CONCIENCIA SOCIAL EN WILDE

La fama de extravagante y diletant persigue al escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900). Estamos ante un personaje ambiguo que presenta diversas facetas que pretendió usar a su antojo y conveniencia, y que en cierta manera le traicionaron en esa etapa trágica del final de sus días.

Cultivó la ambigüedad, y fue un destacado miembro del movimiento esteticista. Sus declaraciones cuajadas de ingenio y fingida irreverencia pueblan los libros recopilatorios de frases célebres. Quiso vivir en la máscara, y no contento con llevar a término una única existencia intentó desdoblarse en diversos personajes, provocación que acabaría constándole la vida. En suma, a pesar de su fina inteligencia y fingida veleidad, no pudo soportar la tensión entre su repertorio de “disfraces” y la animadversión de una sociedad que aún no había traspuesto los prejuicios puritanos de la sociedad victoriana.

Wilde se sintió ante todo un poeta, que aspiró a hacer compatible el éxito social con la libertad moral de comportarse al albur de su voluntad, en ese filo inestable de un vitalismo que le obligaba a atesorar experiencias sensoriales con las que amasar su escritura. Sus obras más famosas son las teatrales, que le reportaron fama y beneficios. La importancia de llamarse Ernesto y El abanico de  Lady Windermere siempre serán recordadas por su ingenio, por la aguda caracterización de sus personajes y la alegre disposición de la trama, obras inmortales que desde su estreno entusiasmaron al público. Pero fiel al deseo de sondear todos los campos estéticos, Wilde también destaca en su poesía, en los artículos periodísticos, la novela, el relato, e incluso, el ensayo.

Sorprende la variedad de registros del escritor irlandés, sobre todo, que fuera capaz de crear en todos ellos obras maestras de la literatura. En el terreno del cuento infantil El ruiseñor y la rosa, El príncipe feliz o El gigante egoísta, en el de la novela, El retrato de Dorian Grey, y en el género de misterio, esos tesoros que son El fantasma de Canterville o El crimen de Lord Arthur Saville.

Desde la prisión de Reading donde fue confinado durante dos años a la pena de trabajos forzados, escribió De Profundis, obra alabada y reconocida póstumamente, pero que sin embargo carece, en mi humilde opinión, del aliento estético característico del autor. El valor que atesora como documento autobiográfico se lo sustrae al de su valor estético. Creo que los artistas necesitan posicionarse ante su obra con cierta distancia, y sobre todo en el caso de escritores mordaces y críticos con las costumbres, poder sobreponerse a la contingencia de lo cotidiano  sirviéndose del ingenio y la ironía. Y en este caso, la redacción de la obra póstuma de Wilde -como en parecidas circunstancias las Trágicas y las Pónticas de otro mordaz y acerado escritor, en este caso romano, Ovidio, también deportado a perpetuidad al Ponto Euxino por escribir y vivir como no debía- carecen de la altura de sus correspondientes obras previas, por no haber sabido utilizar su arte y perspicaz perspectiva para transcender estéticamente la tristeza y dolor individuales.

Sin embargo, me gustaría incidir en una faceta de Wilde menos conocida, y quizás también, menos valorada, cual es la de su dedicación a la reflexión política. Con extrema ligereza se califica a Oscar Wilde como de persona superficial y frívola, que no creía realmente en todo lo que decía, y que se servía de su sutil y desorbitada capacidad dialéctica para soltar ocurrencias, malgastando su elocuencia en fatuos fuegos de artificio. Creo, en oposición, que al escritor irlandés le preocupaba enormemente la realidad política y social de su tiempo, y que muchas de sus obras poseen una estética que cuando se la disfruta con la inteligencia que Wilde nos solicita, desvelan una ética humanista que lejos de pertenecer al tan cacareado anarco-individualismo que le asignan, creo que se circunscribe mejor al más puro socialismo libertario.

Deseo extraer unas frases de El alma del hombre bajo el socialismo, escrito por Oscar Wilde en el año 1891, y que dejo aquí al lector para que reflexione sobre ello y sobre la conciencia social que poseía Wilde.

Wilde deseaba “reconstruir la sociedad sobre una base tal que la pobreza resulte imposible”. Pertenece a los pensadores que consideran la pobreza como un mal social, fruto de las estructuras de poder, y repudia, por tanto, el altruismo o la caridad de los buenos samaritanos como remedio de ésta:

“En el hombre, las emociones se suscitan más rápidamente que la inteligencia y (…) resulta mucho más fácil solidarizarse con el sufrimiento que con el pensamiento. De esta forma, con admirables, aunque mal dirigidas intenciones, en forma muy seria y con mucho sentimiento, se abocan a la tarea de remediar los males que ven. Pero sus remedios no curan la enfermedad: simplemente la prolongan. En realidad sus remedios son parte de la enfermedad. Tratan de resolver el problema de la pobreza, por ejemplo, manteniendo vivos a los pobres; o, como lo hace una escuela muy avanzada, divirtiendo a los pobres”.

Y afirma, por tanto, que lejos de descansar la solución a la pobreza en comportamientos individuales guiados por la buena voluntad, provendrá de una acción pública y política:

“El Socialismo, el Comunismo, o como quiera llamarlo, al convertir la propiedad privada en riqueza pública, y al reemplazar la competencia por la cooperación, restituirá a la sociedad su condición de organismo sano, y asegurará el bienestar material de cada miembro de la comunidad”.

Y agrega que “la principal ventaja que acarrearía la implantación del Socialismo es, sin duda, la de relevarnos de la sórdida necesidad de vivir para otros”, es decir, de tener que malvender nuestro tiempo por un miserable salario:

“Hay en cambio mucha gente que, sin propiedad privada y estando siempre al borde del hambre, se ve obligada a hacer el trabajo de bestias de carga, tareas que nada tienen que ver con ellos, y a las cuales se ven forzados por la perentoria, irracional, degradante tiranía de la necesidad”.

Para aquellos demasiado acostumbrados a la figura de un Wilde cínico y sibarita, las siguientes frases en las que aboga por la lucha y la revolución, sin duda los sorprenderá:

“La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído historia, es la virtud original del hombre. A través de la desobediencia es que se ha progresado, a través de la desobediencia y a través de la rebelión. Algunas veces se alaba a los pobres por ser ahorrativos. Pero recomendar el ahorro a un pobre es a la vez grotesco e insultante. Es como recomendar a un hombre que se está muriendo de hambre, que coma menos. Sería absolutamente inmoral que un trabajador del campo o de la ciudad practique la frugalidad. El hombre no debiera estar dispuesto a demostrar que puede vivir como un animal mal alimentado. Debiera negarse a vivir así, y robar o pedir ayuda pública, cosa que muchos consideran una forma de robo (…) En cuanto a los pobres virtuosos, uno bien puede sentir lástima de ellos, sin duda, pero no se les puede admirar. Han llegado a un acuerdo privado con el enemigo, y vendido su derecho de nacimiento por un mal plato de comida”.

A Wilde le asiste una profunda pasión hacia la libertad humana, de signo contrario a la que preconiza el  liberalismo, pero muy cercana al credo libertario, enfrentado también contra cualquier tipo de autoritarismo social, económico o pretendidamente socialista:

“Pues mientras bajo el actual sistema bastante gente puede vivir con una cierta cantidad de libertad y expresión y felicidad, bajo un sistema industrial cuartelario, o bajo un sistema de tiranía económica, nadie tendría esa libertad. Debe lamentarse que una parte de nuestra comunidad viva prácticamente en la esclavitud, pero es infantil proponer que se resuelva el problema con la esclavitud de toda la comunidad”.

Confiaba en el derrocamiento de la autoridad, ya se exprese ésta en una dictadura, por obra de una oligarquía, un déspota o en la propia democracia parlamentaria liberal:

“la democracia significa solamente el aporreamiento del pueblo por el pueblo, para el pueblo (…) pues toda autoridad es bien degradante. Degrada a quien la ejerce y a aquellos sobre quien se ejerce. Cuando se aplica violenta, grosera y cruelmente, produce un buen efecto creando y fomentando el espíritu de la rebeldía y del individualismo, que acabará por terminar con ella. Cuando se aplica con una cierta dosis de bondad y está acompañada de premios y recompensas, es tremendamente desmoralizadora”.

Wilde no aspira a desvelarnos las claves utópicas de su sociedad perfecta, ni desea escribirnos un manual de ciencia política, sino estimular nuestros corazones en la acción política mediante grandes ideas fuerza o por la crítica de conceptos que él considera erróneos o embrutecedores. Uno de ellos, su crítica del maquinismo tal y como ha sido invocado hasta ahora, “Hasta este momento el hombre ha sido, hasta cierto punto, el esclavo de la máquina, y hay algo trágico en el hecho de que tan pronto un hombre inventó una máquina para que realice su trabajo, él comienza a pasar hambre”, lo que lo vincula con el movimiento luddita y le hace concebir la idea de que el Estado deba preocuparse únicamente de lo útil, y por tanto, del funcionamiento de las máquinas para evitar la degradación humana en trabajos de baja estofa o manuales: “El Estado deberá hacer lo que es útil. El individuo deberá hacer lo que es hermoso”. Y recogiendo las ideas de Aristóteles sobre la libertad y el bienestar: “El hecho es que la civilización reclama esclavos. Los griegos tenían mucha razón en eso. Si no existen esclavos para hacer el trabajo desagradable, horrible, no interesante, la cultura y la contemplación se hacen casi imposibles. La esclavitud humana es insegura y desmoralizadora. El futuro del mundo depende de la esclavitud mecánica”.

A Wilde le resultaba imposible, sin embargo, desembarazarse de su actitud elitista, y dirige su acerada pluma contra la masa, el pueblo o el público, incapaces de discernir el arte o la cultura de otras innobles y embrutecedoras manifestaciones del espíritu humano. Cabe pensar que Wilde considerase esas manifestaciones de la masa humana como consecuencias de la sociedad existente, pobre y carente de principios, explotadora de la condición humana y que exacerba el afán por poseer sobre la necesidad más humana de ser: “En Inglaterra, las artes que han podido escapar más (al control popular) son aquellas por las que el público no muestra gran interés. La poesía es un ejemplo de lo que quiero decir. Hemos podido tener buena poesía en Inglaterra porque el público no la lee”. Y sobre la autoridad del público sobre las obras de arte: “(…) el público utiliza los clásicos de un país como medio de controlar los progresos del Arte. Degradan a los clásicos al convertirlos en autoridades. Los utilizan como garrotes para evitar la libre expresión de la Belleza en nuevas formas”.

Puede afirmarse que Wilde ansiaba un vínculo social de cooperación y no competencia donde los seres humanos pudieran expresar su individualidad al margen de las aglomeraciones insanas de los pueblos, las sectas o el público, dedicados a trabajos inútiles de total creación artística o contemplativa al margen del trabajo manual y degradante.  Él deseó vivir así, y toda su vida fue un intento, culminado en la tragedia, por ser independiente y por ofrecer la máxima significación social a sus creaciones artísticas. Pero no como una mónada aislada y egoísta, sino como una persona que creía firmemente que su máxima libertad individual debía aliarse con la de los demás. A tal fin, sus continuas “fanfarronadas” dialécticas iban dirigidas a desvelar, con ironía y espíritu sarcástico, el verdadero significado de las palabras, a despojarlas de los aditamentos y falsedades de los que la autoridad las ha impregnado para cambiar su verdadero significado: “Se ha señalado que uno de los resultados de la extraordinaria tiranía de la autoridad es que las palabras sean absolutamente distorsionadas con respecto a su verdadero y simple significado y que se empleen para indicar lo contrario de su verdadera significación”.

Para mí, Oscar Wilde representa la alegría creativa, como Picasso o Mozart sus personalidades expresan a seres generosos y totalmente desprendidos con los frutos de su creación, puros genios despilfarrando ingenio y belleza a su alrededor. De hecho, confiaba en que la libre asociación política de las personas diera como fruto el placer y la simpatía, entendida ésta de un modo mucha más esclarecido y elevado que como se la expresa en la actualidad:

“Hasta el presente el hombre apenas ha podido cultivar la simpatía. Ha sentido simpatía solamente por el dolor, y la simpatía por el dolor no es la forma más elevada de simpatía. Toda simpatía es bella, pero la simpatía por el sufrimiento es la menos bella. Está matizada de egolatría. Puede llegar a ser morbosa. Existe en ella un cierto elemento de terror por nuestra propia seguridad. Es el miedo de ser nosotros mismos el leproso o el ciego, y que a nadie le importe. Así el concepto resulta curiosamente limitativo. Uno debería simpatizar con la vida en su totalidad, no solamente con los dolores y las enfermedades sino con las alegrías y la belleza, y la energía y la salud, y la libertad de la vida”.

Y es que “la simpatía por el dolor no disminuye realmente la cantidad de dolor. Puede capacitar al hombre para soportar el mal, pero el mal persiste. La simpatía por la tuberculosis no cura la tuberculosis, eso lo hace la ciencia. Y cuando el Socialismo haya resulto el problema de la pobreza, y la ciencia haya resulto el problema de la enfermedad, el campo de los sentimentalistas habrá disminuido y la simpatía será amplia, sana y espontánea. El hombre encontrará felicidad en la contemplación de la felicidad de los demás”.

¿Puede expresarse mejor la aspiración política y digamos también, ética, de una sociedad, que en la contemplación de la dicha ajena como exponente de su máxima perfección?
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Un comentario sobre “CONCIENCIA SOCIAL EN WILDE

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  1. Te agradezo el artículo, me has descubierto facetas de Wilde desconocidas para mi. Un anécdota que ya conoceras : cuando joven , llego a Nueva York, y el aduanero le preguntó ¿algo que declarar ?, contesta «Nada, excepto mi genio». Extraordinario.

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