Con la sexualidad aparecen biológicamente las nuevas vidas compartidas. Con anterioridad, los hijos eran puros retratos de un único progenitor, con la sexualidad los padres y las madres compartirán sus características genéticas en sus hijos. Pero el comportamiento sexual no sólo se aviene con la reproducción. ¿Por qué a los niños sólo se les habla de sexualidad cuando entran en la adolescencia, es decir, cuando se hacen reproductivos?. Explicar la sexualidad ha consistido casi siempre en describir qué mecanismo debe utilizar un padre y una madre para tener un hijo. Pero hay algo más.
La sexualidad es una forma de conocimiento y experimentación que los bebés ya utilizan como una rutina que les sirve para encarnar los afectos, y por tanto, de hacer sensibles y carnales las atracciones hacia las personas de su entorno, y por tanto, un modo de estrechar vínculos a su alrededor. A Eros (el Cupido romano) se le representa lanzando flechas de amor que poseen el potencial de hacer irresistible la atracción sexual entre hombres y mujeres. Pero Eros, según la Teogonía de Hesíodo, era uno dios primordial, junto con Gea y Tártaro, responsable del amor, entendido como la ley que liga las cosas del mundo, que ofrece armonía y belleza, ese éter del que nace la ley que coordina la materia, que ensambla los afectos, que hace posible la amistad y por tanto, la solidaridad humana y la sociabilidad intrínseca al género humano.
La sexualidad y el erotismo, dos conceptos tan emparentados. El Arte de Amar, lo llamó Ovidio, el arte de despertar la sexualidad, y por tanto, de encarnar los afectos, de materializar, a través de la estimulación y el deseo, el placer, la vinculación espontánea y libre entre seres humanos que por medio del sexo somos capaces de establecer vínculos mediados por los afectos. Lo que indica que la sexualidad no reproductiva -que no posee como único fin la reproducción humana- existe y forma parte de la historia humana y de su modo de establecer vínculos sociales.
El ser humano posee neuronas del placer esparcidas por casi todo su cuerpo, especialmente concentradas en los genitales, pero muy densas también en otras zonas corporales. Y el deseo y la atracción sexual de los humanos no está ligada a la ovulación de las hembras o a cambios hormonales o físicos evidentes, sino que nos sentimos atraídos por rasgos físicos ligados a emociones, lo que ha provocado que las diferentes culturas hayan elaborado un amplio abanico de prácticas sexuales al margen de la reproducción. La especificidad con que se distribuyen los corpúsculos de Krause y los receptores táctil-C en el ser humano es única y singular, porque la estimulación de estas células produce placer cuando se hace de forma lenta y con determinados ritmos, que el ser humano identifica con diferentes estados anímicos y emocionales. Como algún paleontólogo ha manifestado, “somos monos con hiperactividad sexual”, que no sólo se expresa en la sexualidad reproductiva o en la sexualidad coital, sino en toda una panoplia de caricias, abrazos, palpaciones, etc. de contenido sexual y que ha tenido una importancia decisiva en la sociabilidad humana, en cómo cada cultura ha concebido la indispensable cooperación humana para su supervivencia.
Y es que el placer que nos procuramos mutuamente posee la capacidad de condicionar, de alterar la conducta humana, de modificar los vínculos y las emociones ligadas a ellos. Por la sexualidad se adquiere conocimiento, y a través de ella se condiciona nuestro comportamiento. Su innegable influencia sobre la sociabilidad humana ha sido ya reconocida por múltiples estudios antropológicos, como una especie de bálsamo o droga que aminora los conflictos y lubrica las relaciones. Para tantos animales los cortos y reducidos períodos de actividad sexual son momentos de conflicto y lucha, y sólo algunos mamíferos gregarios o grupales (manadas de lobos, primates, etc) mantienen unos vínculos que se consolidan a través de prácticas sexuales no reproductivas, de forma similar, pero mucho más reducida que en el caso humano.
Por esta razón, la sexualidad forma parte del acervo cultural de todas las sociedades, y también por ello en las sociedades basadas en el control social por parte de élites, el control de la sexualidad ha sido una pieza central de todo el entramado coercitivo y autoritario: limitar las prácticas sexuales y codificarlas según criterios acordes con los modos de producción y de reparto de la riqueza y del poder. Si la sexualidad fuera libre y no sujeta a normas compatibles y favorecedoras de por ejemplo, el capitalismo y de los Estados liberales que lo promueven, las personas tendríamos más capacidad para estrechar vínculos al margen del Estado y de las normas competitivas del capitalismo, y por tanto, de establecer otras formas de vinculación tanto para convivir como para producir, alternativas a las actuales. La sexualidad no es una actividad privada que sólo influye sobre el individuo que la practica, sino una actividad social y pública que repercute sobre el resto de la sociedad.
Cuando en Europa existían todavía amplias zonas comunales, donde la libre asociación de los campesinos creaba el entramado productivo y social, la sexualidad era tanto más libre también, como menos ligada a la reproducción. Incluso, en consonancia con las formas comunales de producción, existían prácticas sexuales comunitarias. La progresiva privatización y usurpación de las tierras comunales que se produjo como consecuencia del desarrollo de la sociedad capitalista se favoreció también porque se estableció un férreo control de la sexualidad a través del matrimonio monógamo, a través de la exclusividad como marca también de la privatización de los derechos de propiedad, la exclusividad en el uso y disfrute.
Por ello también, la mayor parte de los movimientos revolucionarios que ya desde la Edad Media han querido derrocar el autoritarismo y el capitalismo, siempre han promovido sexualidades diferentes y más libres. Y por ello también la importancia que en ellos tuvieron las mujeres, soslayada por la historia, pero fundamental para entender que la mujer fue el objeto codiciado por el hombre en el matrimonio monógamo que la Iglesia y el Estado impusieron en Occidente.
Los hombres se casaban y formaban una familia para conservar un patrimonio. La sexualidad en la familia se tenía que circunscribir a la procreación. La sexualidad extraconyugal era la mayor parte de las veces comprada por los hombres, ya sea a través de la prostitución como de las cortesanas y amantes. La monogamia convertía la sexualidad en un elemento de competencia más que de cooperación, una exclusividad en el placer y la procreación tan acorde con la exclusividad de uso del régimen capitalista y con la privatización de los medios de producción alrededor de la propiedad privada y la desigualdad. Y la mujer quedó marcada por la precariedad sexual. Incluso esa sexualidad femenina ligada a la educación de los hijos o reservada a los “gineceos”, quedó cada vez más limitada y perseguida, por lo que el mal de la histeria femenina se extendió por Europa.
Se consideraba que las mujeres no podían tener placer sexual. Pero los tratamientos psiquiátricos contra la histeria a finales de siglo XIX y principios de XX consistían en masturbar a las mujeres. El vibrador se inventó entonces porque los psiquiatras, de tanto masturbar a las mujeres histéricas, se lesionaban los dedos. Pero el clítoris que tocaban los psiquiatras fue el último órgano humano en ser descrito y entendido su funcionamiento. Aunque descubierto en el Renacimiento, ningún anatomista reparó en él en profundidad hasta 1998 cuando la doctora O’Conell lo describió de forma exhaustiva. Lo que revela lo determinada que está la investigación científica y la medicina por el modo en que se distribuye el poder en la sociedad capitalista.
El clítoris es una bomba de placer que no se activa apenas durante el coito, por lo que ofrece placer sexual al margen de la reproducción. Pero el punto P en los hombres, del tamaño de una nuez y adosado a la próstata, también es otra bomba de placer que se activa tanto por presión en el perineo, como por penetración anal. Sobre el punto P apenas existen estudios científicos, otro elemento importante a destacar en consonancia con el control de la sexualidad que se impone desde el poder.
Y es que en Occidente cada vez el cuerpo, la carnalidad, ha ido perdiendo importancia en la forma que tenemos de relacionarnos las personas. A excepción de los profesionales del deporte, la danza, las artes escénicas, etc. los occidentales cada vez nos movemos menos y peor, cada vez nos tocamos y acariciamos menos, cada vez utilizamos menos nuestro cuerpo para expresarnos y compartir experiencias y sentimientos. Bajo otros ropajes, la asepsia y la aversión al contacto tan propios de la era victoriana, impregna cada vez más las formas de expresar afectos, limitando asimismo el amor que nos tenemos.
Nuestra sociedad ha evolucionado sobre el dolor y la limitación del placer. Es el dolor el que nos hace trabajar, competir para sobrevivir, es el miedo al prójimo o al hambre o a la enfermedad, o al castigo, al dolor, lo que empuja a la sociedad moderna. Y el placer aparece casi siempre como recompensa a un óptimo comportamiento acorde con los principios y valores que rigen nuestra vida social. Otras sociedades se han regido por intentar evitar el dolor. Pero muchas otras por el principio del placer, no como recompensa ni como objetivo (hedonismo), sino como principal motor del aprendizaje y de la conducta social, de la ética.
El capitalismo fue puritano, hasta que aprendió que el hedonismo le procuraba mayores beneficios. Lo aprendió, sobre todo, en la contrarrevolución del 68, cuando los hippies del amor libre y la libertad se convirtieron en los líderes de la nueva industria del consumo compulsivo y del capitalismo de las experiencias. Apareció entonces el concepto o la practica del amor libre como una flor que pronto se agostó. Pero el amor libre fue algo que muchos movimientos revolucionarios, sobre todo a partir del Renacimiento, habían ya defendido, que el amor, los afectos no estuvieran condicionados por el poder y la autoridad de la Iglesia, que los seres humanos tuviéramos unas relaciones sexuales no mediadas por el poder estatal y concomitantes con la libertad de asociación y de producción con medios y propiedades compartidas.
Por ello fue el anarquismo y los movimientos libertarios los que con más ahínco intentaron practicar el amor libre, entendido, sobre todo, como liberación de la mujer del yugo del matrimonio, como libertad femenina para disponer de su cuerpo y sentimientos. Repárese en que el movimiento del amor libre no es el del sexo libre, aunque indudablemente la práctica del sexo en libertad sea consustancial al del amor libre. Pero sobre todo, las anarquistas pusieron el énfasis en la libertad de las mujeres para escoger compañeros y para vincularse libremente a nivel afectivo, y cómo no, sexual. Enma Goldman, Voltairine de Clayre, y en España, la labor de tantas revistas feministas que desde el anarquismo intentaron educar a las mujeres en el amor libre y en las mejores prácticas sexuales. Sin embargo, en el anarquismo también hubieron diferentes interpretaciones sobre el alcance del amor libre, sobre la necesidad o no de atacar la monogamia, sobre si las uniones monógamas libres e igualitarias entre hombre y mujer eran las más adecuadas, o en cambio, abogar también por otro tipo de vinculaciones y prácticas sexuales.
En la actualidad no existen grandes movimientos anarquistas, pero sí existen grupos, comunidades, asociaciones, redes de personas que podríamos denominar como libertarias y que hoy en día siguen abogando por el amor libre o por prácticas amatorias y sexuales alternativas a las preconizadas por el poder estatal. El capitalismo impregna casi todas las facetas de nuestra vida, un modo de producción y de reparto de la riqueza que produce resultados que las personas justificamos como buenas o aceptables en relación con su supuesta eficacia. Salir de la práctica capitalista resulta hoy en día casi imposible. No existen ya apenas islas donde poder conformar grupos de producción y convivencia ajenos a la competencia capitalista y basados enteramente en la cooperación y la ayuda mutua. Cualquier cooperativa, asociación o grupo de convivencia libertario al fin tendrá que competir en el mercado para su supervivencia. El capitalismo posee una capacidad enorme para fagocitar las alternativas que se oponen al mismo capitalismo, transformando las posibilidades liberadoras en nuevas prácticas competitivas que consolidan al mismo capitalismo. Así ocurrió en mayo del 68, y recientemente lo mismo pasó con todas las prácticas libertarias y cooperativas que surgieron en los años 90 alrededor del software libre, la producción descentralizada y todas las posibilidades de cooperación libre que se abrían a través de la red, convertidas ahora en nuevos monopolios.
La sexualidad no puede interpretarse al margen de cómo nos organizamos socialmente. Quizá por ello como alternativa de la lucha política o económica, en muchos grupos libertarios o sensibles a la práctica anarquista, se ha extendido la práctica política de centrarse en los afectos, en las relaciones, de crear grupos de convivencia donde la práctica social, y por tanto, sexual y afectiva, sea libre y no condicionada por los aparatos ideológicos del Estado, la Iglesia, etc. En primer lugar, eliminar el tabú referido al sexo, sobre todo, contemplar una sexualidad extendida a prácticas no exclusivamente reproductivas y vinculadas con los afectos y las emociones, con la amistad y la cooperación. Eliminando así el concepto de exclusividad inherente a la práctica sexual convencional y abriendo un campo fértil para la libre cooperación y la amistad y el amor extendidos.
Quizás sea éste ya el único campo desde el que atacar el capitalismo para conseguir una sociedad libre e igualitaria, la única grieta que el sistema permite para socavarlo desde su interior, una revolución de los afectos, de las relaciones, de los vínculos, de las prácticas sociales y amatorias. No lo sé. Pero vislumbro al menos que en este campo de la sexualidad y de las relaciones afectivas, en la medida que todavía el capitalismo considera que son actividades privadas y por lo tanto consentidas, se abre una posibilidad de establecer entre las personas vinculaciones no comerciales ni competitivas, basadas en la ayuda mutua, en la cooperación al margen del mercado y en entornos de máxima libertad e igualdad. Quizá también una promesa de cambios globales a nivel económico y político.
Pero también es verdad que el sistema ya está fagocitando esta nueva sensibilidad, esta práctica libertaria en torno a la sexualidad, la amistad y el amor libre. Esta sociedad hedonista e individualista ya comienza a repudiar incluso el compromiso y la responsabilidad de las uniones monógamas en torno al matrimonio, sustituyéndolas por encuentros sexuales desvinculados de los afectos y de las responsabilidades, relaciones amorosas sí, libres, pero regidas por la misma dinámica del capitalismo de usar y tirar, de contemplar al ser humano como un medio y no como un fin en sí mismo, de considerar el placer sexual como un fin y no como un medio para alcanzar objetivos sociales.
La sexualidad es un arma poderosa, de liberación y también de represión. El sexo es lo más cercano que tenemos. Podemos morir de hambre o de sed, pero como último recurso y como decía Diógenes, el ser humano, mientras pueda recurrir a la masturbación, no morirá de deseo. El placer sexual y cómo lo compartimos socialmente influye poderosamente en nuestra ética, en el modo de contemplar las relaciones sociales. A través de las relaciones sexuales, ya sean reproductivas o no, se transmiten afectos y si son libres e igualitarias, se amortiguan los posibles conflictos, se genera confianza en las relaciones sociales y se establece el marco idóneo para la cooperación. Tocar, abrazar, acariciar, masturbar, penetrar son prácticas muy importantes y satisfactorias para la salud mental del individuo y de la sociedad. Lo cual no quiere decir que deban ser prácticas restringidas, reglamentadas, sobre las que se ciernen tabúes ligados a la sacralidad, la exclusividad o la competencia. Ni en el otro extremo, que se contemplen como simples prácticas para obtener placer al margen de sus consecuencias sociales. El placer sexual es el medio o instrumento del que nos ha dotado la naturaleza para alcanzar objetivos sociales ligados a la cooperación, la ayuda mutua y la amistad. Démosle otra oportunidad al sexo, volvámoslo del revés.


Te echábamos de menos Rui Valdivia
Gracias por este artículo y su esperanzador contenido El Amor es la fuerza más poderosa junto al Deseo.
y no se compra ni se vende se. .. Comparte!
enhorabuena compañero de vida por activar y fomentar el debate y esa reflexión a la que induces con tus acertadas, siempre, palabras y reflexiones
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