No temáis, que no voy a hablar de la conocida novela de Stendhal, ni del anarquismo, cuyos colores rojo y negro le sirvieron de emblema. No. Escribiré del barro, que ayer aprendí a distinguir no sólo en su variado colorido, sino también textura. 4 horas en bici intentando mantener el equilibrio dan para mucho, y ayer en Riaza sin quererlo superé un curso de conducción de bicicleta de montaña sobre barro y ríos de lodo.
Desde el miércoles anunciaban en las páginas de información meteorológica que el temporal de frío iría remitiendo a lo largo del fin de semana. No fue así. El domingo en Riaza hizo mucho frío, y la llovizna heladora nos acompañó durante toda la prueba. Se dio la salida con 1ºC de temperatura, y bajo un cielo encapotado y con niebla en los tramos altos, esta fue nuestra compañía durante nuestro pequeño infierno del domingo.
Sabiamente la organización modificó el recorrido. No nos eliminaron los puertos de montaña, pero sí, según me dijeron, un bucle de unos 5 km que estaba totalmente encharcado e imposible de atravesar con bicicleta. A pesar de esa reducción del recorrido, creo que esta edición del maratón de bicicleta de montaña ha debido de ser el más duro hasta la fecha. Las noticias hablan de marcha épica. No creo que llegara a tanto, pero sí que fue muy exigente.
Y aludía a lo de los colores rojo y negro, y también amarillo, porque ayer domingo 19 de mayo pude comprobar in situ lo que los mapas geológicos de la zona afirman, que en el entorno de Riaza se produce la confluencia de ciertos sustratos geológicos bien diferenciados, cuya erosión y desintegración da pie a varios tipos de arcillas, la arcilla roja y la gris, incluso la amarilla, con las que ayer nos enfrentamos los que pedaleamos por estas serranías del sistema central.
No hubo que atravesar muchos ríos, yo conté 4 pasos, pero ayer el mundo era un río. Gran sorpresa de la jornada: a unos 5 km de la salida atravieso una pequeña vaguada que desemboca en una cuesta, pongo el plato pequeño, y zas, la cadena “chupada”, intento mantener el equilibrio, imposible hacerla rodar, pie a tierra y a empujar 100 metros la bici cuesta arriba. En toda la carrera no conseguí meter el plato pequeño sin que la cadena se retorciera y enredara. Un calvario subir dos puertos y superar tanto repecho exigente tirando de plato con un desarrollo que me impedía desplegar mi famoso “molinillo” de cadencia elevada. Tocaba tirar de riñones y destrozar cuádriceps de pie sobre la bici. Por esta avería consecuencia del barro y de la humedad, y quizás también del material, hube de penar, y creo que al final ya de la carrera me vi forzado a ceder unos 5 puestos de la clasificación general de la carrera. ¡Pena negra!
No conseguí ponerme delante en la salida, pero para mi sorpresa, a los pocos minutos me situé a unos 50 metros de la cabeza, un compacto grupo de unos 10 ciclistas que subían las primeras rampas a ritmo no demasiado exigente. O eso me pareció a mí. A los 15 km de prueba me pongo a la altura de un compañero al que le pregunto por los ciclistas que llevamos delante, y al contestarme que sólo 10, me pongo como una moto, me encabrito, tiro de plato, y adelanto a dos ciclistas más que sufrían hundidos en el barro de una rampa de fuerte pendiente. “¿Iré octavo?”, me pregunto. A los 30 km un voluntario apostado en un cruce de caminos me dice que voy muy delante y que muy pocos ciclistas han pasado por allí. Al poco comienza la ascensión del primer puerto que desde los 1.100 metros llegaba hasta los 1.500 aproximadamente. Afortunadamente las pendientes no eran muy pronunciadas, pero el barro lo hace difícil, y sobre todo, la mala sangre, la cadena que sigue sin funcionar correctamente cuando engrano el plato pequeño. Me adelanta un ciclista, otro. Pero en la bajada, doy cuenta de uno de ellos, y me voy al suelo en uno de los zigzagueos. Sin consecuencias porque caigo sobre una piscina, y apenas pierdo tiempo, aunque salgo con el codo derecho algo magullado, pero con el corazón caliente por las emociones.
Aprendí ayer muchas cosas, primero a sobreponerme a una avería y afrontar el reto con una estrategia alternativa a la mejor posible, y la segunda, a entender el desigual comportamiento que la bici mantiene al enfrentarse a los diferentes tipos de barro, que afortunadamente poseen colores tan fácilmente discernibles, el rojo, pegajoso; el amarillo, blando y falso; y el negro, deslizante.
Y alcanzo el kilómetro 60, el segundo puerto, que asciende hasta los 1.600 metros, muy duro, sobre todo el tramo final, 2 km inhumanos de enorme pendiente con mucho barro negro, raíces, piedras, y un auténtico río de lodo que discurría ladera abajo. Una delicia. Evidentemente, no fui capaz de encaramarme con el plato mediano, así que me lo tomé con calma, me puse de acuerdo con mi bici y me la subí a la espalda y a trotar un kilómetro por el escarpe. Una pareja de guardias civiles mimetizados entre la floresta me miran y murmuran un tanto atónitos. Afortunadamente, todavía me dura algo del estado de forma de la carrera a pie, por lo que no perdí mucho tiempo en la ascensión.
El último tramo, un descenso con trialera incluida, que atravesé a buena velocidad y con pericia, a pesar del suelo deslizante. Pero lamentablemente en los pocos repechos que quedaban, y ya con escasas fuerzas, al no poder acoplar el plato pequeño, 3 ciclistas avezados aprovecharon mi debilidad técnica para darme alcance y superarme, dejándome en el barro jurando en arameo por mi mala suerte. Al final, puesto 15 de la general, entre unos 350 ciclistas que acabaron la prueba. Contentísimo. Gracias al entrenamiento he logrado alcanzar un nivel de bicicleta inaudito para mí, lo que me da confianza para afrontar las pruebas ciclistas del resto del calendario hasta el mes de agosto.
Otro elemento afortunado ha sido la adecuada respuesta de mi metabolismo de consumo de grasas. Ya hace más de un año que alteré mis rutinas de entrenamiento y de nutrición con el objetivo de adaptar mi cuerpo mejor a las pruebas de larga duración, para las que se hace imprescindible confiar en el consumo de grasas. Tanto en la marcha de Colmenar de hace un mes, como en ésta de Riaza (en torno a 4 horas de prueba), he conseguido rendir adecuadamente, sin pájaras, con apenas 500 ml de isotónico, un gel y un plátano, cosa sorprendente habida cuenta de mi experiencia anterior en este tipo de pruebas.
He de felicitar a la organización de la prueba por lo bien señalizado del recorrido. No era un día fácil, sobre la marcha tuvieron que alterar el circuito a causa de las condiciones meteorológicas tan adversas de los últimos días, pero tanto las señales fijas como el trabajo de las personas dispuestas por la organización en los cruces o zonas conflictivas, fue intachable, lo que hizo que jamás tuviera dudas de por dónde debía avanzar, a pesar de que fui solo gran parte de la prueba, y de que la visibilidad en algunas zonas, como consecuencia de la niebla, tampoco era muy buena.
Anécdota. Los ciclistas parecíamos indios de diversas tribus, según los diferentes tipos de barro nos hubieran pintarrajeado la cara. Algunos parecían auténticos retratos al óleo. Yo al principio me quedaba muy sorprendido, pensando “¿cómo se ha puesto éste?”. Pero al poco caí en la cuenta de que yo también debía ofrecer igual impresión. Bicicleta, ropa, casco y cara cubiertos de distintas capas de barro rojo y negro, también amarillo, que ayer dejaron atorados los filtros de mi lavadora y mi bañera. Barro.
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Pero bueno, que agradable sorpresa, si tenemos un «indurain» en ciernes, lo que engañan las apariencias. ¡ si eres un pecho toro! porque la prueba la vi la semana pasada en telemadrid, que comentaron tres ciclistas que iban a hacer una «marchita» por la sierra. Enhorabuena.
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Genial el post, muy bien retratado lo que nos encontramos en riaza, yo con tanto barro partí la cadena y le tuve que hacer un mal apaño, pero bueno, y enhorabuena por el resultado.
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Gracias, Jose. Lamento tu fallo mecánico, pero fue una buena experiencia, para recordar al calor del fuego y contárselo a los nietos, pero espero no repetir en iguales condiciones.
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