
El deseo de libertad es universal. Pero cada libertad es distinta, construida histórica y materialmente alrededor de nuestras experiencias individuales y colectivas, de las posibilidades de la tecnología y de los marcos sociales, políticos y culturales en los que cada individuo vive y expresa su deseo de libertad.
Cada uno de nosotros queremos y aspiramos a muchos tipos diferentes de libertad. Cada poder y cada autoridad construyen también una libertad para nosotros, un marco práctico entre cuyas fronteras nos podemos mover con cierta autonomía. Habrá muchas personas a las que esta construcción autoritaria les parezca correcta, que se sientan cómodas y vean satisfechas sus expectativas y deseos con las herramientas y procedimientos que los poderes habilitan para que las personas expresemos una libertad que, a su vez consolida al mismo poder que la permite y la apoya. Otras no, por supuesto, sobre todo aquellas personas que sienten que este marco de libertad resulta injusto, que consideramos que distribuye las libertades de forma desigual o que deja poco margen para que los individuos podamos definir otras normas sociales y colectivas en las que deseamos expresar nuestra libertad.
Pero los poderes que crean estas libertades no sólo construyen el marco procedimental, o sea, las leyes, las normas, el mercado, las instituciones, etc., sino que también pretenden, a través de la educación, la cultura, la propaganda, las vivencias, construir individuos coherentes con su idea de libertad, con el tipo de libertad que tiende a consolidar la autoridad vigente y el privilegio concomitante a ella.
Cada individuo no es depositario de una libertad universal, de un deseo común de libertad propio de todo el género humano y que algunos creen que se ha expresado de forma inalterable a lo largo de toda la historia de la humanidad. Cada individuo se ha construido en un ambiente, y acorde con esta plasticidad cerebral, cada persona expresa sus deseos de libertad. Por tanto, la libertad resulta coherente con la forma en que cada sujeto ha sido fabricado socialmente, cómo sus conexiones neuronales se han ido conformando en el ambiente perceptivo en el que ha vivido. Esto hace que la libertad se exprese de forma contingente en cada persona, y que acorde con la estructura particular de su cerebro la exprese de una u otra forma.
La naturaleza humana no es común a todo lo humano, no consiste en un enanito o alma que todos los hombres, sin distinción, poseemos en nuestro interior y que mueve nuestros hilos, sino que los hilos y la máquina que nos mueve han sido fabricados específicamente a lo largo de la experiencia individual de cada sujeto. Recordemos que el ser humano es la especie que se construye. Cada persona ha estado sometida a un determinado proceso de subjetivización que la ha creado socialmente.
Por esta razón, la radical y máxima libertad que hemos de buscar debe intentar salir del marco concreto donde el poder nos ha construido acorde con su concepto de libertad. En particular, cada sujeto sólo puede aspirar a la máxima libertad si es capaz de criticarse a si mismo, de atacar su propia estructura pensante, en cuanto ésta ha sido en parte creada por la autoridad vigente, y por tanto, de plantearse un cambio activo de su vida y de las experiencias y percepciones a las que desea exponer su cuerpo y su mente para transformarse en un ser deseante distinto al que es en la actualidad.
Sin embargo, el hecho de que cada uno de nosotros nos hayamos construido en un determinado ambiente no nos convierte en esclavos de nuestro propio ser, a menos que lo aceptemos acríticamente. La libertad siempre se realiza contra algo que se resiste a ceder, en conflicto con la estructura de poder que nos limita y que a su vez nos fabrica de una determinada forma. Esto último provoca que sea difícil asumir de forma rebelde y activa nuestra situación actual de libertad, porque en cierta manera todos estamos dominados por algo que está inscrito en nosotros mismos, en nuestra misma forma de pensar, razonar y desear. En suma, siempre la autoridad ha pretendido que los súbditos o los ciudadanos deseen libremente lo mismo que el poder quiere que deseemos para perpetuar su dominación. Pero lejos de ser éste un proceso consciente de aceptación de consignas, se trata de una creación material de nuestros cerebros a través de la experiencia y el aprendizaje, porque no de otra forma el ser humano como especie construye su mente plástica y dinámicamente en relación al sistema perceptivo en el que cada persona evoluciona y se desarrolla.
Hemos sido fabricados para ser ciudadanos libres del capitalismo y de sus democracias parlamentarias. Cada cual en un lugar de esta inmensa red de dominación por el voto y el dinero. Hasta la misma crítica que podamos realizar de este sistema de dominación la tendemos a confeccionar con las mismas palabras, conceptos y razonamientos que el sistema vigente ha materializado en nuestros cerebros. Pero asimismo poseemos una experiencia concreta que nos pertenece y que también nos ha construido, una libertad que si bien siempre se enmarca dentro del sistema, puede también moverse por entre sus fisuras, y sobre todo, poseemos nuestra imaginación, la capacidad para abstraernos, para soñar, para elevarnos por encima de las contingencias y poder crear otros mundos, componer otras situaciones, para desear exponernos a otras experiencias y percepciones que a su vez nos pueden ir fabricando como seres cada vez más libres al margen y en contra del sistema.
Todos tendemos a ser cómplices de lo que nos limita y nos ata. Y acorde con ello, elaboramos todo un edificio justificativo y autocomplaciente acerca de lo que somos, cómo actuamos y qué deseamos, en suma, sobre cómo materializamos nuestra libertad. No se trata, claro, de fustigarse por ello, y menos aún, de aceptarlo como una orden divina. Pero también es verdad que si somos capaces de sobrevivir y alcanzar un determinado nivel de bienestar se debe a que actuamos acorde con una estructura de producción y distribución de la que formamos parte y de la que no podemos escapar fácilmente. Nuestra vida depende de ello, de que hayamos naturalizado como una esencia del ser humano a la persona concreta que ahora somos y que ejerce su libertad en el marco del capitalismo y de nuestra posición concreta dentro de su estructura social y económica.
Quizás el sentimiento que más capacidad posee para que deseemos cambiar nuestro entorno y con él a nosotros mismos, sea la toma de conciencia acerca de la injusticia, de la explotación, en suma, de la desigual distribución de la libertad en nuestra sociedad, y con ella, del bienestar y de sus diferentes materializaciones. También la constatación de los dispositivos de control y seguridad con que el poder nos vigila, nos coarta y nos domina, porque no lo olvidemos, la dominación la tenemos interiorizada en nuestra mente, pero no es total, ni mucho menos, y por ello, esa cibernética de dominación en que todo sistema político consiste, posee líneas de fuga, crisis y rebeliones, o comportamientos incoherentes con su equilibrio, y que deben ser atajados con una violencia que muchas veces no advertimos o no deseamos ver.
Ambas cosas, la desigualdad y los mecanismos de perpetuación de la explotación y de las desviaciones mediante la violencia, creo que son los dos elementos que pueden desencadenar el deseo de convertirnos en otras personas, de fabricarnos de otra forma, de autoconstruirnos con más libertad para aspirar a más libertad. Es el hecho de la injusticia soportada sobre uno mismo y la constatada en los seres que me rodean la que posee la enorme capacidad de empujarnos a la rebeldía, pero no de una forma meramente reactiva, sino de una manera más profunda, convincente y efectiva, y que consiste en fabricarnos para la nueva sociedad, en someternos a un proceso de aprendizaje y experiencia individual y comunitaria que transforme nuestros cerebros a través de un nuevo marco perceptivo.
Realmente el miedo a la libertad consiste en el miedo a mirarse y comprobar que no somos más que un reflejo del mundo en el que hemos crecido. Cegarnos ante esta evidencia y contentarnos con la situación, supone el engaño más extendido a lo largo de la historia humana, la base sobre la que se han erigido todos los despotismos y desigualdades, porque la conversión en natural de cada una de estas realidades individuales y contingentes, la cristalización en una especie de esencia humana de todas estas construcciones sociales que somos cada uno de nosotros, transforma la injusticia en algo también natural, ineludible, intrínseco al ser humano y a cualquier contexto social.
Por ello resulta imprescindible estudiar cómo hemos sido construidos socialmente, analizar cómo esa cosa contingente y original que somos cada uno de nosotros se ha ido fabricando en y por la sociedad en la que hemos convivido. Con objeto de detectar los elementos de dominio, las construcciones mentales que nos fabrican como seres dominados. Constatar que la historia de la humanidad no ha sido otra cosa que la sucesión de diferentes construcciones humanas, y que por tanto, que somos libres de ser otras personas y de fabricar otro mundo acorde con ello, que nuestra libertad no está de hecho limitada por las instituciones y los sistemas, sino por nuestra capacidad para transformarnos a partir de las situaciones de hecho que definen lo que actualmente somos.
Deja una respuesta