratón de biblioteca, porque era grande y fuerte, y porque no se escondía, sino que desde su mesa, situada de frente a la entrada, te daba la bienvenida siempre con una amplia sonrisa que te animaba a la conversación.
Aquel libro que yo comentaba hacía un año en mi blog hablaba del deseo, y el último que le compré, de la libertad. Entre el deseo y la libertad se mueven nuestras vidas. Ahora sólo quiero que a su familia le alcance el consuelo, esa tranquilidad de ánimo que sólo la filosofía sabe ofrecer.
Conversábamos de Walter Benjamin, sobre el que hizo su tesis doctoral, también trágicamente muerto en unas circunstancias muy diferentes. Y hacía poco me enseñó el último libro que había publicado su editorial, Solus Locus, de Schopenhauer sobre el arte y la música, sabedor de que andaba yo escribiendo también sobre las difusas fronteras del arte.
Quiso poner sobre su mesa unas tarjetas mías, de mi proyecto de los califactos, y allí las vi el último día que le encontré con vida, hace una semana. Pero no pudimos hablar apenas, muy bajito porque ese día había charla, sí, porque José Luis no sólo vendía libros, sino que también organizaba tertulias, encuentros, reuniones y conferencias, una vida dedicada más que a difundir la filosofía, a fabricarla y a vivirla.
Adiós, José Luis
STTL
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Gracias por haberte conocido
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