¿LAS MÁQUINAS AUTO-REPLICANTES DESTRUIRÁN EL CAPITALISMO?

La era industrial que se inicia en el siglo XIX se puede entender como del automatismo de la réplica. Se abría un período histórico donde la eficiencia, el incremento del rendimiento, procedía de dos factores, la estandarización de las cosas, y su producción en masa (réplica) por procedimientos cada vez más mecanizados (automatizados).

El dueño, el capitalista, poseía los medios de producción, y contrataba los factores de producción (materias primas y trabajo) al menor precio de mercado. El trabajador, o asalariado, trabajaba junto con las máquinas, al servicio de la tecnología y del capital, y asumía el doble papel de ofertante de trabajo (proletariado) y demandante de mercancías (consumidor).

Las redes de conocimiento p2p, las impresoras 3-d de código abierto y las nuevas generaciones de máquinas auto-replicantes parece que están empezando a quebrar las nociones tradicionales de producción, o incluso de propiedad, y abriendo nuevos campos de experimentación social en torno a la cooperación, la autogestión, el cooperativismo y la autonomía, al margen de lo que ha sido la anquilosada relación patrón y proletario, trabajo y salario, durante casi 2 siglos de capitalismo industrial.

El capitalismo arruinó a los productores locales, ya sea por la vía del precio, de la competencia, o por la de la guerra, dos procesos enlazados que fue conocido como de la política de los cercados (los commons o bienes comunales), de las cañoneras (colonialismo), etc. y que caracteriza el período de expansión internacional más floreciente del capitalismo occidental. Por esta razón, durante casi 200 años, ha sido posible la explotación del trabajador por el capital, a consecuencia de la casi nula capacidad del trabajador para poseer medios propios de subsistencia. Porque el trabajador no ha poseído la libertad propia del productor, porque los medios de producción eran caros, porque las tecnologías (patentes) tenían derechos de propiedad excluyentes, el trabajador ha carecido de la libertad amparada formalmente por las declaraciones de derechos humanos y las constituciones liberales.

No existe libertad sin autonomía, tampoco sin cooperación, por ello, sin medios propios de subsistencia-producción, y sin la posibilidad de cooperar eficazmente entre sí y más allá del sindicalismo tradicional, hasta ahora el exiguo reducto marginal de libertad que hemos poseído los trabajadores ha derivado de ser o no contratados por unos o por otros, de la mayor o menor capacidad de elección según la remuneración del factor trabajo, y del tamaño de ese ejército de reserva que conforma el batallón de los parados.

Creíamos que el maquinismo iba a inaugurar la sociedad del ocio, que las incrementales dosis de eficiencia de la tecnología y que las menguantes necesidades de trabajo por unidad de producción nos iban a regalar cada vez menores jornadas de trabajo, menos intensas, y con mayores dosis de tiempo libre y bienestar. Ingenuos. El que la propiedad del conocimiento y de la tecnología, de las máquinas y de los procesos, continúe siendo privada y sobre todo, concentrada en pocas manos ha impedido este paraíso terrenal, porque los excedentes derivados del mayor rendimiento y de las menores necesidades de mano de obra poco cualificada se han concentrado en un reducido número de personas e instituciones, a despecho de los trabajadores.

Esta exposición tan simplificada del proceso de acumulación capitalista olvida otros factores esenciales del cambio, la evolución y el conflicto, lo que Marx denominó las contradicciones del sistema, de todo sistema, sea capitalista o no, y que podrían explicarse metafóricamente por el hecho de que todo éxito también genera las semillas de la discordia. Toda nueva tecnología posee una doble faz, y el hecho de que históricamente haya provocado una u otra consecuencia, mejorado o empeorado la situación de diferentes grupos sociales, dependió de cómo se hubieran resuelto esas contradicciones del progreso o del desarrollo en cada sociedad o momento histórico.

En la actualidad, una de las fuentes principales de contradicción del sistema deviene del conocimiento, del saber que sustenta el sistema capitalista imperante. La tecnología, que durante la mayor parte del siglo XX había sido producida y dominada por los mismos sujetos que controlaban los medios de producción, en alianza con la gran finanza y cooptando al poder político, ahora se encuentra cada vez más difusa en la red, en posesión de un colectivo anónimo de personas, muchos de ellos asalariados, otros no, que actúan con independencia, que comparten libre y gratuitamente el conocimiento, y que consiguen economías de escala positivas gracias al efecto red. Todo el conflicto actual alrededor de los derechos de propiedad intelectual, del libre acceso a la cultura y el arte, de las patentes sobre diferentes tecnologías, y el propio genoma humano, se da entre unos grupos de poder tradicionales que se nutren del saber colectivo y desean encapsularlo en nuevos derechos de propiedad, y una sociedad global, conectada en redes distribuidas, que se han dado cuenta de que la creación, la innovación, el desarrollo, el nuevo conocimiento científico y tecnológico debe ser libre, y que esa misma libertad y por tanto, gratuidad, ofrece el mejor incentivo para alcanzar la máxima riqueza colectiva.

Internet está abriendo espacios de cooperación. Aunque dentro de las lógicas de contradicción inherentes a la historia, también podría provocar espeluznantes escenarios de opresión y control. Las economías en red, en redes distribuidas sin centros ni jerarquías (p2p), están abriendo la posibilidad de conseguir una sociedad libre de productores autónomos que cooperan entre sí: el sueño de los anarquistas, como lo define en un reciente trabajo J.C. Scott. Pero si bien a nivel de conocimiento, de tecnología, de pro-común, los avances de las TIC y de los nuevos modos de cooperación en red permiten atisbar desde hace tiempo nuevas formas de organización social, no ha ocurrido lo mismo en el campo de la producción, porque para hacer factible esa sociedad de iguales no sólo resulta imprescindible el conocimiento, sino también poseer medios de producción autónomos y también distribuidos donde hacer posible la producción de los bienes materiales.

En el terreno de juego tenemos a un equipo que desea seguir ganando batallas, pero cuyo conocimiento y estrategia depende de lo que libremente ejecute el contrario, y de su capacidad para arrebatárselo por medio de derechos de copyright. Por ello el gran capital “consiente” esas estructuras distribuidas de poder y de creación, por ello los grandes emporios subcontratan cada vez más el conocimiento, la innovación, por esta razón el equipo históricamente campeón deja hacer y tejer en aparente libertad, amparado hasta ahora en lo que ha sido su gran arma, la de la producción, porque ellos eran los propietarios de las máquinas, de los medios de transformar el saber en materia, en bienes y mercancías. Sólo ellos eran capaces de introducir el balón en la portería contraria.

Pero ¿podrán las impresoras en tres dimensiones (3-D) alterar este equilibrio de fuerzas? En el mundo de las dos dimensiones, o sea, del papel, lo consiguieron, ya que las primeras luchas en contra del copyright tradicional se empezaron a producir alrededor de los derechos de reproducción y de copia de libros, conflicto que más adelante se extendió, una vez el mundo digital se expandió por internet y todo el “soft” o conocimiento, o creación literaria, científica, musical o visual, pudo compartirse con muy recudidos costes de transferencia.

Las impresoras 3-D consiguen replicar, a nivel casero, una serie de objetos que previamente han sido digitalizados o escaneados, es decir, traducidos a un formato digital (CAD, por ejemplo). Lo realmente interesante de este proceso consiste en que tanto los diseños, como el software que soportan las impresoras 3-D y que permite la transformación del código digital de los objetos en instrucciones de fabricación, son públicos, están en la red, y son compartidos por cualquier internauta que desee utilizarlos. Estamos por tanto, ante un proceso tecnológico iniciado y desarrollado en la red por personas que aportan su conocimiento, y que resulta compartido por todos de forma libre y gratuita.

En este momento, por tanto, existe la posibilidad, todavía a pequeña escala, con no muchos materiales y con un reducido número de objetos, de reproducir autónomamente, es decir, producir a nivel local e individual, objetos/mercancías útiles, por lo que ese sueño de poder no sólo crear y compartir conocimiento, se está haciendo extensivo a la libertad de producir, y por tanto, de ir ganando autonomía respecto a la gran fábrica o industria tradicional que vía salario explotaba a los trabajadores.

Todavía no deseo soñar, pero imaginen conmigo que en nuestra casa tuviéramos una impresora 3-D capaz de confeccionar muchos de los objetos que necesitamos en nuestra vida diaria, utilizando diseños que libremente (y gratuitamente) obtenemos en la red y que continuamente se ven perfeccionados por el trabajo anónimo de todos nosotros. ¿Quizás se está avanzando ya hacia esa sociedad de individuos libres y autónomos que cooperan entre sí? ¿Hacia esa anarquía que las redes distribuidas de conocimiento y producción podrían augurar como un gran espacio de libertad para todos?

En el blog de Correo de las Indias se puede consultar abundante información sobre cómo se está materializando el proyecto de producción p2p (y aquí). Resulta de gran interés, por ejemplo, darse un paseo por internet y comprobar la enorme cantidad de iniciativas que existen al respecto, grupos de investigadores y productores que están abordando el reto de autoconstruirse con impresoras 3-D los objetos cotidianos, el coche, el móvil, la bicicleta, el arte, cooperación para el desarrollo, prótesis médicas, materiales de construcción, etc. ¡E incluso las propias impresoras 3-D! Haciendo realidad la construcción “utópica” de un entorno productivo auto-replicante donde los medios de producción se pueden construir a sí mismos.

Existen ya varios proyectos que han conseguido versiones auto-replicantes de impresoras 3-D, de tal modo que ya es posible que la propia máquina fabrique las piezas que servirán para, en principio, realizar infinitas réplicas de sí mismas. El proyecto RepRap de la Universidad de Bath resulta pionero al respecto. Al que le han seguido, dentro de la comunidad hispana, las fantásticas iniciativas de ReprapBCN (Universidad Politécnica de Catalunya) o Clone Wars.

Este prolífico campo de experimentación que avanza con una celeridad apabullante, puede alterar los conceptos tradicionales relativos a la producción, y por tanto, al papel que el ser humano asume en el proceso de creación social. Se abre un campo que ofrece auténticas perspectivas revolucionarias, una tecnología abierta, común y pública, que permitiría sondear espacios de libertad amplios e igualitarios. Pero el conflicto también está servido, precisamente por el interés de las grandes corporaciones, de la gran industria de evitar este promisorio marco de autonomía y libre cooperación entre personas, a pesar de que estas nuevas tecnologías hayan nacido y se estén desarrollando al margen del copyright y de las patentes, y lo que parece impensable, de los incentivos económicos relacionados con el uso privativo y excluyente del saber científico y tecnológico.

A la par que las nuevas posibilidades que se abren, afloran las dudas, y nuevos retos que afrontar. Por ejemplo, el relativo a los materiales y energías utilizadas por estas impresoras, cómo el reto ambiental de conseguir una economía de ciclos cerrados, de reciclado total, sin residuos, resulta alcanzable a través de unos dispositivos que no sólo utilizan conocimiento y saber compartido para trabajar, sino también, materiales plásticos, cerámicos, etc. que hay que extraer del medio ambiente y cuyo mismo proceso de fabricación habrá que considerar en el análisis de los nuevos sistemas de producción anárquicos, distribuidos, libres y cooperativos, hacia los que parece que nos encaminamos si superamos las barreras que el gran capital y los poderosos están intentando levantar.
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Las máquinas auto-replicantes destruirán el capitalismo? by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

2 comentarios sobre “¿LAS MÁQUINAS AUTO-REPLICANTES DESTRUIRÁN EL CAPITALISMO?

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  1. Gracias. Interesante… creciente autonomía y creatividad, algo que crece orgánico, el «poderoso caballero» de siempre menos omnipresente, nuevos caminos, descubrir también nuevos lugares y responsabilidad, nuevos conceptos de riqueza y valor. Leyendo tu artículo me ha venido a la mente este proyecto que me entusiasma: http://www.tienestierratienescasa.com

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