Metáforas del poder

Las metáforas del cuerpo se asemejan a las del organismo social. En la portada del Leviatán, Hobbes nos muestra que el alma que rige la mente y que a su vez centraliza las decisiones de todas las células del cuerpo humano se asemeja al soberano que anima el gobierno de la masa humana que le obedece.

La ciencia de la biología ha seguido su curso desde entonces, sobre todo la rama de las neurociencias, y se comprueba que el símil del robot cuya CPU controla todos sus mecanismos inferiores ya no se sostiene. En ningún animal existe una unidad central especializada encargada de enviar órdenes a todos los rincones de su cuerpo. Más bien estamos formados por múltiples módulos de proceso que se coordinan entre si y cuyas partes constitutivas poseen una gran autonomía. La idea de que todas las células envían información a un núcleo ubicado en el cerebro y que en función de un programa preestablecido decide soberanamente la respuesta no posee ningún valor científico.

La homeóstasis se asegura por un juego complejo y adaptado evolutivamente entre altas dosis de independencia y múltiples conexiones a todos los niveles, donde evidentemente el cerebro posee funciones imprescindibles. Pero también al nivel de este órgano rector hemos de someter a crítica la visión tradicional, porque el cerebro está formado por diversos módulos cuya aparición ha sido sucesiva a lo largo de la evolución de forma bastante pareja entre el ser humano y el resto del reino animal. Ninguno de nuestros módulos cerebrales posee originalidad, ninguna función exclusiva, sino que la especificidad humana se define más bien por el grado y la intensidad, por el tipo de coordinación que hemos alcanzado evolutivamente, y no porque en algún momento surgiera en  nuestro cerebro algún órgano o módulo especial y capaz de dotarnos de unas funciones que hasta ahora no se encontraban en ninguna especie animal.

La poesía política que describe a la sociedad debe volverse a escribir utilizando estas nuevas metáforas. En el cerebro humano no cabe todo el cuerpo humano, la totalidad de todas sus células –ni en ningún gobernante, sabio o partido-, como tampoco precisa para funcionar adecuadamente ningún vínculo trascendente con nada que vaya más allá de los procesos bio-químicos que están presentes. Absolutamente todas las funciones humanas, incluso las más excelsas del procesamiento lógico, estético, sentimental o social, la misma auto-conciencia, se explican por las redes electroquímicas que nos envuelven e integran. Ya es hora de que la narración y la aspiración política se inspiren en esta metáfora científica.

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