Me obsesionan dos libros, un par de posicionamientos vitales, dos aptitudes ante lo político, del vínculo del individuo con la colectividad, concepciones tan opuestas que me rondan como una pesadilla que mi razón no puede ahuyentar, entre la peste de Camus y la ceguera de Saramago.
Dos premios Nobel de los que no voy a destacar nada que ya no se haya dicho sobre su prosa y enorme talla literaria. No deseo detenerme ahí. Con los dos he disfrutado, me acompañan en la cabecera de mi cama, sin su compañía no podría reconocer mi trayectoria vital leyendo.
No impide esta admiración pareja que, en los dos libros aludidos, La peste de Albert Camus, y Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, aparezcan unas visiones de lo humano y de la sociedad tan alejadas, y contrastadas, y sin embargo, tan influyentes en lo que ha sido la historia del pensamiento político de la humanidad. Y que dichas concepciones tan opuestas atosiguen mi mente como el diálogo absurdo de un demonio con su ángel de la guarda.
En resumen, dos cataclismos se ciernen sobre una ciudad ordenada, dos plagas que desquician el equilibrio de poder de la cotidianidad. Un nuevo orden debe abrirse paso entre los escombros del equilibrio político recién destruido por obra y gracia de la peste, en un caso, y de la ceguera.
Saramago nos muestra al lobo que es el hombre. Los instintos de la violencia, del poder, de cierta barbarie vital que la sociedad burguesa ordenada había camuflado bajo la férula de un Estado ordenancista que monopoliza la violencia. La plaga de la ceguera destruye ese estatus quo y la sociedad se convertirá en un campo de concentración, y cada barracón en un microcosmos de violencia donde el más fuerte oprimirá arbitrariamente al débil.
Sobre la ciudad de Camus se precipita la peste, que hace aflorar el egoísmo, el miedo, pero no la barbarie, y sobre todo, una solidaridad que anclada en el absurdo de la vida va a desplegar sus alas en el consuelo y la ayuda mutua. El hombre no es un lobo, la sociedad no se asemeja a un rebaño, las raíces de la sociabilidad no se hunden en el temor a la violencia, en un miedo al prójimo en el que se ha querido basar la enajenación de la propia libertad en aras de un pacto de no beligerancia.
Camus nació nueve años antes que Saramago. Esta semana hubiera cumplido cien años. Ambos pertenecían a la misma generación. Conocieron las dictaduras en sus respectivos países, coquetearon con el comunismo, rehicieron sus biografías políticas tras los cataclismos ideológicos de la guerra mundial, representan, a día de hoy, una imagen de lo que significa el humanismo, sus obras, en cierto modo, aspiran a reflejar, desde presupuestos muy distantes, esa característica tan humana y sin embargo tan elusiva, de la dignidad. Y por ello me viene a la memoria el título de una revista de aquella época casi contemporánea de los acontecimientos de mayo de 1968, cuando ya desgraciadamente Camus había fallecido, y que se llamó Socialismo o barbarie, una contraposición en la que ambos escritores creyeron desde ópticas muy diferentes.
Evitar la barbarie, la de la guerra que asoló Europa, pero también la de la explotación del Tercer Mundo, la de la guerra –civil o de liberación- argelina o la del capitalismo y el estalinismo. Y para contrarrestarla, el socialismo, una idea que sobrevuela toda la obra de ambos autores y de la que sin embargo me resulta imposible ofrecer una definición válida para ambos. Una sociabilidad que Camus concibió de forma espontánea en el ser humano y que ante las desgracias, desde el fondo del desorden, del caos de la tragedia, aflora como un resorte ofreciendo equilibrio, tranquilidad. Y que Saramago, en cambio, considera que sólo podrá destacarse en el ámbito de una sociedad ya ordenada, planificada, organizada por un poder que impone una estructura proclive a la solidaridad y la armonía.
Autoridad y libertad. Y sus correlatos socialistas en el sentido del socialismo autoritario o estatal, o el libertario: la ceguera, o la peste, el Estado o la anarquía. Me acuerdo de Proudhon y sus escritos en torno a estos dos conceptos antagónicos, pero también tan complementarios, imprescindibles para organizar cualquier tipo de ordenamiento político.
También recuerdo a otro Nobel, esta vez la economista Elinor Ostrom, y su libro Governing the commons, donde advierte que entre los dos modelos clásicos y convencionales de gestión de lo público, el libre mercado capitalista y la autoridad planificadora, se erige un tercer campo de gestión comunitaria por acuerdos voluntarios, que a pesar del poco interés que tradicionalmente ha despertado entre los historiadores de la ciencia política y de la economía, ha sido el más extendido en el mundo y el que más éxitos ha cosechado a nivel de justicia y de sostenibilidad ambiental.
En fin, entre la peste y la ceguera desfilan mis ideas. Apestado por la ceguera; un ciego orientado por el olfato.
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Los ensayos de Saramago, el de la ceguera y el de la lucidez, estan entre los mejores libros que he leido. Leo Casa Desolada. Leere a Camus proximamente. Gracias por el articulo Juan. Un abrazo.
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Gracias, Miguel Ángel. Me alegra compartir contigo lecturas, y espero que en breve, y en directo, podamos conversar sobre ello.
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Yo acababa de leer La Peste de Camus cuando compre el de Saramago. Creo que libro el del segundo es una copia burda y mala del libro del primero.
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