RUI VALDIVIA
En el año 2010 Ediciones La Discreta publicó el trabajo ganador del premio de novela corta “Villa de Colmenar”, El Tour de Francia y las magnolias del doctor Jekyll, escrita por el vallisoletano Vicente Álvarez de la Viuda.
Mistral, mítico e imaginario ciclista con nombre de viento, se enfrenta al pelotón real de la Grande Boucle, en un duelo que trasciende lo deportivo, de un fantasma extraordinariamente dibujado por el escritor Vicente Álvarez, que con gran osadía introduce la figura de este ciclista inventado entre las gestas de Ocaña, Mercks, Zoetemelk o Hinault. Lo hace fornido, apuesto, madrileño, emigrado de niño a Suiza, ganador de dos giros y casi de un tour. A mí me recuerda la figura del corredor suizo Hugo Koblet, ganador del giro del año 1950 y del tour del siguiente, apuesto atleta que se peinaba antes de entrar vencedor, y al que motearon de pedaleur de charme. Como a Mistral, la fama, la vida disipada, el gusto por el lujo, y sobre todo, el amor, los hizo perecer, a Koblet en un accidente de coche al que se calificó de suicidio cuando apenas contaba 39 años, y Mistral, pues nadie mejor para narrarlo que esta novela que tanto me ha gustado y que recomiendo.
Estamos ante un homenaje al mundo del ciclismo, el autor proclama por cada poro su amor a este deporte, y su modo de contarnos las gestas, los retos y desafíos, las auténticas heroicidades de estos forzados de la carretera, sus sacrificios, las grandes victorias y por supuesto, las derrotas, resulta emotivo y claramente aleccionador de la humanidad de un deporte casi inhumano, que se desarrolla al límite de lo soportable por el cuerpo y el espíritu.
Los grandes puertos surgen como gigantes, el Alpe d’Huez, el Galibier, el Tourmalet, el Mont Ventoux, y por supuesto, el Gavia. Álvarez nos describe sus curvas, sus pendientes aterradoras como escribiría sobre la piel arrugada de un viejo o la suavidad de un rostro femenino admirado, resaltando la belleza, pero también el pavor, el espectro de una muerte, del accidente que se apuesta tras cada curva.
La narración del descenso del Gavia en la edición del Giro del año 1988 resulta ilustrativa, sobre todo, las palabras puestas en boca del vencedor, Andrew Hampsten:
“No estaba seguro de cuánto tendría que sufrir, pero sentía que todos nosotros íbamos a sobrepasar nuestros límites para franquear el Gavia (…) Dejé de pedirle a Dios que me ayudara, ya me había ayudado bastante dándome el privilegio de competir. En vez de esto empecé a especular lo que estaría dispuesto a negociar si el diablo aparecía”
El libro está construido como una trama policial o detectivesca, y utiliza la fórmula clásica del buscador amateur de pruebas y pistas a lo largo de un viaje que le lleva a conocer a las personas que influyeron en la vida del héroe Mistral. Los personajes, por tanto, son descritos con maestría en dos momentos temporales, el de la gesta del mítico ciclista, y unos años después, ya retirados del mundo del ciclismo, arrumbados por la historia. El acierto del autor consiste en haber sabido hilvanar una trama imaginaria de fantasmas entre las fisuras de la realidad ciclista de los primeros años 80 del pasado siglo, donde acciones reales e inventadas se entreveran con agilidad y coherencia.
Por tanto, estamos ante una novela deliciosa para cualquier practicante o enamorado de este deporte tan baqueteado por la hipocresía de la droga y el doping, pero también una novela muy recomendable por sus intrínsecos valores literarios.
La plástica del ciclismo ha sido resaltada desde sus comienzos. El primer tour fue organizado por una revista deportiva, y el grafismo, la imagen del luchador sobre la máquina rodeado de un paisaje despiadado de asfalto, pavés, polvo y mucha naturaleza, ha acompañado siempre la imagen de este deporte tan sacrificado. El archivo histórico fotográfico asociado al ciclismo resulta elocuente. Y ya más recientemente las magníficas retransmisiones televisadas con gran despliegue de cámaras y de tomas donde se mezclan el desafío y unos paisajes espectaculares. La novela también intenta adentrarse en esta iconografía, y nos ofrece vívidas descripciones de estos momentos inmortalizados por la cámara.
De forma obligada el autor ha tenido que elegir y entresacar, del infinito anecdotario ciclista, una selección restringida de hechos históricos en los que enmarcar la trama. Nada que objetar a los elegidos, y alabable la forma original de rememorarlos. Nada que criticar por el hecho de que no haya incluido algunos otros que al lector conocedor del mundo ciclista le hubiera gustado ver plasmado en la novela. El autor está obligado a seleccionar y lo hace, cómo no, como le da la gana. Y el resultado salta a la vista por lo bien conjuntado que está todo.
A mí hay dos episodios o historias que siempre me han deslumbrado, por su humanidad, por darse en el mundo del ciclismo, pero trascendiéndolo como ejemplo para la vida. La novela las rememora. Me refiero a dos momentos de las vidas del ciclista español Vicente Blanco, y del italiano, Bartali.
Blanco fue el primer ciclista español en participar en el Tour de Francia, en el año 1910, pero tuvo que abandonar tras las primeras etapas. Sendos accidentes laborales en la metalurgia le hicieron perder ambos pies, pero a pesar de ello se erigió en uno de los mejores ciclistas españoles del momento. Su pasión por este deporte y por superar su minusvalía, le llevaron a protagonizar la gesta de ir hasta Paris en la propia bicicleta con la que iba a participar, llegó el día anterior al de la salida y con la bicicleta tan deteriorada y él mismo tan mermado y enfermo, que apenas pudo aguantar los primeros días.
Gino Bartali resulta conocido, entre otras razones, por ser el gran contrincante de su compatriota Fausto Coppi, por poseer una personalidad y unas creencias que la prensa y la historia han destacado como opuestas al del otro mito italiano de la bicicleta. Bartali, católico y conservador, permanece en la iconografía ciclista ofreciéndole agua a Coppi en una dramática ascensión al Gallibier antes del ataque de éste para llevarse finalmente el tour del año 1952. Pero Bartali fue un héroe callado que jamás desveló en vida su actividad humanitaria durante la II Guerra Mundial. Amparado tras su fachada de ciclista famoso que se entrena protegido por el régimen de Musolini, utilizaba sus recorridos para ser correo de una organización clandestina de falsificación de pasaportes de cientos de judíos que así pudieron escapar de la persecución fascista.
Sin embargo, existen unos hechos en esta relación que el autor no menciona y que pueden servir para comentar otro de los rasgos definitorios del ciclismo, y en general de los deportes de resistencia y gran sacrificio, cual es el tema del doping o del consumo de sustancias fortificadoras y recuperadoras. Bartali no podía entender el éxito, a veces tan abrumador, que Coppi cosechaba en algunas etapas, por lo que siempre sospechó que su compatriota estaba ingiriendo sustancias dopantes, que resulta necesario admitir, entonces no estaban prohibidas. A diferencia de Bartali, Coppi acompañaba su vida privada desordenada con una programación muy rigurosa de su dieta y entrenamiento, a pesar de lo cual Bartali acabó obsesionado por descubrir el secreto de Coppi, no para denunciarlo, claro está, sino con el propósito de imitarlo. Llegó incluso a husmear clandestinamente en las papeleras de las habitaciones donde su compañero dormía, y a buscar con desespero los bidones de líquido desechados en las etapas y que después mandaba analizar, y en los que únicamente pudo encontrar bicarbonato.
El ciclismo es un deporte de extrema dureza. A las crueles etapas diseñadas por despiadados directores de psiquiátrico, se le suma la que pone la propia carretera, las condiciones climatológicas y el afán de superación y competitividad de los ciclistas. Por ello, la historia del ciclismo no se entiende sin el consumo de drogas y sustancias dopantes, con los objetivos de hacer soportable el dolor y predisponer al cuerpo para realizar sacrificios extrahumanos. El doctor Leman, alrededor del cual gira buena parte del misterio e intriga de esta trama, que controla los garitos de diversión, drogas y sexo de Ibiza y que extiende sus redes alrededor tanto del que narra como del resto de los personajes imaginarios del relato, desempeña en cierto modo el papel del proxeneta que explota a los ciclistas profesionales en su afán de vencer y doblegar al destino.
En fin, el mito del ciclista, del esfuerzo inhumano, de las grandes gestas y de las derrotas meritorias y ejemplarizantes, todo un universo de grandeza que gira alrededor de unos ciclistas profesionales cuyas leyendas han sido magnificadas por el patriotismo y los medios de comunicación, podríamos afirmar que inventadas o imaginadas en el espíritu colectivo no sólo de los aficionados sino también de sus naciones, y que la novela sabe exponer en una trama un tanto paranoica donde realidad y sueño acaban por fundirse en las alucinaciones de sus dos personajes principales, el buscador de Mistral, Brindisi, y el doctor Leman.
Un libro con el que no sólo disfrutarán los aficionados al ciclismo, porque más allá de las historias o las gestas deportivas, ante nosotros tenemos una auténtica novela, bien escrita y muy amena, plenamente recomendable.
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Hola juan, soy ana diaz me ha encantado tu comentarios «ciclista», mi chico pequeño David, es un forofo de la bici, sin ir mas lejos este pasado viernes se fue con unos compañeros hasta colmenar ida y vuelta, y dice que era un paseito. le he reenviado tu correo. besos
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Gracias juanma por tus bellas palabras. e has dado una buena idea para regalar este libro a Paquito. Un saludo y sigue deleitándonos con tus letras ya que apenas nos vemos. Animo y suerte en tus entrenos
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Supongo que eres María José, lo digo por lo de Paquito.
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