Vivimos días de réquiem. Las fechas alrededor de todo primero de noviembre nos acercan a los muertos, como si las hojas ajadas que se van desprendiendo de las arboledas nos sumieran en un letargo anímico que nos aproxima al mundo que se fue, que ahora mismo se nos está yendo entre los dedos. Recordar. Algo que nuestra sociedad acepta cuando se trata de onomásticas o centenarios festivos, necrológicas desactivadas previamente de sentido crítico o radical. Porque realmente vivimos en el olvido, en un presente de futuro incierto al que le conviene no recordar, ya que aquello que va conformando la injusticia de hoy hunde sus raíces en las de ayer, en esa larga y clara cadena cuyos nombres y actos parecen anónimos, noticias de un pasado a veces muy reciente y sin embargo borrado de nuestra memoria colectiva por el ruido amorfo que obceca nuestra comprensión palmaria de los verdaderos culpables de esta crisis sin caras. Por ello me gustan los réquiems, y por esta razón los escucho en estas fechas de recuerdo de un mundo que no huye, que nos lo roban.
Las primeras palabras de la misa de difuntos hablan de descanso eterno (requiem aeternam). Lejos del sueño, este reposo sería más bien un estado visionario de la luz eterna que por fin ilumina y hace comprensible ese tráfago cotidiano del que la muerte nos privó (et lux perpetua luceat eis). Una luz que quizás llega demasiado tarde y sobre todo, cuando ya no se puede hacer nada por conectar aquel saber con la acción. Por ello la contraposición de este inicio del servicio de difuntos con la secuencia Dies Irae me parece oportuna y significativa, en la medida en que este himno latino del siglo XIII nacido en la comunidad franciscana de monjes mendicantes nos recuerda el deber de juzgar y de redimir a las víctimas de las injusticias:
Día de la ira, aquel día
en que los siglos se reduzcan a cenizas;
como testigos el rey David y la Sibila.
¡Cuánto terror habrá en el futuro
cuando el juez haya de venir
a juzgar todo estrictamente!
La trompeta, esparciendo un sonido admirable
por los sepulcros de todos los reinos
reunirá a todos ante el trono.
La muerte y la Naturaleza se asombrarán,
cuando resucite la criatura
para que responda ante su juez.
Aparecerá el libro escrito
en que se contiene todo
y con el que se juzgará al mundo.
Así, cuando el juez se siente
lo escondido se mostrará
y no habrá nada sin castigo.
No creo en la justicia de dios, pero este himno debería colgarse en la puerta de todos los bancos del mundo.
Simpatizo con el carácter cíclico del calendario, y como si las fechas alteraran mi carácter según el signo de las efemérides, así me apetece leer y sobre todo escuchar música alusiva al día que se recuerda. He estado escuchando estos días varios réquiems, que en contraste con su título a mí más que paz o descanso me incitan a la venganza y a la violencia. Y es que también durante estos días se comen castañas, frutos secos y boniatos, y se asiste a uno de esos ritos taumatúrgicos más profundos del atávico costumbrismo hispano, cuas es la feria de la matanza y posterior confección de chorizos, salchichones y demás embutidos, por no hablar de la salazón de los jamones previo a su linchamiento en las naves de curado.
Existen cientos de músicas de réquiem, muchas de ellas compuestas para las exequias de personajes concretos, fundamentalmente de la nobleza o del alto clero. Como ninguno de ellos estimaba que su actos, mientras vivos, les mereciera la salvación una vez muertos, contrataron a los mejores músicos para que su melómana quietud aplacara la ira del juez supremo, costumbre a la que todos los corruptos, prevaricadores y ladrones de hoy deberían avenirse en tanto todavía no hemos sido capaces de implantar una justicia terrenal que juzgue tanto despropósito. Imagino al director del Banco Central Europeo, al que manda en el Fondo Monetario Mundial, a tanto político y empresario corrupto arrodillado ente una urna y exclamando:
Justo juez de venganza
concédeme el regalo del perdón
antes del día del juicio.
Grito, como un reo;
la culpa enrojece mi rostro.
Perdona, Señor, a este suplicante.
AMEN.
Alto,claro y duro primer párrafo, para hablar del Recuerdo en este mes de Noviembre , que siempre nos vienen a la memoria hechos y personas que nos faltan y a las cuales añoramos.
Ciertamente, vivimos tiempos difíciles, pero cual es el grado responsabilidad individual y personal ?; es únicamente de esos políticos y empresarios corruptos ,que los son, que se encuentran peldaños por encima del resto de la clase social o también han/hemos participado el resto bajo la promesa y el sueño del Estado del Bienestar y que esto no se acaba.
Sinceramente, para esos altos responsables si espero la justicia divina, en la cual yo si creo ; y entoces será el llanto y rechinar de dientes.
Antonio Cerceda
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Me gusta escuchar el requiem de Fauré, sin Dies Irie. Pero también el de Brahms, en alemán y con textos originales no relacionados con la liturgia clásica. Y el ritual carolingio. Por no hablar del requiem de Vitoria, o el magnífico de OKeghem. El de Ligeti hay que encontrar el momento oportuno que a veces no es fácil.
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