
Desde «Purcell y Compañía» no había escrito sobre los conciertos a los que he asistido. Ha habido de todo: la clase magistral de Jesús Torres sobre la música para percusión, los fados de la cantante portuguesa Cristina Branco, el jazz de China Moses, las Vísperas de la Beata Vergine de Monteverdi, Il Giardino Armónico interpretando un monográfico de Telemann y el concierto que nos ofrecieron en el Museo Reina Sofía el Cuarteto Granados y la soprano Alicia Amo.
En retrospectiva advierto la diversidad de géneros y abordajes del fenómeno musical. Coloco a Monteverdi en el ojo de este abanico tan variopinto. Fue un concierto que siempre recordaremos los que tuvimos la suerte de presenciarlo. Ese reino tan especial de la voz y de la palabra que creó el músico cremonés brilló en la sala sinfónica del Auditorio Nacional de Música con extraordinaria variedad de intensidades, las que fueron capaces de desplegar los solistas del coro Balthasar Neumann dirigidos por T. Hengelbrock. La soprano Alicia Amo estuvo con ellos, así como también fue la protagonista del segundo cuarteto para cuerdas y voz que A. Schoenberg terminó de componer en 1908 y que fue interpretado en el Museo Reina Sofía, acompañado por otros dos cuartetos excelentes, los de los compositores Gustavo Díaz-Jerez y Jesús Torres. Parece un tópico, pero en este caso la obviedad se materializa en un cuarteto que marca un antes y un después, al menos en la música del compositor austriaco, entre su fase postwagneriana y cada vez más cromática, y la del atonalismo que comienza en su tercer movimiento, precisamente en el que por primera vez la soprano va desgranando los versos expresionistas de Stefan George.
En ese concierto recordé también la magnífica charla que Gustavo Díaz-Jerez nos ofreció en la Universidad Complutense de Madrid sobre su cuarteto «Critical Strip», y en la que apareció, con total naturalidad, el complejo y apasionante mundo de la matemática aplicado a la generación de materia prima sonora, algo no tan extraño y singular si recordamos ciertos momentos de la evolución de la música, y en la que siempre han estado presentes las matemáticas y las combinatorias armónicas y rítmicas.
Telemann, sin embargo, me dejó un tanto frío, quizás porque no siempre los oyentes asistimos a los conciertos con el ánimo y la receptividad adecuadas. El grupo que dirige tan magnéticamente el flautista italiano G. Antonini desplegó virtuosismo y pulcra interpretación, que sin embargo no logró emocionarme, no sé muy bien si a consecuencia de la materia musical del prolífico compositor barroco alemán o por mi escasa receptividad aquel día.
No fue esta la causa, sin embargo, de que el concierto de China Moses me dejara tan huérfano de emociones. Pocas veces el auditorio se ha sentido tan ajeno a una intérprete, que en los discos que yo había escuchado era capaz de desplegar unos recursos expresivos que no supo reproducir en la sala de cámara del Auditorio Nacional de Música. Muy diferente de la actuación de Cristina Branco, que nos emocionó con su voz cálida y expresiva, con su mezcla de tradición e innovación, con el perfecto maridaje que su voz mantuvo con los tres instrumentistas que la acompañaron.
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