COMENTARIOS A “MARKETS NOT CAPITALISM”


Chartier, G. and Johnson, C.W. (eds). 2011
. Markets not capitalism. Minor Compositions. 424p. www.autonomedia.com.

Voy a realizar algunos comentarios sobre este trabajo publicado en 2011 y que creo ya se está vertiendo al castellano. Pido disculpas por las traducciones, que he intentado realizar con el mayor respeto al original.

En la misma portada ya aparecen una serie de conceptos que a muchos les sorprenderá que se hayan reunido con el deseo de hacerlos compatibles. Reza el subtítulo:

Anarquismo individualista contra los jefes, la desigualdad, el poder empresarial y la pobreza estructural.

Un manifiesto de intenciones que algunas personas podrán considerar absurdas que se hayan reunido en una misma frase. ¿Cómo defender el mercado y además afirmar que no se es capitalista? ¿Se puede ser individualista y además romper el círculo vicioso de la pobreza? Incluso incidiendo en ese término tan temido como incomprendido, el del anarquismo, sobre el que tanto se ha hablado y que a tan excluyentes y estrambóticas interpretaciones ha dado pábulo.

Parece que el oxímoron que repele a la lógica sería el de haber intentado poner en un mismo plano la defensa del mercado y del anarquismo individualista, junto con un ideario de corte socialista, en cuanto éste pudiera definirse como un sistema económico alternativo al capitalismo que buscara aligerar el peso de la jerarquía, luchar por la igualdad y eliminar la pobreza.

Para cerrar el círculo del aparente absurdo, sus editores, Gary Chartier y Charles W. Johnson autodenominan su trabajo, en la primera página de la introducción, como left-wing market anarchism:

Market anarchism is a radically individualist and anticapitalist social movement.

Por ello, una gran parte del libro se va a dedicar tanto a definir, como a defender, lo que realmente significa el socialismo y cómo esta aspiración sólo se podrá lograr desde una perspectiva libertaria de izquierdas, contraria a la que preconiza el llamado anarco-capitalismo.

Así expuesto, un lío, que intentaré aclarar con los siguientes comentarios al texto.

Un concepto clave para empezar a desentrañar todo este galimatías, se refiere al de freed-market, o mercado liberado, al que el libro dedica extensos párrafos, por su deseo de desmarcarse de ese otro concepto tan neo-liberal del free-market, mercado libre o laissez-faire. Otro, la importancia que recibe el pensamiento de Benjamin R. Tucker (1854-1939), sobre todo en su intento por definir y luchar a favor del socialismo.

En el campo del anarquismo encontramos un espectro amplio y en ocasiones hasta incompatible de posibilidades. La orientación resulta ardua, porque las diferencias comienzan al poco de empezar a desarrollar este minúsculo, pero aparatoso principio que todos comparten: abolir la autoridad que el poder jerárquico del Estado le impone al individuo. Lo que ha dado pie a encontrar anarco-capitalistas, anarco-sindicalistas, anarco-comunismo, anarco-individualismo, anarquistas colectivistas, mutualistas, etc. Y en este caso que nos ocupa, el anarquismo de mercado anticapitalista.

¿Por dónde comenzar?

Tomemos el mercado. Algunas corrientes anarquistas, o el comunismo, lo intentaron abolir. El capitalismo no se puede entender sin el mercado. Pero evidentemente se han dado, y podrían darse mercados que no fueran capitalistas. Esto nos lleva a tener que definir el capitalismo, por qué necesita el mercado y cómo éste podría darse con reglas económicas diferentes a las del capitalismo. El capitalismo que se implanta en el siglo XIX se basa en crear artificialmente, y por métodos violentos, un mercado que no existía con anterioridad,  donde la libre ley de la oferta y de la demanda asignaría los factores productivos dentro de la fabricación y venta de mercancías, es decir, el precio del trabajo (salario), de las materias primas y también de los productos. En síntesis, tres mercados en teoría libres. Pero insertos en otros tres mercados de corte monopolista,  porque los mercados de capital financiero y de capital material (y tierra), también el de conocimiento (patentes), no eran libres, sino que quedaban bajo el dominio de los capitalistas, en contra de los proletarios, definidos entonces por sólo poseer fuerza de trabajo, pero nunca capital, es decir, medios de subsistencia propios.

Cuando el anarco-capitalista afirme que lucha por un mercado libre, ese layssez-faire anhelado por los Chicago boys o la Cato Institute, aspirará a desregular aquellos tres primeros mercados a nivel nacional, pero manteniendo con serias reservas la limitación a la libre movilidad de trabajadores, y evitando referirse a los monopolios sobre el crédito, la moneda, el capital y el conocimiento, por no hablar de la necesidad de sufragar un Estado fuerte a nivel de ejército, policía, justicia, legislación y fiscalidad para mantener incólume el poder de los capitalistas.

Pero advierte C. W. Johnson en el capítulo Markets freed from capitalism, que no todos los mercados poseen una base dineraria para realizar sus transacciones, sino que estos también podrían incluir todo aquello que se pueda intercambiar de forma libre, por libre decisión de sus participantes, sin mediación del dinero. Y que precisamente estos últimos, establecidos por libre asociación de los individuos, deberían ir ganando relieve y extensión respecto a los markets as the cash nexus. Y añade el autor:

El comercio bajo el capitalismo posee muchas de las características de explotación y alienación que sus críticos, desde la izquierda, mantienen que deriva de las empresas privadas y de la sociedad de mercado. El problema con el comercio bajo el capitalismo es el propio capitalismo, y sin él, ambos, los intercambios en mercados liberados (freed-market) y el comercio crematístico (cash-nexus commerce) adoptarían un carácter totalmente diferente.

Sobre ese carácter socialista tratará gran parte del libro. Destacar ahora, en este punto, la importancia que este anarquismo da al primer tipo de mercado, como un espacio de experimentación social sostenible en un espacio de máximo acuerdo:

Un mercado liberado también incluye acuerdos alternativos, muchos de ellos muy diferentes de las relaciones comunes al empleador-empleado o a la gestión empresarial, y con las cuales concuerda torpemente, al menos con cualquier significado convencional del término ‘capitalismo’: propiedad obrera y cooperativas de consumo forman parte del mercado (liberado); de igual modo que las uniones voluntarias de trabajadores, las comunidades de base, estrechas o amplias experimentaciones con las economías de regalo, y otras incontables alternativas que prevalecerían sobre el status quo del corporativismo capitalista.

En el capítulo 14, G. Chartier realiza una profunda explicación de las aspiraciones del socialismo, y para que resulte clara realiza una definición desde dos vertientes:

Sugiero que entendamos el socialismo negativamente como cualquier sistema económico marcado por la abolición (i) del salario como primordial modo de actividad económica y (ii) del dominio de la sociedad por (a) una minoría de gente que regularmente emplea a un significante número de asalariados y (b) una reducida minoría de gente que posee grandes cantidades de riqueza y de bienes de capital. Entenderíamos el socialismo en término positivo como cualquier sistema económico marcado por (i) una amplia distribución del control sobre los medios de producción; (ii) la gestión por los propios trabajadores como el primordial modo de actividad económica; junto con (iii) la preeminencia social de gente común, como aquellos que operan y manejan los medios de producción.

Es decir, el socialismo sería como una comunidad de autónomos o auto-empleados, propietarios a pequeña escala,  asociados en red en un entorno de libertad y consenso donde gran parte de los acuerdos quedarían al margen de la contraprestación monetaria, en un campo abierto de libre experimentación social y tecnológica. Anarquismo y socialismo se darían la mano alrededor de ese instrumento que serían los mercados liberados.

Y para que su posicionamiento quede claro, los autores continuamente disienten de la visión tradicional de socialismo bajo la lente comunista, como sinónimo de colectivización, o nacionalización de los medios de producción, del capital. Añadirán, como resumen y síntesis del término socialismo:

Existen buenas razones para usar el término ‘socialismo’ para querer decir, como mínimo, algo en oposición a: (1) caciquismo (subordinación jerárquica en el lugar de trabajo); y (2) privación (la persistente y excluyente pobreza, tanto si se da como resultado de la depredación del estado capitalista, como del robo privado, los desastres, los accidentes u otros factores).

Quien tuviere alguna duda sobre las reales intenciones de este anarquismo de mercado anticapitalista, quien hubiera tenido dificultades para distinguirlo del anarco-capitalismo, creo que las citas previas habrán sido de ayuda para entender que estamos ante un posicionamiento político de raigambre socialista, libertaria, completamente enfrentado a aquél. Lo que no ha sido óbice para que los autores hayan incluido los trabajos de ciertos anarco-capitalistas históricos,

Tales como Rothbard y Childs que empezaron a cuestionar la histórica alianza  de los libertarios con la Derecha, y a abandonar la defensa de los grandes negocios y el realmente existente capitalismo en favor de un más consistente anarquismo de mercado de Izquierdas. Quizás el más visible y extraordinario ejemplo fue la vinculación de Karl Hess con el radicalismo de la Nueva Izquierda, y su abandono de la economía capitalista en favor de la pequeña escala, las comunidades de base, los mercados no capitalistas.

Y añade:

Este nuevo individualismo (anarquista) ha sido igualmente crítico tanto con los estatistas conservadores y progresistas, como con los libertarios de derechas que defienden el mercado, quienes usan la retórica de la libertad para legitimar los privilegios de los grandes negocios.

La lucha contra los monopolios y los privilegios adquiere una importancia primordial ya que, según los autores, suponen la mayor fuente de coerción y de autoridad sobre la liberad de las personas, de los individuos. En el libro se incluyen algunos artículos del anarco-individualista histórico Benjamin Tucker, y en concreto, State socialism y anarquism, escrito en 1888, y en el que define los cuatro monopolios propios del capitalismo que corrompen el mercado e impiden el advenimiento del socialismo: los monopolios de la tierra (y el capital), del dinero (moneda y crédito), de las patentes (propiedad intelectual) y el arancelario (proteccionismo). Al que Johnson agrega otros seis monopolios estructurales para acabar componiendo un cuadro de las principales coerciones a vencer por el anarquismo en su lucha por el socialismo, y que definen lo que el libro denomina mercados manipulados (ripped markets), que podríamos también asimilar al mercado libre (free market) de los anarco-capitalistas o neoliberales, y del que los autores nos desean liberar (freed market): los monopolios del agribusiness (latifundistas, grandes corporaciones, subvenciones estatales, PAC, etc.), de la seguridad (el gran entramado industrial protegido relacionado con el ejército, las cárceles y la seguridad en las calles), de las infraestructuras, de las comunicaciones, de las regulaciones (profesionales, comerciales, etc.) y los efectos estructurales de la criminalización, encarcelación y deportación de personas marginadas económicamente. Y por lo que se dice o se deja entrever en otras partes del libro, también contra el monopolio energético y de las subvenciones a la energía centralizada e intensiva, al transporte masivo en automóvil o contra los monopolios de la educación o la sanidad.

Pero también la lucha contra los privilegios que benefician exorbitantemente a las grandes compañías y a los ricos, en relación con la fiscalidad regresiva, las subvenciones de todo tipo, la legislación permisiva, los costes de protección de sus propiedades, que el Estado hace recaer sobre el resto de la colectividad, la irresponsabilidad patrimonial que subyace en la legislación de sociedades anónimas, los créditos benevolentes, el apoyo financiero, la política arancelaria, por no hablar de las presiones de los lobbies, de la interiorización, por parte del Estado, de los objetivos económicos de los grandes capitalistas, y la asunción de los costes económicos y sociales que conllevan las grandes quiebras empresariales o bancarias, los famosos rescates. Privilegios e injusticias que no por conocidas dejan de ser útiles de encontrar compendiadas en un libro que nos presenta ejemplos de toda índole.

Esta lucha por desmontar los monopolios y los privilegios se podría entender en un doble sentido, en el de destruir y que nada los sustituyera, o más acertadamente con el espíritu de los autores –creo yo-, sustituirlos por acuerdos voluntarios entre los individuos, es decir, por un sistema voluntario de contratos, normas, regulaciones, procedimientos acordados tras procesos creativos de deliberación social con una fuerte componente experimental. El anarquismo no habría que entenderlo como ‘un todo vale’, sino más bien como un juego democrático de acuerdos desde la base.

Ello me trae a la memoria a Proudhon, el mutualismo que defendió y sus ideas acerca de la progresividad con que el anarquismo debía aplicarse en la sociedad, sobre esa dialéctica que siempre va a existir entre la autoridad y la libertad. El anarquismo, decíamos, descansa sobre el aserto de abolir toda autoridad sobre el individuo. La autoridad exógena que impone pactos o precios por obligación y por debilidad, es decir, sin libertad y en inferioridad de condiciones. Pero el anarquismo de izquierdas siempre ha considerado imprescindible la autoridad endógena, entendida como aquella vinculación que todo individuo debe realizar con sus prójimos en cumplimiento de su libertad. Coacciones libres por el bien común y propio que cada individuo debe pactar libremente. Formar entre todos ese corpus de normas y regulaciones que según la nobel Elsinor Ostrom define el acceso a privado a los bienes públicos, y que más allá de la oferta y de la demanda crematística, o la planificación autoritaria estatal, debe basarse en esos acuerdos de explotación o manejo que libremente se han acordado por las comunidades humanas. Y que para sorpresa de los capitalistas y de los socialistas autoritarios (de Estado), funciona.

Pero en este punto de la libertad en su faceta más individualista el lector europeo debe vencer una especie de repulsa instintiva hacia el férreo y prometeico individualismo americano. Ya Proudhon lo percibió entonces en 1863, cuando en uno de sus últimos libros, El principio federativo, afirme:

La libertad en América ha sido hasta ahora más bien un efecto del individualismo anglosajón, lanzado en aquellas inmensas soledades (…).

Al respecto escribe Tucker, desde su postura anarco-individualista:

Esto nos acerca al Anarquismo como una doctrina en la que todos los asuntos de los seres humanos deberían ser tratados por individuos o por asociaciones voluntarias, y en que el Estado debería ser abolido.

El más perfecto socialismo sólo es posible bajo la condición del más perfecto individualismo.

El individualismo incide en el principio de autonomía, entendida como la capacidad para controlar la propia vida sin interferencias de otras personas. Sería una lectura alternativa al principio de rebeldía contra la autoridad al que antes hemos aludido como original del anarquismo. Pero en este caso se incide en una especie de preponderancia del individuo, que a muchos libertarios formados en tradiciones más solidarias o comunales les podrá repeler, les hará sentirse incómodos, sobre todo cuando algunos de dichos autores individualistas apelen continuamente al egoísmo como motor esencial del comportamiento humano y nos hagan saber, en tono un tanto prepotente, que la libertad de hacer lo que se quiera dentro de la  propiedad es absoluto. Procede esta arrogancia de la especial evolución de la sociedad americana, de los pioneros, de la conquista de las tierras yermas del Oeste. Piénsese que en aquel tiempo la mayor parte de la población norteamericana era propietaria de su tierra y vivía como empresario propio, y que el Estado ubicado en su costa Este, alejado, se veía más como un interventor molesto que como un activo promotor del desarrollo.

Sin embargo, el egoísmo como motivación, en contraste con el altruismo, fue una invención europea que penetró en el anarquismo estadounidense de la mano del pensador alemán Max Stirner, quien en 1844 publicó El único y su propiedad, uno de los libros más influyentes del siglo XIX, desgraciadamente hoy casi olvidado, y que curiosamente influyó sobre todo en América y en el anarquismo violento europeo de cierto perfil nihilista, tal y como Camus lo refleja en El hombre rebelde.

A primera vista parece que se destaca un conflicto entre las profundas motivaciones del comportamiento humano en sociedad, según se recurra al egoísmo o al altruismo, considerados como términos opuestos y excluyentes. Como en la relación entre autoridad y libertad que hemos visto con anterioridad, tampoco estos supuestos morales se encuentran tan enfrentados. Es cierto que ha habido incluso un intento, en el campo de la biología, por encontrar los genes egoístas o altruistas, si genéticamente el ser humano está predispuesto hacia uno u otro extremo del espectro moral, a encontrar las causas etológicas del comportamiento generoso en un entorno de competencia evolutiva que parece manifestar una tendencia hacia la perpetuación de las estirpes más fuertes y egoístas. Recuerdo que Kropotkin, el anarco-comunista, en La moral anarquista manifiesta que el ser humano es egoísta por naturaleza, pero añade a continuación que a consecuencia de que el altruismo nos reporta placer y bienestar, el ser humano, siendo altruista se comporta egoístamente.

Qué duda cabe que toda ayuda desinteresada provoca una recompensa espiritual y que si las pusiéramos en una balanza quizás tenderían a equilibrarse. Por ello considero que no resulta muy útil trabajar por elevar un muro conceptual entre ambas, el egoísmo y el altruismo. Quizás el punto donde sí podría poseer cierto interés esa distinción sería a la hora de considerar el comportamiento de una persona que se enfrenta ante el dilema de emplear horas de trabajo para obtener una remuneración económica, o dedicarlas a actividades no remuneradas en relación con la mejora del entorno social en el que habita. Podríamos pensar entonces, más bien que en discernir entre egoísmo y altruismo (algo similar ocurre con los conceptos cooperación y competición), en si resultan posibles y deseables actitudes de cooperación y solidaridad, incluso de competición, no directamente crematísticas. Y lo que resulta de gran interés destacar en relación con el libro que se recensiona, que afirmativamente ese mercado al margen del dinero que este anarquismo no capitalista de izquierdas preconiza, estaría en esa línea que algunos han definido como de ayuda mutua o altruismo.

No encuentro muy útil la visión del egoísmo como algo cercano al capitalismo, ni la del altruismo  como una moral más socialista.  Creo que no merece la pena incidir demasiado en este tema un tanto insidioso que tiende a levantar barreras dogmáticas que dificultan el debate ideológico. Quizás la razón profunda del interés recurrente que nos plantea esta distinción, se encuentre en la necesidad que manifiestan muchas personas por hacer coincidir las intenciones o motivaciones de las acciones que emprenden con el signo moral de sus consecuencias. En un extremo los kantianos, que sólo miran a las intenciones, y del otro extremo, los utilitaristas, que únicamente ven las consecuencias. El anarquismo que nos proponen los autores creo que supera estos bizantinismos y nos ofrece una visión más pragmática en el camino hacia el socialismo. Como afirma G. Chartier en Fairness and possession:

El requerimiento básico moral en relación con la justicia significa que tenemos buenas razones para tener en cuenta los intereses de los otros cuando tomamos nuestras decisiones.

Aunque me sorprende que acto seguido enuncie el autor, como admisible el famoso principio de moral universal kantiana (y cristiana), el de evitar tratar al prójimo como uno mismo no desearía ser tratado en similares circunstancias. Quien tenga interés en profundizar en este tema de la moral idealista y su relación con la paz universal y la moral capitalista, puede consultar mi trabajo La guerra permanente según Kant.

Otro elemento fundamental se corresponde con la propiedad privada. Tampoco creo que merezca mucho la pena entrar a valorar si estamos ante un derecho natural o artificialmente creado, ya sea por el acuerdo o la violencia. En este punto el libro recoge la herencia del mutualismo, la filosofía económica que Proudhon defendió en contraposición al comunismo y otras tendencias anarquistas que le sucedieron en el tiempo. Es cierto que el anarquista francés gritó que toda propiedad es un robo, pero también que la propiedad es libertad.  Consideraba el autor francés, siguiendo a Adam Smith, que el trabajo es la fuente de valor de las cosas, por lo que la apropiación privada de su fruto resulta legítima y deseable; que la propiedad privada de los medios de producción representa una garantía de libertad para las personas en tanto en cuanto les ofrece los medios para ejercer la autonomía y por tanto acceder al mercado y al debate político en igualdad de condiciones; pero que la propiedad es un robo cuando se obtiene por conquista, por la fuerza o usurpación, cuando de ella se obtienen rentas, tasas, diezmos, intereses que no proceden del trabajo. Creo que esta escueta síntesis del mutualismo resulta apropiada para orientar al a lector en el significado que los autores le dan al mercado no capitalista que preconizan. Al igual que Proudhon, el libro destaca que ha sido el Estado el responsable de haber transformado la propiedad en un robo, y en haber impuesto unos privilegios de clase capitalista que impiden que la propiedad se extienda con igualdad y libertad en el seno de la sociedad. Por lo que plantean la abolición del Estado y su sustitución por acuerdos libres entre iguales.

Sí, entre iguales. La igualdad y su relación con la libertad. Otro dualismo que mucho ha dado de qué hablar. El principio de no coacción, de soberanía individual y de autonomía, el antiautoritarismo del anarquismo se relaciona primeramente con la versión individualista de la libertad, de ahí el uso del adjetivo libertario. Pero también con el principio de igualdad, ya que esa defensa individual, pero para todos, de la libertad, implica también que las personas deben ser iguales –o no muy desiguales- para asegurar la justicia de los pactos, los acuerdos y los contratos, para conseguir que todos concurran en igualdad de condiciones, o sea, con libertad.

Pero ¿cómo empezamos el juego de la anarquía? Dejemos de lado, por complejo y quizás también por inútil, el dilema de  si el socialismo se alcanza con el instrumento anarquista, o en cambio, sería una sociedad culturizada en la aspiración socialista la que transformaría la realidad material y normativa, en consecuencia con su credo, hacia una sociedad anarquista. Sin embargo, el asunto de las condiciones iniciales posee su importancia, también, de cómo seguimos jugando a la anarquía de forma que el sistema de un modo casi cibernético se auto-regule produciendo cada vez más libertad e igualdad.

Este nexo no se trata en el libro con suficiente profundidad, cuestión ésta que parece de importancia primordial, referida a cuáles serían las razones científicas o de sentido común que inexorablemente deberían provocar la aparición de una sociedad socialista con el único instrumento del mercado liberado. Resulta clara la crítica que se realiza contra el socialismo de Estado y su incapacidad histórica para alcanzar el socialismo con las herramientas de la burocracia, la regulación, la planificación, la estatalización de la producción, o en su versión extrema, la nacionalización de la producción y la supresión del mercado. Pero esa demostración por reducción al absurdo contra la socialdemocracia o el comunismo no avala por sí misma la inexorable transformación de la sociedad hacia el socialismo por haber reducido el Estado a la mínima expresión.

Al respecto, el capítulo 20 Corporations versus the market, or whip conflation now de R. T. Long, declara, sin necesidad de demostrar nada, que el poder empresarial y el mercado libre son realmente antitéticos. Y añade:

En un libre mercado, las empresas serían más pequeñas y menos jerárquicas, más locales y más numerosas (y probablemente muchas serían propiedad de los empleados); los precios serían más reducidos y los salarios mayores; y el poder de las grandes corporaciones sería caótico. Los pequeños responden que los grandes negocios, a pesar de que a menudo hablan con la boca grande del ideal del libre mercado, en la práctica tienden a oponerse sistemáticamente a él.

Considero que estas afirmaciones deberían contener en algún lugar algún tipo de demostración o justificación más o menos teórica, o práctica, o algún tipo de orientación al respecto. El artículo de K. Carson Economic calculation in the corporate Commonwealth, intenta adentrarse por estos derroteros, recurriendo a economistas de la escuela austriaca, a R. Coase y al estudioso de las tecnologías y del progreso, David Noble. Y advierte ante el equívoco en el que incurren los anarco-capitalistas:

Algunos libertarios precisan reconsiderar su simpatía incuestionada hacia los grandes negocios a los que consideran como una ‘minoría oprimida’, deberían recordar que se supone que deben defender los mercados libres y no a los ganadores bajo la economía estatista actual.

Pero sobre todo, el magnífico capítulo 33 escrito por J. Weiland y titulado, con cierta sorna, Let the free market eat the rich!.

El propósito de este ensayo consiste en demostrar cómo las grandes escalas de agregación de riqueza requieren una fuerza externa estabilizante y una agencia de defensa para mantenerse, y cómo en un mercado libre y dinámico hay una entropía que empuja hacia el equilibrio cualquier desigualdad.

Y consecuentemente se plantea unas preguntas de gran calado y que afortunadamente el lector encuentra que llegan tras más de 300 hojas de lectura apasionante:

Pero ¿en la anarquía seguirían dominando los ricos la economía tal y como lo hacen en la actualidad con el Estado? ¿Debería ser abolida la propiedad privada para provocar el advenimiento de una sociedad igualitaria? ¿O será la propiedad privada la base para un orden nuevo y voluntario en el que las diferencias de riqueza dejarán de existir? Incluso si pudiéramos desenchufar inmediatamente las instituciones que sujetan y manipulan a la sociedad, muchos temen que el legado de privilegio y riqueza acumulada podría persistir durante algún tiempo, distorsionando los mercados, frustrando continuamente el equilibrio de poder entre individuos.

Pero quien espere encontrar grandes respuestas, caminos claros por donde transitar con estas ideas y objetivos, se estarán equivocando. Como afirman los editores en la introducción, no estamos ante un manual, ni los artículos son originales (muchos proceden de blogs), ni tampoco han sido escritos para ser incluidos en una obra omnicomprensiva de todos los aspectos relacionados con el anarco-individualismo. Proceden de internet, de publicaciones efímeras o panfletos, y por tanto, que deben ser leídos con precaución y que deben ser considerados como una invitación a profundizar en ‘in media res’, a contemplar las ideas de este anarquismo de mercado de izquierdas emergiendo de su propio  proceso de diálogo –y a participar en la subsiguiente conversación.

Hay que recordar que el anarquismo se niega a planificar, también a prever todos los detalles de una singladura que debe realizarse en libertad según vayan configurándose acuerdos entre los individuos. Por ello quizás no resulten pertinentes las exigencias acerca de los detalles, del contenido material del proceso. Creo que la siguiente advertencia resulta muy orientativa al respecto:

Resulta fácil olvidar que la anarquía es –la anarquía viene definida por- comoquiera que los seres humanos interactuamos, y no cómo nosotros desearíamos que ellos interactuaran. En otras palabras, la anarquía real es una realidad empírica, y nosotros lo únicos que deberíamos hacer sería eliminar los privilegios.

Como afirma Karl Hess:

El anarquismo, la libertad, no nos dice nada sobre cómo la gente se comportará o qué acuerdos realizarán. Simplemente afirma que la gente posee la capacidad de hacer acuerdos. El anarquismo no es normativo. No nos dice cómo ser libres. Únicamente nos dice que la libertad puede existir.

Quizás sea el pragmatismo libertario, la adaptación a lo local, a la libertad concreta de cada comunidad, lo realmente propio del anarquismo. Confiar que, como en tantos procesos naturales, el caos de las relaciones tienda a provocar simulacros de equilibrio. Quizás la libertad sólo pueda darse en estos entornos no programados, ni planificados, ni ordenados por guardianes ni instancias superiores, y que obligadamente debamos confiar en que lo caótico, lo no comprensible en todos sus términos ni detalles, nos permitirá mantener la vida libre e igualitaria sobre nuestro planeta. Destaca así la importancia de las conversaciones y los procesos concretos, de resaltar la labor imprescindible que debe adquirir la dialéctica entre los principios originales del anarquismo y los elementos diferenciadores del territorio, la cultura, las decisiones singulares acerca de cómo organizar el futuro. Por ello advierto que puede haber diversos ritmos, sincronía entre diferentes formas de concebir el anarquismo que lucha contra el capitalismo y que aspira a alcanzar una sociedad socialista.

El libro defiende, como hemos comprobado, la propiedad privada y la la liberación de los mercados, como la mejor herramienta para conseguir la libertad del individuo y alcanzar, a la par, una sociedad socialista. Pero la defensa de la propiedad privada equitativamente distribuida, sin privilegios, no obsta para desechar el instrumento de la gestión comunal de determinados bienes, tierra o capital. En concreto, el capítulo 15 habla de ello: A plea for public property, escrito por R. T. Long. Comienza con la siguiente declaración de principios:

Los libertarios asumen a menudo que una sociedad libre será aquella en la que toda (o casi toda) la propiedad es privada. Yo ya he expresado mi oposición a este consenso, defendiendo que los principios libertarios soportan, en contra, un papel muy sustancial a la propiedad pública.

Este tema me parece de enorme trascendencia, la de cómo gestionar los bienes públicos en una sociedad donde la instancia superior llamada a defender el interés general, el Estado, ha desparecido. Opción que además me parece consecuente con el análisis histórico que el anarquismo –similar en este caso al marxismo- realiza sobre el advenimiento del capitalismo y la usurpación que el Estado realizó de los bienes públicos o comunales para regalárselos a la burguesía; y adecuada al espíritu de este anarquismo de signo mutualista que pretende, tanto impulsar los mercados no puramente crematísticos, como fundar todo el proceso político en los acuerdos libres entre personas, que este caso definirían las normas consensuadas de utilización conjunta de estos bienes comunales.

El autor realiza aquí un análisis exhaustivo y pormenorizado de esta materia, recurriendo sutilmente a los mismos argumentos que se suelen esgrimir para defender la propiedad privada, en este caso, para abrir un hueco a la gestión pública, que no estatal, de ciertos bienes. E invalidando también las objeciones que se suelen reprochar a los bienes públicos desde el propio campo anarquista.

La economía clásica define como públicos aquellos bienes que no se consumen o gastan con su uso, por lo que alerta que si sobre ellos se ejerciera algún tipo de control de acceso privado, ello repercutiría negativamente sobre el bienestar de la sociedad, por lo que aconseja el libre acceso como la óptima forma de gestión.  Por ejemplo, el conocimiento científico y tecnológico, el arte, la cultura, estarían en esta situación (al que el libro dedica varios capítulos de gran interés). Y sorprende que en esta materia donde tradicionalmente el capitalismo ha ejercido derechos de propiedad intelectual y patentes (véase, para una exposición detallada, El arte de la piratería) el anarquismo sí haya considerado su carácter público, e incluso gratuito, y no así, por ejemplo, en relación con los recursos naturales y el medio ambiente, ni tampoco en el terreno de la educación o de la salud. En estos temas habría que consultar otros textos para encontrar soluciones novedosas, porque el aquí recensionado no ofrece un análisis adecuado de este tema tan relevante. Tan sólo dos capítulos demasiado breves que dejan muchos temas fuera de su alcance.

Bien es verdad que ni el medio ambiente, ni los recursos naturales, poseen un comportamiento económico homogéneo, y que habrá unos recursos, digamos más públicos que otros. Me refiero al hecho de que determinados bienes públicos pueden deteriorarse con su uso, y por tanto, provocar unas externalidades negativas que el mercado de algún modo debería ser capaz de tratar eficazmente para que el bien considerado siga ofreciendo bienestar a la población. Este tema de las externalidades, positivas y negativas, no me parece que esté adecuadamente tratado. Y posee su importancia material y también en relación con la conquista de esa libertad sin coacción a la que aspira el anarquismo. Ya que el hecho manifiesto de que un propietario pueda perjudicar a un tercero, ya sea individual como colectivamente, y sin que el mercado refleje ninguna transacción ni acuerdo al respecto, supone una coacción evidente, una limitación no voluntaria de libertad, y el anarquismo debería ofrecer una respuesta adecuada en relación con sus principios constituyentes y que se alejara de las que el capitalismo ha considerado razonables en este tema, mirar para otro lado y socializar los daños.

Como ya se ha dicho, a lo largo de todo el libro se aprecia un interés acusado por desmarcarse del anarco-capitalismo y de los defensores del laysez-faire, por poner claras las diferencias radicales que median entre ambos bandos y que para un observador no muy cuidadoso con los conceptos, y sobre todo, engañado por la propaganda, pudieran pasar desapercibidas. Sobre este tema me parece muy interesante nuevamente el capítulo 20 (a partir de la página 205), en concreto la comparativa que se realiza, a modo de ejemplo, utilizando para ello los conceptos de la privatización y de la desregulación, aportando útiles explicaciones sobre el doble y antagónico significado que adoptan según las utilice un conservador o un libertario de izquierdas.

Otro elemento clave del libro se relaciona con el análisis de las desigualdades existentes en los regímenes capitalistas actuales, sobre cómo deberían ir desapareciendo una vez se hayan eliminado los monopolios y los privilegios estatales, y cómo considerar y valorar las medidas sociales o de Estado de Bienestar que con distinto cariz y amplitud se han implantado en muchos Estados capitalistas. Joe Peacott en The poverty of the Welfare State, afirma lo siguiente,

Realmente tiene sentido mejorar el Estado de Bienestar existente y aprovecharse de los programas que han sido implantados en respuesta a las demandas de los movimientos radicales y progresistas, pero resulta bastante diferente considerar estos programas como la forma preferida (por los anarquistas) para solucionar estos problemas. Apostar por la destrucción del Estado del Bienestar para la gente pobre no sería la mejor opción para que los anarquistas comenzáramos nuestra lucha contra la existencia del Estado, pero defender su mantenimiento continuo, o incluso su expansión, como si ello fuera la única manera de ayudar a la gente necesitada, no sería tampoco la forma de acción correcta.

De forma un tanto ingenua, pero creo que también avalada por lo que se dice y demuestra en otras partes de este trabajo, el autor, a la hora de explicar cómo la anarquía contrarrestaría la pobreza y la extrema desigualdad, escribirá:

La anarquía se basa, al menos en parte, en la idea de que por eliminar al Gobierno simplemente ello permitiría que la gente solucionara sus problemas por ellos mismos. Esto también se aplica a las personas pobres (…) De hecho, los pobres son victimizados por las grandes empresas no a consecuencia de que el Estado haya errado en protegerles, sino porque el Estado ha evitado que ellos se pudieron proteger a sí mismos. La leyes y otros actos gubernamentales protegen al capitalismo con sus beneficios, intereses y rentas, todos ellos un robo a la gente trabajadora de todas las clases (…) No necesitamos un Estado del Bienestar, necesitamos la abolición del Estado.

Acaban ya mis comentarios a Markets not capitalism. Espero haber despertado la curiosidad de aquellos que buscan algo radicalmente diferente a las respuestas habituales, a los posicionamientos archiconocidos, de aquellos que no se contentan con la superficialidad de las etiquetas y de los clichés y que investigan por debajo de su superficie. Las posibilidades que puede abrir la economía en redes distribuidas (p2p), la liberalización del conocimiento, el código abierto en las aplicaciones informáticas, la economía y la política de las multitudes (crowd) en relación con el saber, la financiación, la educación, etc., el ciberactivismo, la democracia de base, la economía del regalo, del compartir (sharing), del pro-común,  la posibilidad de fabricar a nivel local con impresoras 3-d, muchas de ellas ya en marcha y que abren nuevas posibilidades de lucha política, pero también de ordenamiento ciudadano y de organización económica, nos permiten atisbar un mundo muy diferente que cambiará el papel tradicional de los Estados y modificará la relevancia de cada ciudadano en el funcionamiento total del sistema. En este nuevo ecosistema social y tecnológico me parece que este libro preconiza unas alternativas y unos razonamientos muy pertinentes.

Estamos ante un libro poco convencional, sorprendente, que ofrece abundante material para la reflexión, para cuestionar prejuicios, incluso pensamientos que creíamos consolidados en nuestros cerebros. Afortunadamente, todavía se pueden encontrar libros inteligentemente provocadores, ante los que nadie permanece tranquilo y satisfecho, ni autocomplaciente. Lo aconsejo porque plantea cuestiones candentes, porque renueva un pensamiento anarquista denigrado y al que los historiadores oficiales de la ciencia política han tratado siempre con hosca condescendencia y que gracias a un trabajo como éste aflora como una corriente de pensamiento y de acción inteligente, renovadora y cargada de buenas razones e instrumentos para luchar contra la pobreza, por la justicia y por la igualdad.

Markets not capitalism supone una aportación de gran interés para abordar estos retos en la búsqueda de la máxima libertad e igualdad entre las personas. Considero que la anarquía, el pensamiento libertario, debe encontrar en esta encrucijada tecnológica y social un nuevo elemento de articulación que nos puede permitir empezar a entender el equilibrio y la justicia social desde una óptica muy diferente a la habitual.

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Comentarios a «Markets nos capitalism» by Rui Valdivia is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-NoComercial 4.0 Internacional License.

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