«porque no renuncio»: prólogo

Acaba de publicarse mi cuarto libro de poesía, «porque no renuncio». En breve estará en alguna librería de Madrid. Y el viernes 14 de noviembre a las 19 horas comenzaré su difusión con algunos recitales musico-poéticos a cargo del Café Johanes, este primero de ellos en La Libre de Barrio.

El libro, como ya dije, se estructura en tres grupos de poemas, que llevan por título: «ni a la ira», ni al deseo» y «todavía».

En la portada hemos utilizado una de mis pinturas, que en su día publiqué junto con algún poema.

La edición, muy cuidada, ha sido llevada a cabo por la editorial Opera Prima.

El prólogo lo ha redactado Carlos Galán, compositor y escritor, del que el Real Coservatorio Superior de Música de Madrid guarda un muy grato recuerdo, por hacer sido durante muchos años, Catedrático de Improvisación musical. Dirige la agrupación musical Cosmos 21.

Dejo aquí el prólogo, como apetivo de lo que es el poemario, y que junto al índice, yo creo puede ser útil para hacerse una buena idea de su contenido.

prólogo

El autor me pide unas palabras a modo de prólogo, cuando si algo no necesita proemio, y menos preludio musical alguno, son los poemarios. Porque en ellos las palabras se hacen carne, aliento, abrazo hermano, puñalada fiera, por lo que poco más se puede decir. Sólo queda el escucharlas, releerlas, paladearlas en silencio… Bueno, con Rui Valdivia ello es inconcebible porque, las declama espléndidamente, rompiendo ese monótono recitado que realizan la mayoría de los poetas con sus textos, ya que él desencapsula los poemas de ese mortal túmulo de la tinta impresa -o en tiempos virtuales, de su cristalización tras el vídrio de la pantalla- para hacerlos sonoro lamento o gipío o, también, en ocasiones, denuncia o compartido gozo. Pero vaya este intento.

Su nuevo poemario rezuma todo a él, a todo él: al ingeniero minucioso, al comprometido militante, al amante del arte, al comunicador, al oyente y al cantor, al meditativo y al activista, al actor y al espectador…del mundo, del espacio, del entorno, violento y obtuso, pero al tiempo tierno y fresco.

Rui Valdivia, el poeta, que cual caleidoscópico enjambre, fieramente humano, es el que me ocupa (hay más y quizás a ellos recurra luego), ya nos había dejado su impronta en sus tres anteriores entregas (“Por si no lo sabes”, “He pensado en ti” y “Y creo que te gustó”), pero con “porque no renuncio” da un paso adelante y se entrega sin límites a la poesía, ya no al servicio de breves aforismos, apasionados encuentros a modo de califactos o derivas poéticas. Con este poemario se abre al mar proceloso de la poética, cuando ésta se convierte en un sentido abrazo al alma propia. Así, sincera y desnuda. Como es este poemario. Y por fuerza mis propias palabras, las que las suyas me provocan, tienen que nacer incendiadas por la lectura aún candente, tras leer y releer sus poemas, que he realizado de forma abigarrada, a veces, en otras sosegada y pastueña (como ese toque guitarrístico flamenco que tanto a él le gusta), intensa e incesante en otras, incandescente siempre. Porque su poesía está viva, pues emana de un hombre en contínua ebullición personal. Incasdescencia, dije. Y dejando muchos matices sin abarcar, ya mencioné el del activista y hombre anudado a la reflexión. Léase con detenimiento y pasión sus ensayos “Esto es la anarquía” y “Ensayo sobre las dos ruedas”, este segundo trabajo, anterior a cualquiera de sus poemarios y que definen al hombre comprometido y activista, como ya expresé. Pero también al hombre-individuo y al colectivo, el que tiene un microcosmos interior de prodigiosa riqueza pero que, al tiempo, abre sus ventanas a un espacio externo que, ¡ay!, me temo, necesita muchas atenciones y enmiendas. Y la poesía es una cura inigualable. Aunque pocos (casi nadie) recurran a ella.

Su discurso poético, aunque por momentos presente una desnudez desoladora, lejanamente -en sus versos cortos- hermanada con los recurridos haikus, no deja de ser por lo general un torrente vertiginoso, como esa espada de agua fresca que enunciaba Neruda, y que como con él, abre todas las puertas de la vida, al menos de la sensibilidad (a ello también volveré sine die). Y ese portentoso flujo le hace quedarse sin aliento, de cara a que sea el lector al que le aliente a dejarse arrastrar, cual caudaloso arroyo en crecida, por dicho río de precipitado curso. Como sé lo que ama el tema del agua (sabido es su doctorado y dedicación profesional al tema de los recursos hídricos), también conviene recordar que en su poesía no todo es revuelta, remolinos pavorosos y vertiginosas cascadas, sino que también hay cahozos, remansos de aguas en los que ahondar en el pensamiento, sentimiento, en la palabra (ese objeto que Lacan vinculaba estrechamente a la psicología, pero que es mucho más que eso; de hecho afirmaba de entrada que “el lenguaje es aparato de goce”). Pero trataba el tema de ese discurso, frecuentemente impetuoso, para el que recurre a la eliminación de los signos de puntuación: puntos, comas, puntos y comas, los suspensivos,… todos desaparecen. Su poesía nos arrostra a un cauce (nuevamente el agua) por el que es hasta posible navegar sin el líquido elemento, así es la fiereza de su discurso, el infinito insondable de su pensamiento. Parece como, si dando la vuelta a la prosa poética juanramoniana, abjurara de la propia poesía, dejando que sea el lector el que la transforme en un poemario prosificado, tal es su densidad. Por cierto, y en ese hipérbatón que es tantas veces la vida, me manda el autor el índice, y compruebo que, dándole la vuelta, no deja de ser un acróstico corrido, una prosa versificada.

Imposible en un poemario tan extenso -de un hombre que sigue caminando y descubriendo espacios-, que no resuenen ciertos ecos, propios de quien ha leído y sentido mucho. Desde la tangencialidad de un Ezra Pound -del que le media un abismo sociopolítico descomunal, para fortuna de Rui Valdivia-, pasando por la delicada desolación de Pessoa, el compromiso fieramente humano (ya dije) de Otero, la desazón de mi loco Leopoldo Panero o la intensidad emocional del querido y añorado amigo Félix Grande. Incluso, reflejos de ese movimiento finisecular madrileño-manchego que fue el sensismo, que en él, hace más propio aún el término. Pero estos son referentes, tuyos, nuestros, del colectivo, y que no deben opacar la sensación de encontrarnos ante un poeta feraz con voz propia. Profunda y sentida. Llena de espacios pero sin alientos. Y que hay que leer. Y releer sosegadamente, aunque parezca arrostrarnos, arrastrarnos, engullirnos, al paso impetuoso del arroyo fiero. Pero que siempre será vivificante. A ello invito al lector.

Carlos Galán

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