Libros por la calle

No puedo resistir la tentación de leer en el metro todos los carteles de la campaña «Libros a la calle«, en la que se reproduce un fragmento de una obra literaria junto con una ilustración alusiva. Aunque las haya leído cien veces siempre acabo leyéndolas otra vez, como si fuera la primera vez, porque nunca he podido eludir todo cartel, anuncio, rótulo que estuvieran al alcance de mi mirada. Desde que era pequeño, siempre tuve que leerlo todo en voz alta para que todos me escucharan.

Pues acabo de toparme con un texto de Rafael Chirbes que ya había olvidado y que reproduzco porque expresa escueta y gloriosamente algunas de las cosas que he deseado expresar en los dos últimos capítulos de «En las fronteras del arte«, acerca de la relación entre el consumo simbólico de las mercancías y la construcción de nuestras subjetividades.

Hay que aferrarse a los pocos principios que nos quedan. Que el arroz de la paella tenga su socarrat, el foie gras y las trufas vengan del Périgord y el vinagre sea de Módena. —Ahora bromea—. Los nuevos principios, el último asidero, nos sirven para elegir el vino, los palos del velero y la munición para la caza. Ahí se ha quedado la ética y la estética, que ya sabemos que suelen ser lo mismo. Tu ética es el traje que usas, los zapatos que calzas, el vino que bebes, y si eliges un pescado recién capturado o un taco congelado de fletán que viene de donde Cristo perdió el gorro entre acantilados de hielo.

Y por supuesto, que seguiré leyéndolo todo porque siempre aparecen joyas que hay que rescatar.

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