Durante muchos años la orquesta cristiana consistió en el órgano que poseían las principales iglesias de occidente. Acompañante ubicuo de la liturgia, los órganos se fueron adaptando a la sensibilidad artística de cada momento y lugar. El Concilio Vaticano II culmina un proceso de simplificación y popularización de la liturgia que sacrifica la presencia de la gran música religiosa en las catedrales y basílicas cristianas. En la actualidad, al clero le sobra la monumentalidad de sus iglesias, que utiliza de forma un tanto ignominiosa como atractivo turístico y recurso económico. Por ello, la misa y los lugares de recogimiento y de oración se disponen en lugares donde no molesten al visitante, dueño y señor de un recinto antaño sagrado y que cada vez se parece más a un parque temático.
Los órganos y las capillas musicales catedralicias quedaron así arruinadas. En la actualidad, dudo que existan personas menos sensibles a la música que los curas, los diáconos y los obispos, iconoclastas musicales. Si alguno existe al que le interese un poco la música, su voz de plañidera inunda el recinto sagrado multiplicada por la infame megafonía. Si en alguna boda los novios se atreven a invitar a unos músicos, la impaciencia del cura campa cada vez que la música se inmiscuye en la seriedad de la ceremonia.
Por esta razón, los órganos restaurados de las grandes catedrales españolas, mantienen una relación siempre conflictiva con la mayor parte del clero, que ve el órgano nuevo como una especie de intruso al que resulta preciso moderar y controlar a fin de que no se convierta en un instrumento de perturbación en la anodina liturgia conciliar. Cada vez que asisto a un concierto de órgano en una catedral me encuentro con este panorama. No es que yo desee instaurar fastos históricos, o volver a conciliar la liturgia con la propaganda musical, pero la enorme inversión pública que supone la restauración, construcción y mantenimiento de los grandes órganos catedralicios se topa con una institución gestora del espacio que dificulta, entorpece y desvirtúa el trabajo de los músicos y de los artistas y gestores del patrimonio musical.
En la catedral de Tarragona el órgano se restauró hace unos cinco años y poco a poco se intenta confeccionar alrededor de él una decente temporada musical. Tiene su gracia que la catedral tarraconense posea la advocación de Santa Tecla. Ayer asistí a uno de estos conciertos, el que ofreció el organista donostiarra Esteban Landart, un programa escogido con mimo y acierto que tuvo la virtud de resaltar las características musicales del órgano catedralicio y explotar todas sus virtudes sonoras. Llama la atención la espectacular caja del órgano, labrada en maderas nobles durante el Renacimiento. Y las espléndidas puertas cuyas hojas están compuestas por unos monumentales lienzos en madera que están en proceso de restauración.
En el vídeo se puede apreciar su sonido y contemplar los detalles de su construcción.
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