El joven compositor Mikel Urquiza nos explicó el martes algunas claves de su proceso compositivo, sus referentes, inquietudes, inspiraciones, etc. Y lo hizo basándose en cómo había compuesto su obra para trío de piano, violín y violonchelo, «Cinq pièges brefs«. Utilizó para ello unas reflexiones del escultor-arquitecto Jorge de Oteiza en torno al arte y su parecido con el concepto de trampa: «El hombre es pastor del ser. El artista es cazador del ser«.
Esta conexión de la experiencia artística con la trampa me parece realmente interesante y guarda relación con las reflexiones que he ido publicando en torno al «artear»: «El artista es un tramposo. El artista es el hacedor de trampas«.
Porque el arte juega con nuestras percepciones, y se funda en un engaño consentido, en un juego perceptivo en el que todo artista presenta un reto cognitivo, una especie de engaño o trampa perceptiva que el espectador, el oyente o el lector tenemos que desentrañar dejándonos cazar. La conferencia de Urquiza me resultó tan interesante porque en cierto modo nos presentó en qué consitistía su método de «caza musical», de engaño sonoro, y lo hizo a través de una obra musical en la que introdujo conceptualmente los diferentes tipos de trampas que los cazadores utilizan: cebo, jaula, liga, camuflaje, espejo, red, lazo, anzuelo, señuelo, etc.
Desde el paleolítico el ser humano ha utilizado diferentes artefactos para engañar a sus presas, pero también para divertir, encantar, enseñar y explotar a sus semejantes, tanto en las tácticas más básicas de supervivencia y cortejo amoroso, como en las más sublimes del arte, la ciencia, la política, la moda o la publicidad.
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