Maratón sinfónico

Soy escéptico respecto a los tour de force, sobre todo en relación con el arte y la cultura. La paulatina conversión de lo valioso en cifra no deja al margen a la literatura, los museos, las óperas o la pintura. Parece que sólo lo valioso merece transformarse en número, y que únicamente el valor cuantitativo de las cosas nos da la imagen de su atractivo. En este caso, como en las anteriores ocasiones, se anunciaba la celebración del Día Europeo de la Música como un auténtico reto deportivo, como si se tratara de una plusmarca mundial, colocar a un director ante el reto de dirigir en apenas 12 horas 9 sinfonías delante de cinco orquestas diferentes.

El reclamo resultaba atractivo, y el público no defraudó. Y a pesar de mis temores, el nivel artístico resultó espléndido. Y consiguió además llevar al Auditorio Nacional de Música a un público no habitual y que de esta forma podrá empezar a beneficiarse de unos ciclos de conciertos de música clásica que la administración subvenciona generosamente.

Sólo me perdí el segundo de los conciertos, el dedicado a la dos novenas sinfonías de Garay y de Schubert. Sobre la más conocida, la Novena de Beethoven, que abría el ciclo, brilló el Coro Nacional de España y los cuatro solistas, sobre una partitura cuya interpretación ya sólo nos puede sorprender si se realiza rematadamente mal, lo que no fue el caso. La Orquesta de RTVE nos mostró una Novena de Bruckner muy bien ejecutada, en la que brilló toda la sección de viento, excelente en las partes más camerísticas y emotivos en los tutis a pleno pulmón. No están muy acostumbradas las orquestas españolas a Bruckner, y menos el público, pero esta versión creo que consiguió acercar al oyente madrileño a este misógino y puritano músico vienés. La sinfonía que me rindió al buen hacer del director maratoniano, Victor Pablo Pérez, fue la Novena de Shostakovich ejecutada por la Orquesta Nacional de España. Se considera una partitura menor, por su carácter frívolo y porque tan sólo dura 30 minutos. Fue estrenada en noviembre de 1945 en Leningrado para celebrar la victoria soviética en la Segunda Guerra Mundial y lal liberación de la antigua San Petersbugo, ciudad natal del compositor ruso. Pero éste, lejos de componer una sinfonía nacionalista y laudatoria, confeccionó una partitura llena de ironía, y en su ultimo movimiento, de clara irreverencia hacia un Stalin y un régimen que le perseguía y le amenazaba.

Las Novenas de Beetohoven, Schubert, Dvorak, Bruckner y Mahler son las últimas de sus respectivos ciclos sinfónicos, escritas casi como testamentos musicales. Destacable sobre todo en Bruckner, que la dejó inconclusa, y en Mahler, que falleció sin poder escucharla. Resultaba habitual que Mahler revisara sus partituras sinfónicas tras experimentar sus audiciones. En este caso no pudo hacerlo, y así creo que el primer movimiento se resiente un tanto, y me da la sensación de que le falta la estructura y la coherencia formal que posee la mayoría de sus obras. No obstante, está cuajado de grandes momentos. Sin embargo, el adagio final resulta memorable, una de esas páginas que uno no puede olvidar.  Casi treinta minutos de música que culmina como una exhalación y que a todos nos hizo comprender que por encima de las cifras, de los récords y de los retos deportivo-culturales, se puede ofrecer una experiencia artística de muy intensa profundidad. La interpretó la Joven Orquesta Nacional de España, con tensión, convicción e ilusión, y a nadie nos dejó indiferentes.

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