Traigo un hecho sorprendente sobre el poder evocador de la bicicleta. Quizás esté un tanto sensibilizado estos días que tantas presentaciones estoy realizando de mi «Ensayo sobre las dos ruedas«. Pero me ha parecido singular de la capacidad que la bicicleta también puede tener para imaginar mundos. En el post sobre Deadtown hablé sobre la influencia del cineasta Karel Zeman en la manera ilusionista de abordar esta obra teatral. Y quisiera incidir en el más evidente elemento de unión visual entre ambos mundos, que no es otro que la bicicleta. Me explico.
La obra de los hermanos Forman se abre con una especie de cabaret, un tanto grotesco, ambientado en el Lejano Oeste, y en el que se suceden escenas tópicas del género con sorna y un poco de sarcasmo.
Pero un elemento discordante de este sucedáneo de trama lo aporta la bicicleta de Jacques Laganache, que se cuela en el espectáculo con números de acrobacia y de sensibilidad, algo inaudito en el Far West. ¿Por qué? Quizás para usar el poder evocador del circo y de la bicicleta, para traer la ilusión y la libertad de la niñez y hacer posible ese truco de ilusionismo en el que va a consistir la segunda parte del espectáculo. No lo sé. Pero si se ven los vídeos de las películas de Karel Zeman, se aprecia la importancia de la bicicleta en algunas de sus representaciones un tanto oníricas ligadas a la tecnología. Por ejemplo, el globo aerostático traccionado por un ciclista que al dar pedales mueve la hélice que lo propulsa. O ese buzo que surca las profundidades marinas con un velocípedo cuyos pedales accionan las aletas.
Y es que incluso en Deadtown los caballos se mueven por pedales. Y una de las imágenes más evocadoras, y con la que acaba la obra, es precisamente la pareja protagonista alejándose y perdiéndose en un horizonte casi desértico, montados sobre estos caballos ciclistas.
En resumen. la bicicleta, siempre la bicicleta, y mi obsesión por ella.
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