Crisis

La imagen de la casa con grietas, que se tambalea, inestable, se acepta universalmente como metáfora de la crisis del edificio social. ¿Está en crisis porque tengo la certidumbre de que se va a caer o porque resulta incierto que vaya a estar toda la vida en pie? La crisis nos empuja a la acción, a adoptar una determinación respecto al edificio que se va a derrumbar: ¿dinamitarlo de forma controlada, restaurarlo, consolidarlo?

Entre todos nosotros -como individuos- formamos la estructura de este edificio social en crisis. La paradoja aquí reside en que los ojos que interpretan la ruina también forman parte de la misma crisis que están analizando.  Parece como si la realidad, personal o social, consistiera en una sucesión larga y casi engorrosa de estados de equilibrio entre los que se intercalan unas prometedoras y también desestabilizantes conmociones. Ya sea la crisis económica, la internacional, la de identidad o la amorosa, las crisis han de afrontarse con el discreto objetivo de salir a flote, o el ambicioso de salir robustecidos por la experiencia.

Las identidades, o las ideologías, los enamoramientos o los ajustes estructurales, por tanto, han surgido como artefactos de salvación desde el lado de la subjetividad, o sea, de los ojos con que nos miramos y que nos impiden ver al rey desnudo que todos llevamos dentro. Pero la crisis permanece, inexorablemente presente como condición intrínseca del ser humano y del edificio del que formamos parte, porque el individuo realmente es un ser en crisis, en continua conmoción de sí mismo a pesar de los puntales con que desearíamos sujetar el precario edifico de nuestra identidad. Individuos frágiles, aunque también poderosos para mantener la consistencia de un sujeto en continua disolución.

A este abismo se asomó Nietzsche, y lo llamó nihilismo, una de las categorías con las que hoy denotamos al posmodernismo, al relativismo, y que consiste precisamente en tener siempre muy presente que no existen verdaderas tablas de salvación, ni metanarraciones, que todas estas técnicas de trascendencia resultan falaces y que han sido construidas heterónomamente para conformarnos como siervos en libertad.

Justo ahora que la tecnología nos abría un sueño prometeico de oportunidades perdidas, que la naturaleza nos niega su cobijo, que los dioses nos abandonan, al fin, el ser humano afronta su crisis sin la protección legitimante del individuo soberano que creía ser. Somos un interrogante que se interroga, una suerte de conciencia que hasta ayer creíamos autónoma y que a medida que avanza el siglo nos va desvelando su verdadero ser comunitario, cibernético, inmanente y límbico, de un cerebro colectivo de redes neuronales que quién sabe si en algún momento alcanzará también la autoconciencia.

¡Suerte, compañero!

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