Los forzados de la carretera
El deporte es una actividad donde reina la desigualdad. La primera, y más definitoria, la relativa a la diferente genética de los deportistas y la importancia tan enorme que posee ésta sobre el rendimiento deportivo. En consonancia con el avance tecnológico de la sociedad se producen evidentes adelantos o potenciales usos de una serie de tecnologías y sustancias con el virtual objetivo de incrementar el rendimiento deportivo. El deporte moderno resulta incomprensible sin las técnicas de entrenamiento, sin la tecnología del material deportivo (zapatillas, ropa, bicicletas, bañadores, etc.) y sin el apoyo de la más moderna medicina (cirugía, nutrición, medicinas, fisioterapia, ayudas ergonómicas, etc.). No existe posible competición en igualdad de condiciones, porque todos los anteriores factores se distribuyen de forma muy diversa entre los deportistas. En contra de lo que pregona la política antidoping, ¿no estará yendo contra la igualdad la prohibición de tomar sustancias dopantes? ¿Por qué prohíbe la ley tomar EPO para aumentar el hematocrito hasta niveles comparables a los niveles que otros deportistas consiguen por genética, o por dormir en cámaras isobáricas? Todo deporte debe tener unas normas, pero ¿resultan justas, sanas y deportivas las normas actuales contra el doping?
Así contestaba el gran Bahamontes cuando le preguntaron sobre el doping:
¿Dopaje? Yo corría a base de carajillos. Yo no me fiaba de nadie. Es más, me preparaba mi propia bomba. Al margen del bidón de agua, café o té, en una petaca de aluminio, que llevaba en mi bolsillo trasero, me preparaba un mejunje, que era una especie de carajillo: dos cafés, media copa de coñac y un chorrito de Colastier, un regulador del ritmo cardiaco. Cuando faltaban 50 kilómetros para la meta, yo sacaba mi petaquita y ¡zas! para dentro. Volaba.
Estamos ante una actividad que aspira a poseer una gran naturalidad, pero que se disputa en un entorno desigual, inmersa en un universo tecnológico que permite incrementar el rendimiento. ¿Cómo congeniar naturaleza, justicia y tecnología en el deporte?
Recomiendo el libro del ciclista David Millar, “Pedaleando en la oscuridad”. No cuenta nada nuevo. Es un típico libro de testimonio, cuya sinceridad resulta discutible, de arrepentimiento y anuncio de no reincidir, una voz que clama por que los deportistas no se dejen acunar por trinos de sirenas y compitan limpios de doping. Un signo de los tiempos. Por ello resulta útil detenerse en él.
Hipocresía. Creo que es el adjetivo que mejor define la relación que la sociedad establece entre las drogas y el deporte, en concreto, en el mundo del ciclismo, al que con más detalle me referiré y donde de manera más clara se aprecia esta dislocación de los términos.
Aconsejo otro libro, el que el escritor francés Albert Londres escribió sobre el Tour de Francia del año 1924. Desde entonces a los ciclistas se les suele llamar “los esforzados de la carretera”. Un error. El escritor inglés quiso decir “los forzados de la carretera”, los esclavos, los explotados, a semejanza de los condenados a trabajos forzados.
Recuerdo al ciclista suizo Hugo Koblez, el primer ganador no italiano del Giro de Italia en la edición de 1950. Al año siguiente el llamado ciclista con encanto (le pédaleur de charme) asestó un golpe moral, y mortal, a todo el pelotón del Tour de Francia cuando él solito se escapó durante más de 130 kilómetros, a una media de 39 km/h, y consiguió alcanzar la meta con más de 2’ de ventaja. El día anterior estuvo a punto de abandonar por un forúnculo. Y para aguantar el dolor, los médicos le recetaron supositorios de cocaína, que por supuesto tomó para alzarse con el título final de la ronda francesa.
El periodista francés Albert Londres nos describe el contenido de la mochila de los hermanos Pelissier en el Tour de 1924, todo tipo de pastillas, cocaína y estricnina.
Las drogas y el ciclismo de élite siempre han convivido, resultan inseparables. La inmensa mayoría de los ciclistas profesionales se ha drogado, ha tomado medicamentos y sustancias llamadas dopantes para mejorar el rendimiento y acelerar la recuperación, pero también, no lo olvidemos, para soportar el dolor.
Ensayo sobre las dos ruedas (xii) by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional License.
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