Manifiesto Matérico

Lamentablemente, los manifiestos se estilan poco en estos tiempos. Aunque recientemente, también en estas páginas, haya presentado el Manifiesto Comunero. De los manifiestos a mí siempre me ha gustado el golpe en la mesa, la afirmación del ser, el grito que reivindica al sujeto a través de la protesta y también con la apuesta por querer transformar la realidad. Lejos de la pataleta, o de pretender establecer códigos o mandatos, los manifiestos identifican una realidad, proponen unas acciones, a veces algo parecido a unos valores, y una especie de utopía, de imaginario sobre el nuevo mundo que se desea habitar. En los manifiestos no suele haber victimismo, ni furibundos afanes incendiarios, pura afirmación de unas señas de identidad, crítica fundada y vehemente de la realidad, y sobre todo, la sana expresión del deseo de integrar a cuantos quieran arriesgarse a acompañarnos por el camino que se propone.

Y digo esto porque el domingo 8 de enero tuve la suerte de volver a leer un manifiesto, que aunque publicado en 1994, todavía posee plena vigencia, y porque quien en su día lo aireara es un amigo que está llevando a cabo una labor titánica en el campo de la música y sobre todo, del sonido… y también del silencio.

Se llama carlos galan –sí, con minúsculas, que así le gusta a él escribirlo- y ofrece su experiencia de improvisación –no podía ser de otra cosa- como catedrático en el Conservatorio Superior de Música de Madrid. Pero sobre todo, es un compositor que celebró el pasado domingo haber compuesto ya 100 obras, la mitad de cuya música posee el adjetivo de matérica. Porque el manifiesto se llama así, “El Manifiesto Matérico”. Y como todos los manifiestos existen para ser proclamados y difundidos en voz alta y libremente, pues me permito adjuntarlo para quien desee leerlo. thumbnail of manifiesto materico de carlos galan

El autor identifica claramente su propuesta artística –y diremos que política- como “una aproximación sensible y reivindicativa de la materia”, que pretende llevar a cabo, como afirma acto seguido, desde dos vertientes inextricablemente unidas: por un lado, y recogiendo las palabras de Beuys, “A nosotros nos toca insuflarle vida a las piedras, para que no estén tiradas por ahí, como animal muerto«; y en segundo lugar, hacerlo aislando el sonido para “que pueda adquirir toda su potencialidad de ser (…) para implorar que: ¡Hay que hacer que la materia hable!

E identifica un culpable histórico, cómo no, encarnado en “ese ángel exterminador que supone la constancia de un pulso rítmico”.

No podemos olvidar que el arte matérico, sobre todo en la pintura o en la escultura, ya fue definido por U. Eco, y que tuvo a uno de sus exponentes más claros en ese monstruo del antiarte que fue Dubuffet y su art brut. Es decir, arte en bruto, o mejor aún, música como materia prima sonora “con una aparente renuncia a la forma, a toda organización”. Si la música se comienza a aprender en la escuela y en los conservatorios como pulso y ritmo, y si se la suele definir como de sonido organizado, entonces lo que plantea la música matérica ¿qué es?

Bueno, escúchenla. Pero claro, no de cualquier modo, porque lo matérico hay que experimentarlo de una forma original y propia, diferente a cómo se escuchan otras músicas, con un especial cuidado por intentar percibir la energía y la materia propias del sonido.

Carlos Galán – Lux perpetua, op 100 – Coro Nur – Cosmos 21

Pero algunas guías extraídas del manifiesto y de mi propia experiencia quizás puedan resultar útiles.

En el primer encontronazo con la música matérica, y en función de la experiencia musical de cada oyente, allí sólo se apreciará ruido. No importa, es un buen comienzo. La percepción más esencial que podemos tener de la materia en bruto también es caótica, ruidosa, amorfa, salvaje, desestructurada, peligrosa. No entiendo a quién se le ocurrió afirmar que la materia es inerte. Para empezar a detectar “algo” yo no recomendaría dejarse llevar, sino mantener una atención felina, como el depredador o la víctima propiciatoria interrogando a esa materia que nos rodea sobre los indicios de la amenaza.

El triple proceso dialéctico de la escucha que nos propone carlos galán (inspirado en las lecciones de Schaffer) resulta muy ilustrativo, y lo comparto del todo. La objetualización musical en la mente del oyente surgirá de la imbricación del objeto sonoro que nos proyectan los intérpretes y de la propia subjetivización que se realiza durante la escucha, proceso que le exige tanto a los músicos, como al público, una disposición activa y receptiva muy particular que el manifiesto define del siguiente modo:

Se alcanza tal profundidad que el objeto se hace IRRECONOCIBLE, debido al hondo análisis desarrollado y al aislamiento alcanzado. Se produce así la feliz paradoja que partiendo de la materia hemos llegado a desintegrarla haciéndola perder sus contornos habituales, para así, por medio de un proceso de abstracción, sintetizar la nueva materia. Se ha producido el tránsito bidireccional de lo concreto a lo abstracto.

En este carácter sorpresivo, interrogante, irreconocible del sonido reside uno de los principales atractivos cognitivos y emocionales de la música matérica, propiedad que el manifiesto denomina de acusmática, porque “precisamente ante la imposibilidad de asociar el sonido a tal instrumento o fuente, nos enfrentamos al mismo objeto, a su misma esencia”. Violines, piano, flautas, percusión, violonchelo, guitarra, clarinetes, etc. no suenan como estamos acostumbrados a escucharlos en una sala de conciertos, ya que a través de una serie de “manipulaciones” o “intervenciones” en el modo habitual de tocarlos, nos sorprenden con unas texturas tímbricas en cuya evolución y “armonía” –casi mejor, sincronías o encuentros- se despliega la idiosincrasia de esta música. Lo cual exige de los músicos un compromiso muy especial y una técnica exquisita y cuidadosa que sólo intérpretes cualificados y experimentados logran alcanzar. En este trance, a carlos galán casi siempre le acompaña el grupo Cosmos 21, creado hace 29 años bajo su dirección.

A carlos galán lo podemos considerar un artesano del sonido, comprometido con extraerle a la materia todas sus posibilidades tímbricas. Como él mismo afirma: “a mí me gusta reivindicar mi condición de alfarero del sonido, de manipulador del barro sónico (a diferencia del electroacústico, por ejemplo).

En fin, un arte subversivo que exige una escucha casi revolucionaria, alejada de las salas de concierto esclerotizadas y de los ambientes clásicos, en busca de ambientes nuevos de escucha que nos muevan a encontrar una relación distinta y más profunda con las cosas.

Como afirmó LL. Barber, ese otro músico singular de los ruidos, los silencios y los sonidos de las cosas:

Bienvenido sea este valiente proponer un “desnudo sonar” sin apoyos que lo “enmascaren”, bienvenido este postular la “sorpresa constante” que obliga –falta nos hace- a una reflexión profunda sobre el lenguaje, bienvenida la posibilidad de descubrir la secular -y- sin embargo- siempre- nueva “semántica individual de cada objeto sonoro”. ¡Todo un desafío y una oportunidad!

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