En el fondo, la explotación en el trabajo consiste en un robo de tiempo. Siempre fue así, pero las alegorías de la oferta y la demanda en el mercado del trabajo, o más recientemente sobre la ética del emprendimiento en el capitalismo cognitivo, han creado una cortina de humo en torno a esa realidad universal y transhistórica: de que la explotación se basa realmente en robarle tiempo al prójimo. El marxismo realizó una contabilidad de este tiempo enajenado (plusvalía), y sucesivos desarrollos de esta idea, en conjunción con el tiempo de ocio, sirvieron para entender la sobreproducción capitalista inherente a un sistema que reduce el tiempo de disfrute en relación con la eficacia productiva del tiempo robado de trabajo, y que por tal razón provoca ese absurdo tan siniestro e injusto de que la sobreproducción se dé en conexión con la escasez.
Pero el tiempo que se puede contabilizar, el de las matemáticas y el de la economía, no es el único tiempo que existe. Si fuera así, resultaría imposible poder superar la escasez de tiempo, que acontece siempre que ese tiempo cuantitativo, continuo y homogéneo, no puede expandirse para disfrutar o consumir los bienes o las situaciones que hemos sido capaces de producir. Los griegos no sólo lo sabían, sino que practicaban la experiencia del tiempo dilatable y cualitativo, ese tiempo al que denominaron kairós, y que no puede robarse, porque es el tiempo en el que producción y consumo se confunden en un mismo ritual creativo y vital.
En cierto modo, la experiencia del kairós resulta similar a la de la durée o el tiempo relativo bergsoniano, que tanta importancia tuvo en el existencialismo o en el postestructuralismo, y también en la hermenéutica. Gadamer identificaba este kairos con el tiempo de la fiesta, del rito, de las ceremonias y del arte, es decir, con esas experiencias en las que parece que el tiempo matemático no discurre, o lo hace a otro ritmo, o también con esos otros momentos de creación en los que el tiempo parece fluir, en los que el discurrir del tiempo parece gobernado por un reloj interno de memoria e imaginación al que le repelen los segundos y la sincronía de los diapasones. Julio Cortázar lo expresó magníficamente en “El perseguidor”, cuando el músico Charlie Parker nos muestra cómo los minutos del tiempo oficial del concierto se convierten en las horas privadas y creativas de los intérpretes y de los oyentes activos.
El tiempo absoluto es el de la máquina y sus engranajes. Por eso nos resulta tan complicado entender que una sociedad pueda fluir al margen de la maquinaria, que los individuos puedan satisfacer sus necesidades sin tener que aherrojar su tiempo vital con el tiempo del sistema y de sus máquinas de producción material y reproducción social, que el aprendizaje vital se tenga que realizar en esas máquinas de educación y adiestramiento que son las aulas escolares, engranajes todos ellos que generan un tiempo común para todos, una dinámica en la que los actos se cuantifican en la misma unidad y que suprimen los kairós de cada trabajador y de cada aprendiz.
¿Cómo escapar del tiempo de la máquina? ¿Cómo hacer que el kairós cobre cada vez más importancia? Han existido varias estrategias revolucionarias al respecto. Uno de sus tipos, que podría denominarse del sabotaje o del cortocircuito, consistió en destruir violenta y activamente el tiempo del sistema con el objetivo de liberar a la sociedad de esa opresión fatal. Que los trenes no fueran puntuales, que los trabajadores no coordinaran su tiempos de producción, que la maquinaria no impusiese el ritmo social, o mejor aún, que no hubiera un ritmo o un compás social marcado por una clase de explotadores. Esta estrategia consistiría en negar lo que nos define, en afirmar lo contrario, y por tanto, en acabar sucumbiendo a la imagen especular a la que deseamos negar. La contrarevolución y el regreso violento al tiempo que se intentó derribar, ha sido casi siempre el resultado que históricamente ha caracterizado este tipo de sabotajes.
O estrategias de desconexión o pasividad, de intentar crear un entorno al margen del sistema y en el que el tiempo discurriera de forma independiente. Quizás en épocas en las que existían zonas desconectadas, lugares de posible aislamiento, ello fuera una estrategia plausible, pero tras la época imperialista del capital y la globalización, el recurso a la desconexión carece de validez operativa, sobre todo, de capacidad para elaborar estrategias alternativas, de crear tiempos autónomos y libres que puedan servir de ejemplo para una sociedad futura. En cierto modo, la desconexión supone también una negación del propio ser, que de este modo se retrae en las fisuras del sistema y de su tiempo, a los lugares distópicos a los que el sistema arroja a los marginados, o a esas islas de paz que sólo los más afortunados pueden elegir con el tiempo que previamente nos robaron a todos.
Por tanto, están los revolucionarios del cortocircuito y el sabotaje, que coinciden en muchos casos con aquellos que desean transformar la máquina de acuerdo a un plan preestablecido e ideal; o los revolucionarios de la desconexión, especie de apocalípticos que eligen la autoexclusión y la pasividad. Por esta razón, quizás precisemos activistas, o improvisadores o intérpretes, es decir, personas que utilicen la realidad o la máquina existente, y su tiempo, para crear en sus mismos pliegues una alternativa, un tiempo al margen, expansivo y no escaso, su propio kairós.
Lo cierto es que no creo que podamos escapar del tiempo de la maquinaria. El tiempo de cada época resulta inexorable. Y con su rumrum perpetuo conforma el bajo continuo de cada momento histórico. Es el mismo Cronos que nos devora, es el proceso continuo de cesiones, compra-ventas, componendas y concesiones con las que debemos transigir o negociar para poder sobrevivir en el entorno maquinal en el que nos ha tocado trabajar. Por ello la liberación nunca procederá ni del sabotaje ni de la desconexión, sino de algo parecido a una interpretación musical. Creo que ambos tiempos, el de Cronos y el de Kairós, se encuentran siempre relacionados y que ambos existen siempre, y que por tanto, el camino hacia la liberación es un proceso de recomposición de esta relación, a semejanza de la interpretación de música barroca, por ejemplo, en la que sobre el bajo continuo, que lleva el ritmo y la base de la armonía, se elevan las diferentes voces del kairós encajando melodías personales, autónomas y libres, que a veces desentonan o disuenan con la máquina que discurre por debajo, y que cada cierto tiempo encajan en acordes y consonancias de las que al poco volverán a separarse.
Quizás la revolución consista en esto, en encontrar un kairós personal y comunitario que se interprete como una improvisación de jazz, lograr expandir nuestros tiempos de abundancia y sobreexcitación, de plenitud creadora e inspiración emotiva, sobre esa máquina que soporta la música y a la que deberemos ir transformando para que no nos siga robando nuestro tiempo y pervirtiendo nuestro kairós, la capacidad de experimentar placer y satisfacer necesidades en sintonía y en disonancia, trascendiendo el tiempo absoluto de la máquina capitalista.
El tiempo, aprendí con la experiencia … no existe. Es una falacia humana. La vida es «aquí y ahora». La trampa última del Capitalismo es precisamente esa… Hacernos creer que hay un ayer y (principalmente) un futuro. El ayer era escasez, y el futuro será … aplicado desde la Ideología de California y el Silicon Valley … el que emana del ‘mañana seremos (guapos) felices y ricos’. El Capitalismo cognitivo entrepreneur en acción…
Y entretanto, el presente se nos escurre de las manos… se nos escapa. Pensando, … ‘maquinando’, que debería estar (capitalista y productivamente) hablando, haciendo… en vez de (por ejemplo) … conversar y compartir acá . ¿ Alejándonos (una vez más) del ‘kairós’ ?
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Juan, me ha encantado. Aquí otra bergsoniana buscando maneras de explicar porqué tampoco el espacio existe y es una variación improvisatoria, una interpretación formal igual que el tiempo sería una interpretación musical. A ver si quedamos un día para hablar de esto, que sería uno de los temas del itineriario que preparamos.
¿Has leído Anatema de Neal Stephenson? Tiene muchas ideas alrededor de esto, empieza en plan platónico y termina fenomenológico, sin iempo ni espacio, empezando por la consciencia. Es mi libro favorito de los suyos.
Un abrazo! e.
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El tiempo matemático y económico es ese denominador que hace posible la eficiencia, los ratios, y que hace racional y transforma en verdad absoluta muchas injusticias. Y no creo que seamos antirracionalistas o ineficaces por denostar ese tiempo que el capitalismo se ha apropiado como arma de gestión y de extorsión ideológica.Hemos de robarle ese tiempo al capital, porque resulta útil, y conectarlo con nuestros kairós. Y me apunto el libro y por supuesto, me encantaría poder conversar sobre este tema. Y espero con impaciencia ese itinerario.
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