
La voz es el pensamiento encarnado.
No es la única manera de encarnarlo, pero sí la más personal. Podemos encarnar el pensamiento y por tanto, darle forma material para transmitirlo, de muchas maneras: dibujando, escribiendo, tocando un instrumento musical. Pero la voz posee algo especial, algo más íntimo y personal, porque la voz humana es la primera manifestación del pensamiento encarnado de homo sapiens.
Algo se encarna cuando se convierte en materia corporal. El cristianismo habla del milagro de la Encarnación, por la que dios se hace hombre (materia) a través de María. La voz es casi un milagro. No olvidemos que San Juan afirma que “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. O sea, la voz como encarnación del pensamiento, porque el acto mismo de nombrar ya fabrica la realidad con la que deseamos convivir.
Me pongo un poco místico porque creo que esta forma de considerar la voz como encarnación, al margen de los ejemplos míticos aludidos, define claramente su especial posición en la comunicación social, y el hecho singular de que quien escribe, Rui Vadivia, lleve ya un tiempo intentando fabricar otra voz, adecuada al pensamiento que deseo transmitir a las personas que quieran escucharme.
En mi faceta de hacedor de poemas, siempre he manifestado que la poesía, como la música o la danza, alcanzan su más alto designio cuando son interpretadas, cuando la voz, el canto y el movimiento corporal dotan a lo que está escrito, de forma material aprehensible directamente por los sentidos, a través del ritmo, la melodía, el timbre, etc.
Desde sus orígenes estas manifestaciones artísticas estuvieron unidas al rito y a la fiesta, incluso fueron artes que se interpretaban de forma armónica y solidaria, y siempre en comunidad. Mi forma de concebir la poesía es consecuente con esta tradición, y por tanto, que la poesía alcanza su más alto desarrollo y capacidad de influencia social, cuando se la experimenta en común, con la voz, y en relación con el cuerpo y la música.
Como consecuencia, me estoy convirtiendo en un juglar. Y por tanto, emprendí un proceso de aprendizaje en relación con mi voz para convertirla en un instrumento adecuado de comunicación de mi pensamiento y de mis poesías.
Por esta razón acabo de asistir a un taller de voz, no porque estuviera averiada, sino con objeto de adecuarla, tunearla, mejorarla acorde con estos objetivos que acabo de esbozar.
Han sido 10 días intensos en Fuentes de la Voz, un priorato de la voz, como le gusta definir a su fundador y principal mentor, Vicente Fuentes, donde a través de diferentes dinámicas, actividades y juegos, hemos intentado incorporar herramientas de aprendizaje útiles para encarnar mejor nuestras voces, en síntesis, para hacerlas más libres, veraces y arraigadas en nuestro cuerpo.
El taller se llamó “A la voz por el juego y la palabra”, y se dedicó a la figura de Cicely Berry, la que fue durante tantos años directora del departamento de voz de la Royal Shakespeare Company, y cuya didáctica de la voz fue el principal elemento de inspiración de esta experiencia que ahora comparto con vosotros.
Deja una respuesta