Tres libertades: de elegir, pedir y producir

Fragmento extraído de “¡Esto es la anarquía!”, de Rui Valdivia, publicado por Decordel.

La anarquía y la libertad son la misma cosa. Por ello, todos los sistemas políticos que se basan en el Estado intentan justificar que su poder soberano es el verdadero garante de la libertad de sus ciudadanos, que la libertad que disfrutamos nos la concede exclusivamente el Estado y que sólo se puede ejercer la libertad individual dentro de los márgenes y con las condiciones que marca el Estado.

Realmente, el Estado nos provee actualmente de educación, salud, seguridad, trabajo, justicia, agua, alimento o medio ambiente. Pero la relación que mantenemos, como individuos libres, con cada uno de estos servicios, se basa fundamentalmente en que nos hayamos convertido en consumidores de esa libertad otorgada desigualmente, minusvalorándonos en nuestro papel de verdaderos productores de nuestra libertad.

Vivimos en sociedades que preconizan la libertad individual de elegir y de pedir, en detrimento de la libertad individual de producir nuestro propio bienestar. Estos tres espacios de la libertad resultan complementarios, pero los regímenes estatistas siempre aspiran a repartir estas libertades de forma muy desigual entre sus habitantes. En primer lugar, siempre crean un cuerpo o casta o burocracia que se arroga la capacidad única de fabricar, distribuir y organizar cómo los habitantes tienen que acceder al bienestar. Y por otro lado, protege y apoya a la minúscula y poderosa clase social de los propietarios del capital material, tecnológico y financiero, es decir, de los medios de producción de bienestar.

El tipo de bienestar que se produce, así como la forma en que éste se distribuye, depende de esta división social coactiva que convierte a cada ciudadano en un engranaje que consume bienestar en virtud de la posición estructural que ocupe en el sistema. La libertad, por tanto, se ejerce en virtud de la capacidad de cada individuo por acomodarse en una posición, para cumplir un papel en una estructura preexistente, en suma, de su capacidad para extraer rentas derivadas de su poder dinerario para comprar y de su poder político para beneficiarse de las decisiones estatales.

Por esta razón, el juego político en los regímenes estatales (sean socialistas, totalitarios o democráticos) siempre se basa en presionar al Estado para que adopte decisiones que amplíen el poder económico, el acceso a servicios o la capacidad legal de determinados colectivos. Son regímenes rogativos que dejan escaso margen para que los ciudadanos se puedan organizar libremente entre ellos para darse su propio bienestar y organizar libremente su propio trabajo.

Los Estados son sectas de las que resulta casi imposible escapar, porque el Estado se ha encargado de eliminar la posibilidad de poder sobrevivir al margen, ya que ha alejado de nuestro alcance los recursos y las herramientas imprescindibles para poder ejercer la libertad por nosotros mismos. Por ello, la anarquía que ha conseguido sobrevivir, lo ha logrado en los márgenes, en las fisuras de los Estados, en aquellos lugares o zonas en las que el Estado se abstiene de actuar, o en las que los individuos han logrado crear o defender algún ámbito libertario.

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