Nadie ha influido tanto en el concepto de dignidad humana como lo ha hecho el filósofo I. Kant:
«Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre al mismo tiempo como fin y nunca simplemente como medio».
En el año 1795 publicó Hacia la paz perpetua, un esbozo filosófico que pretendía poner las bases de un mundo cosmopolita sin guerras. En este libro el filósofo afirmaba que gracias a la defensa de una ética universal común a todos los seres humanos, basada en la razón y no en preceptos religiosos, sería posible diseñar una coalización federal de Estados en paz:
«Obra como si la máxima de tu acción pudiera convertirse por tu voluntad en una ley universal de la naturaleza».
Sin embargo, el idealismo kantiano aparece citado tanto por los pacifistas, como por los pacificadores en guerra contra los Estados canallas y el fundamentalismo, por los liberales y también por los social-demócratas que ven los preceptos morales del universalismo kantiano más acordes con el humanismo que los profesados por el marxismo. El artículo que adjunto, «La guerra permanente según Kant» fue escrito con el objetivo de intentar desvelar estas contradicciones. Desde el derrumbe de las torres gemelas la guerra desatada por USA contra el imperio del mal no deja de producir congoja. Parece que contra la locura de unos se levanta la insensatez de otros, una lucha que colma los cementerios de víctimas inocentes. Kant ofrece la justificación pefecta para la defensa de la democracia y de la libertad en guerra perpetua en pos del universalismo. De la lectura de los textos del filósofo alemán se deduce que alejado de este pacifismo benévolo surge un pensamiento de corte redentor y totalitario sobre el que se asienta, desde el siglo XVIII el liberalismo burgués, un rancio integrismo que la historia debería superar.
Se nos muestra la figura de Immanuel Kant (1724-1804) como apóstol de la paz, modelo de virtud ante las guerras divinales y permanentes que todavía nos atosigan dos siglos después de la publicación de su brillante esbozo filosófico Hacia la paz perpetua, donde se puede leer:
Los Estados con relaciones recíprocas entre sí no tienen otro medio, según la razón, para salir de la situación sin leyes, que conduce a la guerra, que el de someterse a leyes públicas coactivas, de la misma manera que los individuos entregan su libertad salvaje (sin leyes), y formar un Estado de pueblos (civitas gentium) que (siempre, por supuesto, en aumento) abarcaría finalmente a todos los pueblos de la tierra.
En contraste con aquel virtuoso deseo, en sus Reflexiones sobre filosofía moral, I. Kant afirmará premonitoriamente:
La guerra no puede ser evitada sino por medio del auténtico republicanismo de un Estado poderoso, y sin eliminar la guerra no hay progreso posible; sin embargo, la propia guerra tiende al republicanismo y acaba por engendrarlo.
¿Sería la guerra un monstruo a evitar o, sin embargo, tal y como parece deducirse de las últimas palabras de Kant, un instrumento de la providencia al servicio del republicanismo o del buen gobierno?
Resulta obvia la baja estimación de Kant por la guerra. No por sus muertos ni por sus violencias, sino por sus devastaciones materiales y sobre todo, por ser una forma de dirimir controversias no sujeta a razón o normas. Kant se rebelará contra la guerra en su Estado ideal no tanto porque produzca dolor, sino por ser un instrumento de destrucción material incompatible con un nivel elevado de progreso moral y cultural de la humanidad. No obstante, la defenderá como comadrona de la historia en ese camino arduo hacia su Estado cosmopolita,
Así pues, dado el nivel cultural en el que se halla todavía el género humano, la guerra constituye un medio indispensable para seguir haciendo avanzar la cultura; y sólo después de haberse consumado una cultura –sabe Dios cuando– podría sernos provechosa una paz perpetua, que además sólo sería posible en virtud de aquella.
Quienes confían en la antinomia de la guerra y de la paz, a la guerra global y permanente en la que la democracia norteamericana nos ha embarcado le correspondería el antídoto de la paz perpetua que Kant nos promete al final de su túnel: un Estado bueno y avanzado que justificaría las atrocidades del pasado siempre que hayan servido para su feliz advenimiento. ¿Coincide esta interpretación con la ética idealista de Kant? ¿Toda ética idealista mancha sus manos en guerras justas? ¿La defensa de la humanidad necesita de la guerra? ¿La guerra ideal en defensa de los derechos humanos resulta indispensable para avanzar hacia la paz global bajo la égida de la democracia?
Ver el artículo (.pdf)
La guerra permanente según Kant by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.
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