Más sobre la experiencia

Escribí el otro día sobre el experimento y la experiencia. Y ahora que releo algunas cosas de Marx y de Benjamin me gustaría traer dos de sus reflexiones al respecto, porque pueden ayudarnos a establecer criterios para valorar y comparar nuestros experimentos y experiencias, y aquello que nos vende la industria del ocio y del entretenimiento.

A Marx se le considera un pensador serio y poco sensible, más bien frío. ¡Cómo si los materialistas no tuviéramos corazón! Sin embargo, su pensamiento-acción nos remite continuamente al ser humano, a las entrañas del hombre como animal constructor y vital, y recupera así la seña de identidad básica de la filosofía, la ética y la política, que es su intrínseca conexión con el individuo que se construye y se hace a sí mismo en relación con el ambiente transformado que le rodea. Traigo una frase de sus “Manuscritos económico y filosóficos” de 1844:

Si se quiere gozar del arte hasta ser un hombre artísticamente educado; si se quiere ejercer influjo sobre otro hombre, hay que ser un hombre que actúe sobre los otros de modo realmente estimulante e incitante. Cada una de las relaciones con el hombre —y con la naturaleza— ha de ser una exteriorización determinada de la vida individual real que se corresponda con el objeto de la voluntad. Si amas sin despertar amor, esto es, si tu amor, en cuanto amor, no produce amor recíproco, si mediante una exteriorización vital como hombre amante no te conviertes en hombre amado, tu amor es impotente, una desgracia.

Nos habla de la experiencia como algo dual, tanto como una exteriorización del individuo, como de una transformación del prójimo y del entorno, como de la única manera de establecer nexos y por tanto de construir nuestra personalidad a la vez que fabricamos lo que nos rodea. Algo muy alejado de ese modo tan habitual, hoy en día, de querer experimentar, con desapego, de observar las experiencias como desde una atalaya, de querer gozar, pero sin que las cosas nos afecten y nos transformen, de considerar el consumo experiencial como una mercancía bien definida y categorizada que va a cumplir su cometido unidireccional según su manual de instrucciones o el catálogo de la agencia de viajes.

Por ello me parece también interesante recordar a Benjamin y sus reflexiones, siempre tan adelantadas a su tiempo, sobre lo que él denominó la fragmentación de la experiencia, contenidas en “Pobreza y Experiencia”, un escrito de 1933, casi cien años después del texto de Marx. Porque nos recuerda que un rasgo evidente de la modernidad y del capitalismo ha consistido en la fragmentación, no sólo de las tareas económicas y sociales, sino también de las personas entre sí, y finalmente del interior de los mismos individuos. Una pérdida de lo orgánico, o de la relación de las partes con el todo bajo un sentido o identidad, que ha convertido la transmisión de la experiencia de haber sido algo personal, que se comunicaba como relato vital, a convertirse en un cúmulo de fragmentos a los que resulta muy difícil encontrarle ni un sentido, ni un valor existencial. Nos recordaba Benjamin el viaje de Goethe por Italia en contraste con los viajes turísticos, o la necesidad de contextualizar siempre las lecturas, de preguntarse por las razones que nos obligan a leer un texto o experimentar, por la necesidad de vincular la búsqueda de experiencia y experimento con las transformaciones del individuo.

Por ello el arte de vivir del que nos habla Foucault, y que recogía de una amplia y extendida tradición griega, no consistía en únicamente someter el cuerpo a una experiencia que se vende como gratificante, sino en conectar lo que deseamos ser, el modo cómo queremos vivir con aquellos experimentos y experiencias que aspiramos que nos ofrezcan los estímulos adecuados a la transformación deseada. Un camino que a diferencia de lo que nos promete la publicidad y la propaganda, no está escrito de antemano en ningún manual de uso o folleto, que no se puede comprar y por consiguiente, que no tenemos derecho a la devolución, ni a la protesta, ni a la denuncia.

No creo que ninguno de estos autores, ni yo mismo, estemos hablando de nada esotérico, ni aristocrático, santo o heroico, ni de algo que no tengamos ya aquí delante de nosotros, de experiencias que incluso están vinculadas, cómo no, a la sociedad capitalista en la que vivimos, y a las mismas mercancías y experiencias que compramos. Lo que proponen, sin embargo, es una forma alternativa de valoración de las experiencias y de los experimentos, una forma diferente de experimentar lo cotidiano, desde lo aparentemente más banal hasta lo más apreciado.

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