RUI VALDIVIA
Adjunto los tres esquemas básicos de tipologías de red, la centralizada, la descentralizada y la distribuida.
Estos grafos se utilizan para caracterizar las comunicaciones, o también para explicar cómo la información y las órdenes fluyen en una organización humana o de ordenadores. Como se advierte fácilmente, en la red centralizada todo depende de un nudo central que canaliza la totalidad de los flujos. Su fragilidad consiste en que la desaparición de su centro conlleva la destrucción del sistema. Absolutamente toda la red está supeditada al nudo central, de tal modo que no cabe concebir conexiones entre cualquiera de sus nudos subordinados.
En la red descentralizada no desaparece la jerarquía y por tanto la supeditación de la mayor parte de los nudos, pero el control se comparte entre varios nudos centrales. En esta red no caben tampoco conexiones entre nudos subordinados independientes de ser canalizadas a través de uno o varios nudos centrales: estos pueden hablar directamente entre sí, pero nunca independientemente los nudos que de ellos dependen. Véase “El poder de las redes” de David de Ugarte.
Finalmente, en la red distribuida, no existe el concepto de centralidad o subordinación. La comunicación se establece entre pares (comunicaciones tipo P2P, peer-to-peer), todos pueden dialogar con todos, lo que no excluye, claro está, que ciertos nudos, en virtud de su mayor capacidad o autoridad, puedan establecer mayor número de conexiones.
Estos esquemas resultan también útiles para analizar la configuración administrativa y territorial de los Estados, en la medida en que estas organizaciones despliegan una soberanía que consiste, en esencia, en transmitir órdenes e información. Y si pensamos en la configuración del Estado español a lo largo de su historia, por ejemplo, resulta evidente analizar cómo han evolucionado estas tipologías a lo largo de las diferentes fases de su desarrollo.
En concreto, podemos afirmar que el Estado franquista se asimila a la red centralizada, donde los nudos eran las provincias, sin capacidad para hablar entre sí a menos que Madrid, el nudo central, lo autorizara y sobre todo, controlara. El sistema radial de comunicaciones, esencialmente a nivel de carreteras, así lo atestigua, así como la configuración de la administración y el modo de ejercer el poder político sobre el territorio.
El actual Estado de las Autonomías, como bien lo define la actual Constitución, se asimilaría a una red de tipo descentralizada, pero con un nudo, Madrid, de mayor entidad, en cuanto que cualquier provincia del territorio, a semejanza de una red centralizada, posee conexión con el nudo central, aunque también, y en este se diferencia de aquella, con la capital de su correspondiente Comunidad Autónoma: un mix de centralización y descentralización.
El modelo federal que desde algunas instancias se propone, consistiría en transformar este Estado autonómico cuasi-descentralizado o cuasi-centralizado, en otro totalmente descentralizado, similar al que aparece en la figura, donde ninguno de los nudos principales tendría preeminencia. La independencia consistiría en romper ese último hilo de conexión que la red de tipo descentralizado mantiene entre dos de sus nudos principales, y por tanto, la creación de otra red que, en principio, sería de corte centralizado.
Ahora bien, a estas relaciones de poder y de ordenamiento jerárquico a nivel legal y administrativo, hemos de superponer las relaciones que otras redes e instrumentos de comunicación pueden permitir, sobre todo entre funcionarios de distintas Administraciones, en la medida en que internet permite que, principalmente información, pueda trasvasarse entre nudos no principales o subordinados sin mediación de los centros decisores correspondientes. Por ello, a la red institucional existente habríamos de añadir los flujos que la práctica cotidiana de la administración establece entre sub-nudos, tanto dentro de una misma comunidad, como entre comunidades. Esta realidad hace que las redes reales tiendan a adoptar, con el paso del tiempo y con el desarrollo de las comunicaciones, una estructura de tipo cada vez más distribuido, no tanto a nivel de poder o legislación, cuanto al de información y trasvase de datos.
Como ilustración de lo que significa esa superposición y cohabitación de redes, en la figura se diferencian dos redes sobreimpuestas, la oficial de Hewlett-Packard, en trazo más grueso uniendo los nodos de su estructura de poder descentralizado, y las comunicaciones, red distribuida, que libremente establecen los empleados (en rojo) para consultar, solicitar, compartir información. Véase Networks, crowds and markets de Easley y Kleinberg.
La práctica democrática se ha basado, históricamente, en la figura de la representación, que ha significado, según la tipología de redes que venimos utilizando, la creación de una serie de nudos de decisión, más o menos centralizados en función de las características institucionales propias de cada Estado. En contraste, la red distribuida, como decíamos, no posee centralidad, aunque sí una heterogénea distribución de su densidad comunicativa en virtud de la mayor o menor capacidad de sus nudos para centrar la atención del resto. En ellas no existe la representación y parecen expresar y también posibilitar esa ambición libertaria y quizás también socialista, de la participación plena de todos los ciudadanos en las decisiones públicas.
Pero lo que resulta menos evidente, en relación a sus compañeras, es que la topología de una red distribuida no sea rígida, sino dinámica. Porque esos centros decisores de las otras redes se configuran externamente al funcionamiento de la propia red, su estructura depende de decisiones políticas que posteriormente definirán la estructura rígida de la red de comunicación que instrumentalmente le servirá para ejercer el control y el poder sobre todos los participantes. Sin embargo, la red distribuida evoluciona en el tiempo no por decisiones externas, sino como consecuencia del propio funcionamiento de la red, en función de la capacidad de cada nudo para manejar y transmitir información a los restantes. Por ello, en estas redes, nadie puede erigirse en representante. Otra cosa sería que en virtud del mayor potencial de un nudo para generar información útil y de valor, sobresalga a consecuencia de su mayor participación o autoridad.
Vemos que información, poder y tecnología configuran la estructura de decisión de una comunidad humana, ya sea a través de internet, del cable telefónico o telegráfico, de señales de humo, del dinero o de un sistema de postas. Lo interesante, y a la vez abrumador, consiste en advertir que cada persona se erige en nudo, no de una, sino de numerosas redes, por lo que la imagen tradicional del grafo bidimensional habría que transformarla en un esquema tridimensional donde se apilan redes que a su vez están interconectadas transversalmente entre sí. Realmente anárquico. ¿O no?
Nuestra huella nos delata en numerosas redes: los pagos con la tarjeta de crédito, Facebook, los grupos con los que nos comunicamos vía email, la estructura organizativa del trabajo, hacienda somos todos, los blogs que visitamos, las hojas web a las que nos direccionamos, la asociación deportiva o cultural, las compras telemáticas, los periódicos electrónicos, Twitter, la asociación de padres y madres, alcohólicos anónimos, WhatsApp, etc.
La eficacia de todo este entramado parece mágica, porque los trenes funcionan, dejamos de fumar, el fisco nos devuelve dinero, mis niños asisten al colegio todas las mañanas, me llega por correo la raqueta de pádel que compré en eBay con PayPal, y el libro de Amazon, no he perdido ningún amigo, me casé y todos fueron a la boda, y actividades tan complejas como la distribución eléctrica, el transporte, el orden público o la producción capitalista de bienes y servicios se desarrollan, así como el vagabundo de la esquina, el pobre o el hambre, junto con las huelgas y las manifestaciones, la competencia y la solidaridad, con absoluta y pasmosa normalidad.
Para la mayoría, el milagro reside en la organización, en haber sido capaces de configurar un sistema jerárquico de toma de decisiones que otorga poder a unos nodos (inteligentes) en detrimento de otros (currantes), en haber superado la fragilidad de las redes centralizadas por un orden descentralizado donde la anárquica capacidad tecnológica de construir redes distribuidas ha sido doblegada por estructuras paralelas de control y seguimiento. A cualquier problema complejo se le desea atribuir una solución que incorpora la reglamentación, la planificación y el mandato como elementos inexcusables de la eficacia y el orden. Sobre todo a nivel global, ya sea para el control de emisiones contaminantes, los paraísos fiscales, los movimientos planetarios de capitales, la burbuja inmobiliaria, la crisis bancaria, el cambio climático, la protección de la ballena blanca, la explotación infantil, el comercio de órganos o de estupefacientes, la gripe aviar y la investigación y desarrollo de tecnologías; materias que parece deberían exigir un orden mundial disciplinario que coarte violentamente la capacidad anárquica de la sociedad para crear desorden, cacofonía, en virtud de un uso de la libertad desorganizado que requiere un control, una coordinación centralizada.
Realmente la ballena blanca se encuentra en peligro de extinción. No lo pongo en duda. Y la sociedad debería enfrentar este problema, proteger de algún modo un bien de valor incalculable. Sin embargo, tanto la solución demandada por la mayor parte del movimiento ecologista, como la que de facto intenta implantar el sistema, aunque no del modo férreo y justo que demanda el ecologismo, consiste en crear una serie de organismos mundiales de negociación entre países que voluntariamente pongan en práctica medidas de control de la caza y captura de ballenas hasta niveles tolerables por el juicio experto y el interés económico.
Pero la red con la que se cazan las ballenas no es distribuida, sino una red de tipo descentralizada, unos centros de poder económico poderosos que utilizan las más eficaces tecnologías extractivas para conseguir los mayores beneficios a corto plazo, y que utilizan el apoyo político, económico y mediático de sus respectivos gobiernos para competir y acceder al mayor número de caladeros con las máximas garantías de éxito. No millones de barcas distribuidas por todo el orbe cazando ballenas, sino unos pocos barcos con radar y cohetes teledirigidos. ¿Y esa red, esta sí, distribuida, de científicos, ecologistas, asociaciones filantrópicas y de protección de la naturaleza, de ciudadanos concienciados y luchadores que entre todos han denunciado el acoso mundial y traumático al que los poderosos someten a las ballenas, están realmente demandando que sean esas mismas estructuras centralizadas de poder las que solucionen un problema que no han sido capaces de ver por sí solos? Me parece absurdo, porque creo que la solución reside precisamente en ese entramado anárquico y público de libre pensamiento y ciencia, de conocimiento, que la sociedad ha sido capaz de crear en base a redes distribuidas, y no en el fortalecimiento de las redes existentes de poder, que no lo olvidemos, crearon el problema, y por absurdo que parezca, les otorgamos el poder para solucionarlo.
Resulta ilustrativo analizar varios de estos problemas globales a los que previamente he aludido, estudiar su génesis, y comprobar que en su mayor parte se rigen por unos patrones comunes de comportamiento que se basan en la acumulación de poder y de información, y que se dan tanto si analizamos el comportamiento de una dictadura popular, un régimen autoritario o una democracia: sujetos-nodos que controlan el conocimiento libre que fluye en la sociedad, que lo consolidan en estructuras centralizadas, que se convierten en actores políticos y económicos privilegiados con capacidad de negociación con otros centros similares de control en las esferas económica, política y administrativa, y que a través de una oscura red de relaciones clientelares sustraen renta de la sociedad y dificultan el funcionamiento eficaz de las redes distribuidas, de las que a su vez extraen información y conocimiento, aunque resulte paradójico.
Siempre aparece la connivencia del Estado, de la Administración, de los organismos reguladores, ya sea en el blanqueo de dinero, como en la trata de blancas, la gestión del agua o la decisión sobre el transporte público o la prestación de servicios sanitarios. El conflicto real no se da entre la sociedad civil y ese entramado mafioso de extracción (robo) de rentas sociales. Porque mientras esta sociedad distribuida siga pensando que la anarquía no es viable, y continúe, por tanto, delegando la solución de los problemas a las redes centralizadas de poder, el conflicto real, del que sólo atisbamos algunas de sus consecuencias, realmente se está produciendo entre los nodos que controlan, y los nuevos que desean aflorar, luchas extractivas en las que las redes distribuidas de ciudadanos libres poseen una doble función: la de ofrecer gratuitamente su conocimiento para que otros se lucren con él, y la de convertirse en aliados circunstanciales de algún grupo de poder o de la Administración en luchas de las que a veces, y de forma indirecta o en contrapartida de servicios prestados, se obtiene algún tipo de éxito en la reducción del narcotráfico, la pobreza o en el acceso universal al agua potable.
Llegados a este punto, propongo recuperar la imagen-ejemplo de las dos redes sobreimpuestas que crearon la jerarquía y los empleados de la multinacional Hewlett-Packard, porque ello puede ilustrar algunas de las cosas que pretendo comunicar en esta comparativa entre centralización y distribución: que el orden o la eficacia se encuentra más cerca de las redes distribuidas que de las centralizadas. No así, claro está, la concentración de poder, o la capacidad para acumular riqueza, por lo que realmente este desorden organizado en el que vivimos y al que le hemos encomendado el papel de Leviatán, realmente está generando demasiado ruido y cacofonía, disipando demasiado calor fuera de sus estructuras de poder, incrementando la entropía del resto del mundo a consecuencia de exacerbar la pobreza, el desastre ambiental y la violencia, en favor del orden de unos pocos.
Repito, si recuperamos la imagen de aquella red, la centralizada impuesta por la organización, y la distribuida creada libremente por los empleados, podemos alcanzar dos conclusiones contrapuestas, que son las que voy a intentar referir y comparar. La primera, que suele ser la más habitual y extendida, consiste en considerar la red jerárquica de la organización como la que realmente vertebra la práctica cotidiana de la multinacional, la que ofrece incentivos y exige objetivos, la que impone normas de funcionamiento, la que canaliza y atesora el conocimiento de la organización, la que actúa como interlocutor hacia el exterior y crea la imagen sólida de una corporación estable y bien dirigida. Por tanto, la red distribuida que se superpone resultaría residual, útil quizás para la organización de las pequeñas cosas, para algunos incluso peligrosa o ineficaz, en la medida en que puede interrumpir o dificultar el flujo de información entre los que mandan y obedecen, o ser empleada para actividades de ocio o peor aún, subversivas.
Pero las grandes corporaciones, lejos de prohibir o dificultar la existencia de esas redes distribuidas anárquicas y sobreimpuestas a la organización-red formal, no digamos que siempre las hayan fomentado, pero sí las han respetado, y en muchos casos, considerado imprescindibles para el funcionamiento y la viabilidad de la organización, tanto más útiles cuanto más compleja la materia a tratar, el servicio a satisfacer o el producto a fabricar. Lejos, por tanto, de la primera conclusión al respecto, la segunda, mucho menos conocida y divulgada, pero plenamente entendida y fomentada por los centros directivos inteligentes, es la de dejar hacer, que el libre flujo de conversaciones establezca los mecanismos y distribuya el conocimiento, pero eso sí, estableciendo una férrea estructura de control sobre la plusvalía social de la actividad que desarrolla la empresa o la administración. Véase “Elogio del anarquismo” de James C. Scott.
El peor gestor o jefe de una estructura compleja es el que desea saber demasiado, el que intenta imponer sus métodos de trabajo, el que pretende hacer cumplir estrictamente todos los procedimientos, el que aspira a saber hacia dónde se dirige el saber corporativo. Un jefe moderno no debería comportarse así. El moderno “management” ya lo sabe, y los cursos de las grandes escuelas de negocio nunca lo pretenden, y tan sólo lo muestran como ejemplo del arcano predecesor del moderno hombre de negocios. Los trabajadores, los investigadores, el personal currante de una organización, hacen lo que les viene en gana, y si un jefe, un nodo centralizador intenta imponer algo, o deja de funcionar la organización eficazmente, o se produce el sabotaje tácito de sus consignas: “¡Sí SEÑOR, Sí SEÑOR!”
Sin embargo, los jefes resultan imprescindibles en el sistema imperante, y por tanto, también la creación artificial de la red centralizada sobre la distribuida, no con el objetivo de ayudar a crear riqueza o conocimiento, sino con el fin de extraer rentas, en suma, de robar al resto de la organización. El jefe como nodo central, no está ahí para aportar saber ni experiencia en la fabricación de nada, resultaría contraproducente que fuese el que más supiera sobre el producto o la tecnología, porque el encargo que ha recibido no es otro que el de controlar, lubricar el funcionamiento de sus trabajadores, saber lo que está ocurriendo a nivel de relaciones, extraer el máximo producto con el menor sueldo, con el gasto más reducido, crear una imagen, una fidelización, un entramado social donde él sea el centro, no de la producción, ni del saber, sino de las aspiraciones sociales de sus empleados. Su juego no es tecnológico, sino motivacional y controlador, despiadado, porque no aporta nada a la creación y únicamente está allí situado en la red como un sumidero que aspira a extraer el máximo beneficio.
La iconografía a veces resulta clarividente y nos ofrece imágenes que la tradición y la cultura han utilizado para cargarlas de múltiples significados y resonancias útiles para comprender, en este caso, las implicaciones que las diferentes tipologías o grafos de red pueden tener sobre la libertad de las personas y la eficacia del sistema. En las figuras adjuntas, que se pueden interpretar de izquierda a derecha como representaciones de las redes centralizada, descentralizada y distribuida de las que presentábamos sus respectivos esquemas al comienzo de este artículo, se nos ofrece la omnisciencia de dios y sus rayos-cadenas-hilos sobre la pirámide símbolo de la jerarquía y su afán totalizador; la del gigante Argos, el monstruo de los mil ojos controladores, metamorfoseado por Ovidio en la cola del pavo real, y que la reciente tradición carcelaria, y educativa descrita por Foucault caracterizó en el moderno panóptico; y la recursividad mostrada magníficamente por Escher en las manos que mutuamente se pintas-crean, metáfora preciosa de los que significa el trabajo en red entre iguales y la capacidad del procomún para crear y crecer.
La anarquía está aquí, aunque no la veamos, y gracias a ella todavía existe orden, eficacia y algo de justicia. Pero necesitamos todavía mucha más anarquía, y por supuesto, muchos menos jefes, o ninguno, y caminar hacia la comunicación libre entre iguales, la gratuidad de los bienes comunes, y por supuesto, sepultar a Aristóteles y a Platón, y tirar al basurero el Estoicismo; pero tampoco erigir una estatua ni un altar, porque no lo comprenderían, aunque sí reservar una trozo de nuestro corazón, según nuestro talante e idiosincrasia, a Epicuro y a los Kynicos, también a Diógenes, el del barril.
Esto es la anarquía: redes y Estado by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.
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