Dicen que es el mejor pianista vivo. Afirmar esto de un artista o de un intérprete siempre me ha parecido una impertinencia. ¿A qué debe aspirar el público cuando sabe que va a escuchar al mejor pianista? ¿Qué récord debemos esperar? Yo deseaba escuchar las sonatas 27 y 32 de Beethoven, rara avis que cuenta cada una de ellas con tan sólo dos movimientos inusitadamente extensos, y que Sokolov interpretó sin pausa como si fuera una inmensa sonata de cuatro movimientos y más de una hora de duración. No sé por qué se las sigue llamando sonatas, porque ni estructural ni formalmente lo son, y por ello los pianistas deben esforzarse en ofrecerles una coherencia y una estructura que en el original no aparece de forma clara ni muy explícita. Más que en los detalles o en la dificultad técnica, el reto reside en comenzar a tocarlas sabiendo cómo van a acabar. Estas últimas sonatas de Beethoven inciden en las formas fugadas y en las variaciones. Logra aquí el músico alemán aquello en lo que su antecesor Bach fue un consumado experto, en ofrecer variedad o diversidad en la monotonía, en conseguir mantener la atención del oyente a pesar de las innumerables repeticiones de los temas.
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