CUARTETOS EN ESPAÑA

A consecuencia del último post dedicado a los cuartetos de cuerda, las masas se han abalanzado a preguntar si en España no se han compuesto cuartetos, si en la música española no existen cuartetos de interés, por qué en una guía de audición de cuartetos no se ha incluido ninguno compuesto por algún músico español.

Intentaré contestar.

Un blog enseña sobre todo al que lo redacta. Los blogs ayudan al aprendizaje. Y a  consecuencia de aquellas preguntas me he lanzado a investigar, y he de decir que el camino ha sido grato. He descubierto un mundo de sonidos que me esperaban a la vuelta de la esquina y a los que había sido incapaz hasta ahora de enfocar a corta distancia. Y por ello, en reciprocidad, voy a intentar exponer una síntesis de estos hallazgos.

Y digo hallazgos en sentido personal, subjetivo, porque todo buen músico o musicólogo conoce desde hace tiempo el tesoro de música que se esconde tras el no muy afortunado letrero de los cuartetos de cuerda españoles. El ignorante era yo. Pero como el descubrimiento ha sido feliz y gratificante, bienvenida sea la ignorancia que es capaz de procurar tantas satisfacciones.

Lo de español puede aludir a muchas cosas, desde un calificativo puramente geográfico hasta derivar hacia el más puro casticismo o incluso racismo. La historia posee muchos actores, y desgraciadamente el actor nacional o estatal, que aparece muy tarde, ha acabado oscureciendo a otros, y lo que es peor, nos sigue empujando en esta época de globalizaciones, redes p2p y multiculturalidad, a tener que entenderlo todo en clave nacionalista, como si ese sujeto nacional hubiera trascendido su época y su esencia imaginaria para erigirse en cuerpo y alma no sólo de la política actual, sino también de los fenómenos culturales, creativos, artísticos, deportivos, y como no, musicales.

El neolítico en España. El románico en Cataluña. Los dólmenes vascos. El teatro modernista en la Almunia de Doña Godina. El foco geográfico resulta esencial para entender muchos procesos culturales, pero el exceso de localismo, y sobre todo, el querer parcelar el territorio sobre el que se expande un hecho artístico en clave estatal puede hacernos perder el rumbo, la perspectiva y la verdadera esencia de los fenómenos que se están estudiando, sobre todo cuando se producen en momentos históricos en los que no existían determinadas creaciones políticas y nacionales.

Por ello me resulta un poco repelente lo de los cuartetos españoles. Aunque sí haya resultado imperdonable que teniendo tan cerca músicos de gran envergadura, españoles en este caso, hasta ahora no hubiera empezado a conocerlos. He de decir que no toda la culpa es mía. Cada país realiza su política cultural en clave nacionalista, intentando resaltar lo propio como primordial en la evolución de las bellas artes. En este caso, la política cultural de España posee muchas carencias, y ha dejado marginados a toda una serie de músicos excelentes que, por haber dado la casualidad de haber sido españoles, casi ninguna institución se ha acordado de ellos al realizar el estudio de la evolución histórica del cuarteto de cuerda.

Afortunadamente, la Fundación Juan March dedicó, a comienzos de 2013, un ciclo titulado “El cuarteto de  cuerda en España (1863-1914)”. Y el Centro Nacional de Difusión Musical lleva varios años dedicado a descubrir ocultas excelencias en la música española. Por ello no resulta muy pecaminoso este olvido dado que tan recientemente el mundo cultural está recuperando un legado que había permanecido oculto. Y por esta razón tampoco nos debería sorprender que afortunadamente la Universidad de Granada haya organizado, para el año 2014, un congreso internacional musicológico dedicado precisamente a este tema y que se presenta bajo el rótulo de “El cuarteto de cuerda en España: de fines del siglo XVIII hasta la actualidad”. Adjunto parte de la justificación y objetivos, porque me parecen de gran interés:

La tesis propugnada por la historiografía musical centroeuropea, según la cual los compositores españoles “adoptaron una actitud particularmente abstinente” hacia el género del Cuarteto de cuerda (F. Krummacher, Geschichte des Streichquartetts, vol. II, Laaber 2005, p. 400), choca con la realidad compositiva –sobre todo respecto al siglo XX– y tiene su origen en el desconocimiento del repertorio español (ocasionado por el todavía difícil acceso a la fuentes primarias) y en la escasez de literatura secundaria específica.

El Congreso tiene el objetivo de crear, unificar y transferir conocimiento en torno al Cuarteto de cuerda de origen español incentivando así la investigación musicológica e interdisciplinaria acerca del género con el fin de contribuir a la revisión de la historiografía nacional e internacional. En particular, el Congreso pretende estimular el debate sobre las razones que, por un lado, causaron el declive de la evolución del género en España en el segundo tercio del siglo XIX, a pesar de que fueron favorables las condiciones para la creación de una tradición propia, y, por otro, motivaron el repentino auge del mismo a comienzos del siglo XX tras un paréntesis de ocho décadas.

Sorteados estos detalles paso a exponer, con un poco de retraso después de este extenso preámbulo, algunas cosas que me parecen de interés en torno a una serie de músicos españoles que hicieron aportaciones excelentes a este género musical.

A Luigi Boccherini (1743-1805) hay que nombrarlo. Como todo el mundo sabe, no era español. Pero introdujo en la música culta de cámara parte del folclore peninsular. Lo propio hizo su contemporáneo Haydn (1732-1809) con el folclore húngaro. En otro momento hablaré sobre esa falsa dicotomía entre el origen popular o individual de las creaciones artísticas. Pero lo cierto es que Boccherini nos trae un género nuevo, aunque bien es verdad que sus creaciones fueron interpretadas en la corte marginal del infante Don Luis Antonio, exiliado en la sierra de Gredos, y que las ediciones musicales de sus cuartetos de cuerda las exportó al público europeo casi sin pasar por el país en que eran escritos.

Téngase en cuenta que la catedral de Cádiz, cuando decidió poner música al rito tradicional de las Siete Últimas Palabras de Cristo en la Cruz, le encargará el cuarteto de cuerda correspondiente al mismísimo Haydn, a despecho de los músicos radicados en nuestro país, a pesar de que uno de ellos, el toledano Manuel Canales (1747-1786), hubiera compuesto ya varios, de los que únicamente nos han llegado dos.

Cabe mencionar también, dentro del más puro clasicismo, la aportación del gran operista español Martín y Soler (1754-1806) al género cuartetístico, en la adaptación que realizó de su más famosa ópera “Una cosa rara”, y que grabó el cuarteto Manuel Canales en el centro cultural La Torre de Guadarrama, en el año 2003. Lástima que el Padre Antonio Soler (1729-1783) no hubiera compuesto cuartetos, sino unos estupendos quintetos para órgano o para instrumento de tecla, aunque bien se comprende que prefiriera integrar en este tipo de música de cámara al que era su instrumento predilecto y en el que cosechó sus mayores triunfos.

Aunque las creaciones de mayor interés durante este período le corresponderán al gran Juan Crisóstomo de Arriaga (1806-1826), cuyos tres cuartetos de 1823, cuando contaba apenas 17 años, muestran el enorme potencial que poseía este joven músico bilbaíno, fallecido en París cuando despuntaba como un gran talento musical ya en los inicios del período romántico.

Parece ser que los compuso por consejo de Luigi Cherubini, a la sazón director del Conservatorio de París, que a pesar de haber compuesto entonces únicamente el primero de sus seis cuartetos, consideró oportuno que el incipiente músico español se ejercitara en el género. Cherubini formaba parte del círculo del gran tenor, empresario y maestro de cantantes Manuel García, entonces embajador en Paris de las Cortes españolas del Trienio Liberal, insigne representante del nutrido círculo de exiliados españoles en la capital francesa. Recordemos que el tenor sevillano estrenó Las Bodas de Fígaro de Rossini, y fue progenitor de las míticas cantantes María Malibrán, Paulina Viardot (amante del escritor ruso Turgueniev) y de Manuel Rodríguez, afamado maestro de canto y sin el que resulta imposible entender la evolución del género operístico durante la segunda mitad del siglo XIX. Cuento estas cosas porque se comprenda el yermo cultural al que el casticismo y la rancia política borbónica había empujado al país, cuyos más preclaros hijos, tachados de afrancesados y de traidores a dios, la patria y el rey, tuvieron que emprender el camino del exilio para hallar un solar proclive a sus inquietudes artísticas.

Lamentable también el caso de uno de los más importantes compositores románticos españoles, Fernando Sor (1778-1839), también de vida andariega por las cortes europeas, cuyos tres cuartetos se han perdido y no han podido llegar hasta nosotros.

Todos estos contactos, relaciones, influencias, junto con la indudable calidad del joven Arriaga, podrían haberlo convertido en uno de los compositores de culto del romanticismo, sobre todo, que su magisterio habría podido servir para que otros músicos españoles se hubieran dejado seducir por las nuevas corrientes musicales. Lo cierto es que la vida musical en nuestro país, como tantos otros campos de las ciencias y de las artes, quedó yerma durante décadas, y sólo los movimientos regeneracionistas que nacieron a la sombra del Sexenio Revolucionario, o los movimientos de renovación, culturización y progreso posteriores, muchos de ellos de raigambre libertaria, conseguirían a golpe de esfuerzo y arrojo que tras la Primera Guerra Mundial surgiera en España la denominada Edad de Plata, lamentablemente destruida por el golpe de estado fascista de 1936, y la subsiguiente represión, que provocaron la diáspora de lo mejor de la cultura y la ciencia española.

Quizás otra de las razones por las que el cuarteto de cuerdas sólo floreció con fuerza en nuestro país a finales del siglo XIX, y sobre todo en el XX, se debió al hecho de que las sucesivas cortes borbónicas, instauradas en 1700 por Felipe V, siempre prefirieron importar músicos italianos, en un periodo en que el centro de gravedad de la composición musical había empezado a derivar hacia Centroeuropa, lugar donde florecería el clasicismo y el romanticismo, y sus grandes géneros, el cuarteto de cuerda y la sinfonía. Si los músicos italianos habían inspirado la producción musical durante el barroco, en cambio, a partir del clasicismo Italia cada vez empezará a ofrecer músicos de menor relevancia a nivel instrumental (no así en la ópera). Las generaciones posteriores a Boccherini o Sammartini no influyeron tanto en el panorama musical, y nuestro país, cuya demanda de música por parte de la burguesía era casi inexistente, se descolgó de las principales corrientes musicales europeas.

Siempre las influencias mutuas resultan fructíferas para el cultivo del arte, que se aviene estupendamente a los cruces, hibridaciones e injertos. En este caso, sin embargo, las semillas no fueron las más idóneas para que germinara el género del cuarteto de cuerda y toda su cohorte de formas musicales clasicistas y románticas. Compárese este proceso de creación musical con el que aconteció en el reino de Castilla con la llegada de las capillas reales flamencas de sucesivamente Fernando el hermoso, Carlos I y Felipe II, un género polifónico entonces en pleno florecimiento y bajo cuyo influjo surgió la excelente escuela polifónica renacentista española. Así como en el contacto con los territorios italianos, las escuelas de vihuela y de viola, por ejemplo, y la magnífica producción instrumental que se desarrolló en nuestro país hasta la guerra de Sucesión. Si en ésta hubiera vencido el candidato austriaco a rey español, quizás el desarrollo musical de nuestro país hubiera sido muy diferente, más vinculado, en este caso, con el clasicismo que surgía en el imperio austro-húngaro. Dejo estas ucronías a los estudiosos de la música y en concreto a las conclusiones del congreso musicológico al que antes aludía, y en el que tendrá un papel muy destacado el Cuarteto Bretón, una formación española que está realizando una meritoria labor interpretativa de un patrimonio hasta ahora olvidado.

Retomando el hilo de los acontecimientos, habrá que esperar al año de 1863, cuando se cree la Sociedad de Cuartetos de Madrid, para que el género del cuarteto de cuerda empiece a desarrollarse también en nuestro país. Este episodio, que recientemente fue desempolvado por la Fundación Juan March en el mencionado ciclo de conciertos que conmemoraron en 2013 el 150 aniversario de su creación, pertenece a esa corriente regeneracionista en la que también cabe incluir, por ejemplo, el esfuerzo de Joaquín Costa, o muy poco después, de la Institución Libre de Enseñanza, por intentar recuperar el atraso cultural, artístico y científico que sufría nuestro país. Bajo el influjo de esta Sociedad de Cuartetos de Madrid y de posteriores iniciativas de similar orden, se promovió la formación de cuartetos españoles, la interpretación de obras del repertorio clásico y romántico, la recepción del impresionismo francés y sobre todo, ayudará a generar un ambiente proclive para que los músicos españoles se lancen a abordar obras en dicho género camerístico.

Este proceso se concreta en la creación del Cuarteto Fran­cés (1903), el Cuarteto Vela (1908) −denominado Español a partir de 1911− y el Cuarteto Renaixement (1912) que fueron las grandes formaciones interpretativas españolas de aquellos años. También en el conocimiento del repertorio romántico centroeuropeo, además del ruso, así como muy especialmente de las últimas novedades llegadas de Francia, y muy reveladoramente, del “revolucionario” Claude Debussy. Y lo más importante, que empezaran a escribirse cuartetos en nuestro país. En primer lugar un período inicial de discreta emulación, marcado por los cuartetos de Rafael Pérez (1860), Tomás Bretón (1866), Marcial del Adalid (1872), Felipe Pedrell (1878, perdido) y Federico Olmeda (1891). Y ya en el siglo XX, como destaca el programa de mano del citado ciclo de la Fundación Juan March, y sin pretender establecer un listado completo debemos recordar los cuartetos de cuerda de Ruperto Chapí, Conrado del Campo, Tomás Bretón, Manuel Manrique de Lara, José María Usandizaga, José Antonio Donostia, Rogelio Villar, Emilio Serrano, Andrés Isasi, Joaquín Turina, Vicente Arregui y Eduard Toldrá.

Quisiera destacar la figura de Conrado del Campo (1878-1953), fundador del Cuarteto Francés, del que era violista, promotor de la música de cámara en nuestro país y bajo cuyo magisterio y apoyo crecieron muchos músicos españoles y orquestas, y en lo que nos atañe ahora, por ser el autor de nada menos que 14 cuartetos de cuerda. También a Fernando Remacha (1898-1984), discípulo del anterior e integrante del famoso grupo de los ocho o de Madrid, también llamado de la República, contraparte musical de la generación poética del 27 y que junto con el grupo catalán hubieron de sufrir un duro exilio interior y exterior, según los casos. Hablamos de los hermanos Halffter, de Bacarisse, Mompou, Montsalvatge, Blancafort, Toldrá, Bautista, etc.

Lamento tener que decir que hasta ahora he escuchado tan sólo una breve selección de esta música para cuarteto de cuerda, por varias razones, por haberla descubierto sólo muy recientemente, por la dificultad de encontrarla grabada y por lo escasos conciertos en que resulta programada.

Recomiendo el siguiente blog http://benserade.wordpress.com/, cuajado de recursos y de sabios comentarios acerca de la música española del siglo XX. En Spotify, en You Tube y en vídeos de la Fundación Juan March se pueden escuchar algunos movimientos. También en los podcats de Radio Nacional. Algo existe también en disco. Prometo que en breve diré algo más. No se impacienten.

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Cuartetos en España by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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