Acabo de leer por segunda vez La canción de Salomón, novela de la escritora norteamericana Toni Morrison, premio Nobel de literatura en 1993. Hace 20 años la leí por primera vez. En esta ocasión la novela me ha recordado, en cierto modo, La educación sentimental de Gustave Flaubert, a pesar de que ni el estilo, ni menos aún, el ambiente, la época ni la trama se asemejen. Pero a ambas podríamos clasificarlas en lo que se ha denominado novela de iniciación, en la que un personaje evoluciona desde la inocencia y el desconocimiento, hacia algo parecido a la sabiduría, a través de un itinerario más o menos complejo de sentimientos, situaciones, aventuras y encuentros.
Poco se parecen Frederic y Lechero, el protagonista de la novela de Morrison. Sin embargo, los une la decepción, el que su aprendizaje vital esté caracterizado por la continua frustración. Sin embargo, Frederic siempre anhela algo, ya sea el amor, el éxito, el reconocimiento, deseo que no se advierte en Lechero, personaje que no adquiere voluntad y consistencia hasta el final de la trama, donde dejará de ser una mera justificación de los actos de otros para convertirse en dueño, frustrado y casi ridículo, de su propio destino.
Quizás otra coincidencia se da en que ambas novelas narran, entre otras muchas cosas, la amistad masculina, de tal modo que el aprendizaje de cada protagonista se desarrolla en compañía de un amigo que actúa como contrapunto de la personalidad de ambos. Tanto Deslauriers como Guitarra, en la novela de Morrison, desempeñan este papel, en este último caso como una segunda conciencia sin cuyo concurso la narración perdería emoción y talla dramática.
El pulso narrativo de Morrison resalta por su alto voltaje, una trama resuelta con astucia y gran sentido dramático, en la que un ser desencantado que nunca acaba de tomar las riendas de su destino, evoluciona en ese marco estrecho, desilusionante e injusto en que la política de segregación norteamericana mantenía discriminada a la población negra del país. Reitero, no se trata de una novela social o política, ni menos aún, histórica, sino de iniciación, en la que a través de una serie de retos vitales y sobre todo, de conocimiento sobre su pasado familiar, el protagonista va despertando según avanza la trama.
Es una novela en blanco y negro, ya que continuamente las escenas que relata retrotraen a un pasado y a unos escenarios que nuestra memoria recuerda como daguerrotipos de aquella primera televisión que retrató a un Martin Luther King, a Malcolm X o a los panteras negras, la imagen imperecedera de Rosa Parks sentada en un autobús de Montgomery en absoluta soledad. Se retrata un gueto negro del norte del país, en los años duros de la segregación y de las luchas por el reconocimiento de los derechos civiles, pero en ningún momento se da entrada a personajes reales de la política, a ninguna situación histórica concreta, más allá de situar cronológicamente los hechos. No aparece ningún personaje blanco. Tan sólo el recuerdo de la familia Butler en las lejanas tierras sureñas de Danville, lugar de procedencia de la familia de Lechero, y en concreto, de su última descendiente, la rica heredera blanca de unas tierras que progresivamente dejan de dar frutos y que acaba sus días en la inmensa casa familiar desolada y empobrecida, tan sólo acompañada por Circe y cientos de perros, una negra centenaria que en su sumisión milenaria se venga de los cientos de los oprobios e injusticias infringidos por su ama, y que le dice a Lechero:
¿No me has oído? Se dio cuenta de lo que yo había hecho desde el día en que ella nació y se mató, ¿me oyes?, se mató. Prefirió matarse a vivir como yo. ¿Te imaginas el concepto que tenía de mí? Juzgó tan horrible la forma en que yo vivía y el trabajo que yo hacía que prefirió matarse a ser como yo. Si aún crees que sigo aquí porque la quería es que tienes el cerebro de un mosquito.
Morrison dividió La canción de Salomón en dos partes, la inicial, de gran extensión, y la conclusiva, que se revuelve como una espiral que absorbiera en su vórtice todos los hechos anteriormente acaecidos, que de fortuitos y dispersos pasarán a agruparse en una cadena necesaria de acontecimientos que poseen la finalidad ineludible de conducir la trama hasta el punto de cierre de la novela. Mirando hacia atrás, parece que todo lo ocurrido en la historia familiar y en la vida del protagonista, aún el más nimio acontecimiento, tuviera una finalidad y un significado, que todos los hilos hubieran estado siempre bien atados en la urdimbre de su vida. La novela no contiene nada superfluo, no existe ningún hecho, ninguna descripción frívola, superficial o arbitraria porque todo posee un objetivo y desempeña un papel crucial en el desenvolvimiento de la acción. Esta densidad narrativa vertida en más de 400 páginas (en la traducción española de Ediciones B) produce un libro apasionante que crea un mundo de pasiones, violencia y locura vital imposible de olvidar. Morrison únicamente nos cuenta lo esencial, sólo describe lo imprescindible, por lo que esas 400 páginas se leen repletas de misterio y de significado.
Tan sólo indicaré algunos elementos narrativos y estilísticos con objeto de estimular su lectura y resaltar los aspectos más destacados. Como decía, tenemos ante nosotros una novela de iniciación, en un entorno social donde la violencia y la frustración se dan la mano para crear una atmósfera sorprendente por su dureza. Pero también una novela de búsqueda de las raíces, porque poco a poco serán los hechos del pasado los que acabarán definiendo el futuro de Lechero. En este entorno familiar y urbano, el protagonista no se significa en ningún momento, hasta muy al final de la novela, por apetecer o sentir algún tipo de objetivo vital, sino que va aceptando la vida tal y como viene, protegido siempre por una serie de personas clave que se suceden en el tiempo, y de las que la más importante es su amigo Guitarra, del que difiere enormemente tanto por procedencia social como por personalidad y aspiraciones.
La novela contiene una serie de premoniciones que van cumpliéndose y entendiéndose en sucesivos lugares de la trama. Se sucede, por tanto, toda una ilación de motivos que estructuran subterráneamente la narración, al igual que ese pasado familiar orientará el discurrir de los acontecimientos. Uno de esos motivos es el del vuelo, volar, que aparece al principio de la novela en la nota dejada por un suicida:
A las tres de la tarde del miércoles 18 de febrero de 1931, despegaré del Hospital de la Misericordia y volaré con unas alas de fabricación propia. Por favor, perdonadme. Os quise a todos.
A la madre de Lechero, que pasaba por allí en aquel momento, aquel vuelo le provocó el parto, pero también el bisabuelo paterno de Lechero salió volando con uno de sus veinte hijos, el primer Muerto de la familia, llamado Macon, que se cayó de sus brazos y fue adoptado por la familia india de la que acabaría siendo su esposa. Y otros vuelos que no desvelaré por proteger el embrujo de la trama.
Durante gran parte de la novela el protagonista asume el papel de recipiendario de una serie de historias, o versiones, que del pasado y sus vivencias han tenido las personas que lo rodean, y que en cierto modo orientan las decisiones que Lechero adoptará: principalmente los hechos que le cuenta su padre, pero también su amigo, su propia madre, y ese personaje mágico y lleno de encanto a pesar de su tragedia, que es su tía paterna, Pilatos Muerto. Y es que la novela narra la saga de la familia Muerto, apellido que un yanqui borracho le puso en el registro al abuelo cuando dejó de ser esclavo. “To be dead” en el doble sentido de ser un Muerto, pero también de estar muerto, es una frase y una ironía que aparece en momentos muy significativos de esta saga.
Otro elemento esencial es la locura o hybris que embauca a mucho de los personales de la novela, una serie de pasiones y desmesuras del todo irracionales que me hacen recordar la famosa frase de Eurípides de que a “aquellos a quien los dioses desean destruir, previamente los vuelven locos”: locura, magia, sueño que se mezclan con la trama más real y descarnada para ofrecernos una historia familiar que en cierta manera también encarna la de otras tantas familias negras herederas de la esclavitud y de la segregación. Porque los mundos de los negros y de los blancos aparecen fronterizos, pero ajenos absolutamente, vinculados únicamente por la violencia, el odio o la indiferencia.
A veces en el contraste puede advertirse mejor el estilo propio de cada creación literaria, y por ello creo que enfrentar La canción de Salomón, con por ejemplo, los relatos de Flannery O’Connor, esa joven aristócrata católica que tan descarnada e irónicamente retrató el sur de los blancos en similares fechas, puede ofrecer un contrapunto de enorme valor, porque la locura de los blancos retratados por la escritora de ascendencia irlandesa conjuga perfectamente con de los negros descritos por la escritora afroamericana.
En ambas novelistas aparece la violencia. En concreto, en la obra de Morrison, asesinatos, pero sobre todo, una tensión continua donde la integridad física parece siempre estar en peligro. La violencia resulta consustancial, se muestra como estructural a la sociedad norteamericana. No tanto la violencia irracional o momentánea, sino la programada, la premeditada que como un pegamento ácido reconstruye históricamente las relaciones sociales de ese gran país imperial. La violencia no resulta extraña a otras sociedades, no es patrimonio exclusivo del pueblo norteamericano, pero sí posee allí unas características propias que en la obra de Morrison aparecen descritas con meridiana claridad: estructuras laborales de gran asimetría, fundamentalismo religioso, odio interracial, urbanismo deshumanizado, capitalismo salvaje, obsesión por la riqueza, la apariencia y el poder, etc.
Escúchame, Lechero. Si Kennedy hubiera vivido en Misisipi y se hubiera encontrado un día aburrido y borracho sentado junto a una estufa de leña, habría participado en un linchamiento sólo por matar el tiempo. Bajo esas condiciones, su auténtica naturaleza habría salido al descubierto. Pero yo sé muy bien que ni yo ni ningún negro lincharía jamás a nadie sin motivo, por borracho o aburrido que estuviera. Nunca. En ningún país del mundo, en ningún momento de la historia, ha habido un solo negro que se haya levantado para matar a un blanco porque sí. Pero los blancos sí pueden hacerlo. Y no lo hacen siquiera por dinero, que es por lo que suelen hacer la mayoría de las cosas. Lo hacen por divertirse. Es una aberración… Y ahora sé lo que ellos saben también. Que son antinaturales. Sus escritores y artistas se lo vienen diciendo desde hace años. Que son antinaturales, que son unos depravados. Lo llaman tragedia en la novela. Y en el cine, aventura. Pero no es más que depravación, una depravación que tratan de revestir de gloria, de naturalidad. Pero no lo consiguen. La enfermedad que tienen la llevan en la sangre, en la estructura de sus cromosomas.
Pero también aparece el amor, que sorprendentemente se circunscribe al mundo femenino, y siempre adoptando un carácter obsesivo y enfermizo, mientras los hombres carecen de él, y cuando ocasionalmente lo proyecten siempre lo harán, como en el caso de Guitarra, enfocando no a personas concretas, sino únicamente a la raza negra a la que defiende con sus actos desorbitados. Circe, Agbar, Pilatos, Lena, Ruth, todas ellas amaron y casi nunca fueron correspondidas y debieron cargar con los frutos y las frustraciones de sus amores durante el resto de sus vidas. Amores desaforados, fuera de norma que se traducen en actos irreales, amargos y crueles: transportar un saco de huecos y de piedras, perseguir con un pincho de hielo al hombre amado, llorar desnuda sobre la tumba del padre idolatrado, etc.
Existe en la novela un personaje que nos cautiva, Pilatos, la tía de Lechero, mujer omnisciente que aparece y actúa en los momentos más intensos y decisivos de la trama. Su enorme masa negra semeja, sentada en las escaleras de acceso a su casa, el oráculo que recita la narración de esta saga:
Ella era la fea, la sucia, la pobre, la alcohólica. La tía estrafalaria por cuya causa le tomaban el pelo sus compañeros de colegio y a la que odiaba porque se sentía personalmente responsable de su fealdad, de su pobreza, de su suciedad y de su alcoholismo (…) Y aunque parecía tan pobre como todos decían que era, echaba de menos algo en su mirada que le confirmara en la idea. No era sucia; descuidada sí, pero sucia, no. El blanco de sus uñas era como el marfil. Y, a menos que él fuera un completo ignorante, aquella mujer no estaba alcoholizada. Naturalmente, era todo menos hermosa, y sin embargo, sabía que podría pasarse horas enteras contemplándola, mirando aquellos dedos que arrancaban venillas blancas de los gajos de naranja, aquellos labios de mora que parecían pintados, aquel pendiente…
Por su mediación casi taumatúrgica Lechero pudo ser concebido, gracias a la bruja de la calle Darling (cariño) que sobrevivía, junto con su hija y su nieta, vendiendo alcohol ilegal, en una casa desastrada sin luz eléctrica ni agua corriente, una miseria material que contrastaba con la capacidad de Pilatos para amar, sentir compasión y ayudar, un refugio para los perdidos, los desilusionados, una profeta y vidente del pasado, un ser todo misterio y carente de ombligo, una superviviente de la jungla que con su voz profunda cantaba y cantaba las historias de toda una raza sufriente. Cantar. He aquí otro leit motiv de La canción de Salomón, porque las canciones de Pilatos, su hija Reba y Agbar, su nieta, sonaban a todas horas en aquella casa pobre y alegre llena de historias y de magia. Canciones que como El Cantar de los Cantares del rey Salomón nos hablan del amor, pero también de cómo desvelar el misterio del mundo y las incógnitas del pasado, canciones que aguardan a los personajes para desentrañar su significado tras cada esquina de la trama. Y Pilatos es la dueña de las canciones, la que posee la llave adecuada a cada tesoro. Y es que su madre se llamaba precisamente Cantar, un nombre que el primer Macon Muerto le gritará a su hija desde más allá de la muerte, y que esta confundirá con el mismo acto de cantar, recordar, soñar… y amar.
En la noche.
Misericordia.
En la oscuridad.
Misericordia.
En la mañana.
Misericordia.
Junto a mi lecho.
Misericordia.
De rodillas.
Misericordia. Misericordia.
Misericordia. Misericordia.
La canción de Salomón by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.
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