AGUA PASADA

Curioseaba el otro día entre papeles antiguos, borradores, esquemas, viejos textos dejados a medias, proyectos arrumbados, notas dispersas que en su día tomé para desarrollar temáticas o simplemente para no olvidar lúcidas ideas que al final quedaron borradas por la cotidianeidad, como cuando se viaja entre fotos añejas o recortes de prensa, una aventura por un pasado que en ocasiones cuesta considerar que resulta propio, que pertenece a ese sujeto ya canoso que husmea entre papeles que pudieran haber pertenecido a otro.

Y me topé con este texto que creo que merece la pena rescatar. Trata sobre el agua, un tema que veo muy lejano y al que ya no me une nada especial a nivel profesional. Es un texto que redacté para las personas que entonces eran responsables del diseño del pabellón de España en la EXPO de Zaragoza de 2008 sobre “Agua y Sostenibilidad”. Supongo que pidieron algo similar a otros “expertos” en la materia, ya que así denominan a las personas cuyo juicio se busca con urgencia para avalar con su nombre y prestigio las más descabelladas o absurdas propuestas políticas: recogen cromos-informes que después mezclan y del que aflora un proyecto respaldado por “los más preclaros expertos en la materia”.

Esta propuesta de “términos de referencia” posee un cierto tufillo de tecnócrata marisabidillo, y parte de la premisa de que el burócrata que entonces lo escribió debía convencer o ilustrar a unos responsables políticos poco duchos en la materia, por lo que el lenguaje debía ser cuidadoso y adaptado a las necesidades del medio. Entonces me dejé ilusionar por este puro espectáculo mediático, creyendo que tales festivales al menos podrían servir para “concienciar”, “cambiar los hábitos” y “responsabilizar”, si se los dotaba de cierto rigor expositivo en el deseo de transmitir ciertos valores o conceptos en torno a la gestión de un recurso tan imprescindible para todo como es el agua.

Así y todo creo que posee interés porque supone una rara avis en el marco del resto de los artículos que he escrito en este blog, y ello me congratula con la posibilidad que se le abre a todo sujeto de poder transformarse, de cambiar la piel con trabajo y sacrificio, y también, de poder liberarse de los lenguajes propios de la dominación y la autoridad burocrática. Existen frases, y algún que otro párrafo completo que actualmente no suscribiría, pero forman parte de una historia, o mejor, de una genealogía personal que me ha transformado, a trompicones y un poco a la deriva, sin pretensión alguna de convertirme en un individuo mejor, sino de mantener cierta coherencia. Y como se desprende de lo que afirmaba entonces y ahora no suscribiría, la coherencia no se entiende como un ejercicio de justificación, sino de adaptación de cada individuo al medio en el que decide o está obligado a vivir.

A nivel conceptual, creo que lo más destacable del artículo reside en la crítica que realiza al discurso dominante de la escasez, de que el agua se considere un bien escaso. Por ello creo yo que nadie le prestó la menor atención en su momento, a este texto que un tanto pretenciosamente titulé:

Consideraciones previas sobre la Exposición Universal como marco donde ubicar un discurso acerca del Agua y la Sostenibilidad en España

Las Exposiciones Universales nacieron con el objetivo de mostrar el progreso, el avance tecnológico de la humanidad por obra del esfuerzo de sus naciones y Estados. El optimismo tecnológico, la confianza en el crecimiento y mejora continua e indefinida, la fe en el progreso de la humanidad como fruto del conocimiento, están en la base de este tipo de exposiciones. Estos escaparates de los avances tecnológicos, y de los Estados que los impulsan, poseen todavía aquel resabio de sus orígenes, aunque con el tiempo han ido incorporando nuevos elementos de reflexión que han matizado aquel optimismo sin críticas.

Parece razonable que el pabellón español debiera recoger esta evolución hacia lo que hoy debe contener y exponer una Exposición Universal en torno al agua y la sostenibilidad. No parece lógico pecar de triunfalismo, ni lanzar un discurso ingenuamente optimista. Tampoco acongojar a los visitantes con un catálogo de problemas y de peligros que no parecen tener solución. Pero un discurso que no renuncie a exponer los problemas y sobre todo los diagnostique, resulta imprescindible para darle un tono adecuado al pabellón. Debería resaltarse que se están intentando encontrar soluciones, y que la vía para darle sentido al binomio agua y sostenibilidad involucra tanto a la tecnología como a la sociedad, al sistema económico y al marco institucional. La innovación que se precisa, por tanto, no sólo es tecnológica.

Habría que intentar huir del discurso tecnocrático, de hacer creer que la solución vendrá de los técnicos y que por arte de magia se implantará y será capaz de solucionar los problemas de la contaminación de las aguas, del crecimiento de la demanda o del cambio climático. Se constata que es el uso de la técnica por el poder tecnocrático y burocrático la que está destruyendo el mundo en el que vivimos. De ahí la necesidad de buscar una alternativa sostenible que no sólo deberá ser tecnológica, sino que deberá incidir en alterar las dinámicas de poder en torno a las decisiones, y modificar el marco económico e institucional donde se implantan las tecnologías. Por tanto, no fomentar en los visitantes la confianza ingenua y sedante en la técnica, sino intentar empujarles a la acción, conmoverles para que muevan el mundo y se den los cambios necesarios en las estructuras capaces de conducir a las tecnologías del agua hacia la sostenibilidad. De ahí que el mensaje debe seguir siendo optimista, o a lo menos, esperanzador, pero condicional al hecho de que realmente la sociedad sea capaz de evolucionar.

La sostenibilidad se logra cuando se da un equilibrio entre la eficiencia económica, la distribución de la riqueza y la conservación del medio ambiente. Por tanto, involucra a la tecnología, pero sobre todo a cómo se decide qué tecnologías se van a implantar, y si esas decisiones contemplan la distribución social del riesgo, de los perjuicios y los beneficios de cada posible solución. Por ello cobra tanta importancia la participación social en los procesos de decisión en torno al agua. Por varios motivos, porque las decisiones no sólo deben competer a los técnicos, porque lo que realmente está en juego es el reparto social de los beneficios y perjuicios del progreso, y sobre todo, porque el punto de equilibrio donde cada sociedad desea posicionarse en relación con el logro del desarrollo sostenible, en suma, el equilibrio entre crecimiento, reparto y conservación, es un lugar que la sociedad en su conjunto debe elegir. El término eficiencia cobra sentido a la luz de unos valores concretos y de unos objetivos de gestión establecidos previamente. Únicamente se es eficaz en relación a unas categorías axiológicas definidas previamente. Las situaciones en las que se da una sociedad sostenible, y por tanto, eficaz, son numerosos y no deberían ser precisamente los técnicos en exclusividad los que decidieran ni los valores ni los criterios de sostenibilidad, sino la sociedad en su conjunto. Y para ello la información rigurosa resulta esencial. Información, conocimiento que el pabellón español debería intentar ofrecer, y sobre todo, que anime a los visitantes a querer implicarse en las decisiones en torno al agua cuando regresen a sus hogares.

El pabellón español, por tanto, debería destacar cómo el reto global de la sostenibilidad de la política del agua se concreta en un reto local de nuestro país y de nuestras cuencas hidrográficas: singularidad de nuestra realidad hidrológica, de nuestros ecosistemas, de las presiones que reciben nuestras aguas, de las tecnologías e instituciones empeñadas en su gestión, etc. Hacer evidentes las principales relaciones causales que se dan en la gestión del agua y sobre todo los conflictos y campos de cooperación que se dan entre el bienestar, la tecnología y el medio ambiente. El mensaje debería incidir no tanto en el hecho de que existen soluciones, cuanto en componer buenos y sabios interrogantes. No se trata de convencer, ni de proclamar lo bien que se hacen las cosas, sino de confeccionar buenas preguntas en torno a los retos que debemos enfrentar. Y que esas preguntas y retos las asuman como propios los visitantes, que les demos herramientas e información para la reflexión y la acción social. No recetas, sino interrogantes y materiales para poder confeccionar sus propias respuestas.

El agua o la noria solar

El concepto clave para entender el agua como recurso natural es su carácter renovable. Si pretendemos generar conocimiento y llevar a cabo acciones en la dirección de asegurar la sostenibilidad de su uso, es decir, de que su existencia sea infinita, habrá que indagar en el significado del adjetivo renovable aplicado al agua, explicar cómo se renueva el agua y de qué factores depende la dinámica del ciclo del agua. En realidad, el agua que existe en nuestro planeta ni aumenta ni disminuye, sólo cambia de fase, de estado y de calidad. Nuestro impacto sobre el agua no provoca su gasto o su creación, sino su cambio: más o menos agua en los mares, en los casquetes polares, como vapor de agua en la atmósfera, en los acuíferos o fluyendo en la superficie en los ríos. En principio, el agua  se asemeja más a un recurso no renovable como el petróleo o los minerales, cuya dotación es dada. Pero a diferencia de la mayoría de los recursos renovables lo que la convierte en tal categoría no es su capacidad de autocrearse, como los árboles o los peces, sino el de poder modificarse a través de las diferentes fases del ciclo hidrológico.  La renovabilidad del agua dulce que fluye por los continentes, se debe a la capacidad de la misma agua para pasar infinitas veces por el mismo sitio. Y esa capacidad se la da la energía solar (que crea agua pura) y también la vida que ella misma atesora (que permite la autodepuración).

El metabolismo (endosomático) de la naturaleza se inserta en este ciclo, porque el agua en el que viven los organismos y el agua que todos beben, entra, se incorpora y sale, y por tanto, forma parte del ciclo hidrológico antes descrito. Pero también el metabolismo social (exosomático) que incorpora agua en sus procesos industriales y agrícolas, que no crean ni consumen agua, sino que sólo la transforman, acelerando, retrasando o perturbando el fluir natural del ciclo hidrológico. La gestión humana del agua por tanto, no es una gestión de la escasez, ya que siempre es la misma y nunca desparece, sino de las fases y calidades del agua en el ciclo hidrológico. El agua es limitada, pero puede dar muchas vueltas para presentarse infinitamente.

Todos los ciclos poseen una velocidad, y el agua de nuestro planeta posee unos tiempos de residencia medios en cada una de sus fases y estados. Ya que el agua total es constante, el hecho de que de forma natural haya más o menos agua dulce en nuestro planeta dependerá de la velocidad de circulación del agua entre sus fases. El símil del dinero puede resultar claro para entender este concepto: una misma cantidad de billetes en circulación sirven para comprar más o menos cosas en función de la velocidad de circulación, es decir, del número de veces que en un año un mismo billete pasa por las mismas manos. Y esta velocidad del ciclo del agua no ha sido constante en el tiempo y el propio ser humano puede alterarla, por ejemplo, por el cambio climático que estamos provocando.

El metabolismo social que se inserta en el ciclo natural del agua altera tanto la velocidad del ciclo hidrológico como la distribución y calidad de las fases del agua. En ningún momento el uso humano del agua deja de ser cíclico, porque el agua que sale de la naturaleza acaba llegando a ella y nuevamente al ser humano, pero nuestro metabolismo social, industrial y agrícola puede provocar, sobre la situación natural, incrementos del agua evaporada, de las infiltraciones, descensos de los niveles freáticos y por tanto de los drenajes subterráneos, contaminación, almacenamientos artificiales de agua y por tanto alteraciones en las velocidades de paso del agua entre fases, etc. La sostenibilidad obliga a adaptar nuestras alteraciones metabólicas sobre los ciclos del agua a las necesidades del medio ambiente y por tanto, a la necesidad que tiene la sociedad de abastecerse con agua de calidad, ya que aún precisamos del medio ambiente para poder usar agua de calidad, sobre todo para beberla. La calidad del agua se erige así en el principal parámetro para evaluar las políticas del agua y su sostenibilidad, ya que ese uso en cascada del agua a través del ciclo hidrológico y a lo largo de los ríos y de los acuíferos sólo puede verificarse si el propio medio ambiente hídrico mantiene una mínima calidad ecológica, ya que es ella la que hace útil el agua para los usos humanos, y por tanto, para nuestro bienestar y desarrollo económico.

Como el recurso renovable agua aparece de forma variable e impredecible, el ser humano ha sabido tanto adaptar su actividad a dichos azares como crear, a lo largo de la historia, tecnologías de control del ciclo del agua, en síntesis, de gestión la velocidad de circulación del agua en la naturaleza. La más evidente, por ser la más extendida en la actualidad, es la tecnología de regulación de ciclo del agua por medio de embalses, que consiste en crear depósitos artificiales de agua que detraen provisionalmente unos volúmenes de agua del ciclo natural. De forma similar a las pilas, los embalses acumulan aguas que serán utilizadas cuando las actividades humanas lo soliciten, ya que el flujo de necesidad de agua por parte de la sociedad no se ciñe exactamente a los flujos naturales variables e impredecibles de la naturaleza: sequías, inundaciones, etc. Si nos fijásemos únicamente en el caudal de agua de los ríos donde se ubican los embalses, su impacto sería el de alterarlos según sean los desacoples de la demanda social respecto al caudal natural. Por ejemplo, el uso del regadío que exige enormes volúmenes de agua en verano, precisará que los embalses acumulen agua en invierno, dejando sus ríos mermados, y los liberen en verano, época en que estos tramos de ríos llevarán mucha más agua que en condiciones naturales.

En cambio, la presencia de aguas en el subsuelo posee un régimen menos variable, ya que las aguas subterráneas, dependiendo del sustrato geológico donde se almacenen, ralentizan la velocidad del ciclo hidrológico. Pueden considerarse los acuíferos como enormes embalses subterráneos que se encuentran conectados con las aguas superficiales en dos extremos, el de la infiltración, que es su entrada de agua, ya sea de lluvia o de escorrentía, y el del drenaje, que actúa como si el acuífero poseyera un rebosadero que aporta agua del subsuelo hacia los ríos: cuanto más lleno se encuentra el acuífero más agua drena hacia las aguas superficiales. Esta es la causa por la que muchos ríos llevan agua en verano o cuando no llueve, porque transportan la que están vertiendo los acuíferos a los que están conectados. Por ello los ríos que poseen grandes acuíferos tienen un régimen hidrológico menos variable, porque parte de las lluvias se infiltran y no fluyen como escorrentía, se almacenan y van drenando de forma ralentizada, cumpliendo de forma natural la misma misión que satisfacen artificialmente los embalses. Un acuífero, por tanto, es un patrimonio natural que hace más fácil el acceso humano al agua. Cuando se afirma que en nuestro país se usan poco las aguas subterráneas se está olvidando esta función que cumplen, ya que para usar agua subterránea no resulta imprescindible perforar el subsuelo, basta con utilizar la que drena naturalmente hacia los ríos.

Sin embargo, cuando el ser humano desea acelerar la velocidad de uso de las aguas subterráneas, o emplearlas en lugares distintos donde estas drenan de forma natural, debe realizar pozos de extracción. Esta tecnología merma, a largo plazo, el volumen de agua embalsada en el acuífero (bajada del nivel freático) e incrementa, a corto plazo, la componente superficial del ciclo hidrológico. El límite que posee esta tecnología, como la de construcción de embalses, es el volumen de agua renovable de la cuenca, ya que un embalse, por muy grande que sea, no se llenará si las escorrentías que le llegan son muy bajas. Del mismo modo, si las extracciones de un acuífero se mantienen por encima del agua infiltrada, el acuífero se agotará. El agotamiento o la sobreexplotación de un acuífero provoca tres efectos perjudiciales: el primero, que los usuarios de los pozos cada vez deberán emplear mayor energía para extraer el agua (mayor coste económico ligado a la cada vez mayor profundidad de extracción); el segundo, que en un plazo el agua se agotará y ya no podrán utilizarla; y finalmente, que el descenso del nivel freático provocará que cada vez los drenajes de aguas subterráneas hacia los ríos sean menores hasta desaparecer, lo que provocará que los ríos se sequen en verano o cuando las precipitaciones sean escasas, incluso que éstos drenen hacia el acuífero, invirtiendo el sentido de funcionamiento del ciclo hidrológico en estos sistemas bajo sobreexplotación. Se podría ilustrar el caso de las Tablas de Daimiel, su funcionamiento natural y el actual por causa de la sobreexplotación del acuífero manchego. O la cuenca del Segura o del Júcar, donde de forma natural sus acuíferos aportan del orden del 70% del caudal de sus ríos, y que como consecuencia de la sobreexplotación de las aguas subterráneas la regulación natural se ha reducido drásticamente. Resulta sorprendente que estas cuencas estén hoy en día supliendo con embalses artificiales la carencia de regulación natural provocada por la sobreexplotación de sus acuíferos: vaciamos los embalses naturales subterráneos gratuitos y los sustituimos por costosas infraestructuras de almacenamiento superficial de agua.

No son estas las únicas tecnologías utilizadas. Por ejemplo, el reciclado y la reutilización de agua en la industria y las ciudades se está convirtiendo en una útil forma de generar nuevos ciclos de agua, nuevos bucles que aceleran la velocidad de uso del agua y por tanto, que una misma agua extraída del medio natural permita satisfacer mayores demandas hídricas. Pero la reutilización de aguas residuales siempre ha existido, ya que los usuarios situados aguas abajo de las cuencas siempre han utilizado parte de las aguas vertidas, ya utilizadas, por los consumidores situados aguas arriba. Mientras el medio ambiente hídrico sea capaz de aguantar estas presiones la biota presente en el agua será capaz de autodepurarla para que la pueda volver a utilizar la sociedad. En cambio, si superamos determinadas capacidades de carga, este precioso servicio ambiental dejará de poderse reciclar naturalmente. Esta nueva reutilización que ahora se aplica pretende que los nuevos usos de las aguas previamente utilizadas se realicen sin pasar por el medio ambiente hídrico. Como en el caso de la reutilización natural habrá que conservar la calidad del recurso, ya que la posibilidad de “darle vueltas” al agua sólo se podrá hacer si se asegura una calidad mínima. Por ello, el límite para la reutilización será tanto la calidad del recurso, que hasta ahora no permite la reutilización artificial para beber, como la evaporación, en la medida en que ésta supone una pérdida de recurso, no en términos absolutos, porque este agua precipitará en algún punto, sino en relación con el ciclo local del agua, porque el agua evaporada, por ejemplo en el regadío, no caerá, en general, en ese mismo regadío como precipitación.

La reutilización y el reciclaje de agua añaden un nuevo bucle al ciclo del agua, porque detraen un líquido que estará más o menos tiempo fuera del ciclo natural del agua. En el caso extremo del ciclo cerrado de reutilización sin pérdidas y sin vertido, esa detracción será para siempre, ya que el agua reutilizada estará dando vueltas “eternamente” entre el mismo o diferentes usos (habremos extraído a perpetuidad un agua del medio natural, o sea, sería como utilizar un recurso no renovable). En el caso de que existiera alguna perdida de evaporación, por ejemplo, esa agua debería ser repuesta desde el medio natural. Por ello, mediante la reutilización y el reciclaje, y si la demanda de agua permanece constante, se reduce la extracción de agua del medio natural, ya que sólo habrá que extraer las perdidas y los vertidos del ciclo artificial de reutilización del agua. Si la demanda de agua permanece constante, la reutilización mejora la gestión a nivel ambiental, ya que reduce el agua extraída de y vertida al medio natural. Aunque hay que tener en cuenta que no cambiará el balance total de agua, ya que el caudal del río, una vez verificado el vertido de aguas residuales, será el mismo tanto con reutilización como sin ella. En cambio, si la demanda se incrementa o se altera su composición entre usos, la posibilidad de reutilizar agua podrá incrementar el impacto ambiental. Supóngase un jardín o un campo de golf que no pudiera obtener una concesión de aguas del medio natural, y que se ofreciera a reutilizar el agua residual de un vertido. Ello provocaría la evapotranspiración del vertido en el riego y por tanto, que el río dejara de recibir el retorno de los vertidos depurados, con lo que mermaría su caudal de forma permanente. Por ejemplo, los ríos de Madrid sólo llevan caudal aguas debajo de las depuradoras, y si estas reutilizan sus aguas en el riego, los ríos de Madrid dejarían de llevar agua también en estos tramos.

Por ello, la mejor forma de realizar una gestión sostenible del recurso sería gestionando la demanda, de tal modo que todas las técnicas confluyeran en el objetivo común de satisfacer demandas humanas y respetar el medio ambiente hídrico. De tal modo que las únicas medidas que mejoran en términos absolutos el balance de agua es el ahorro o el reciclado, la reutilización de agua por el mismo usuario.

El agua que pueda utilizar la naturaleza dependerá de cómo insertemos esos bucles inherentes al metabolismo social del agua, en suma, de cuánta agua extraigamos del medio ambiente y cómo se la devolvamos, de dónde realicemos dichas detracciones y dónde los vertidos o evaporaciones inherentes a su uso. Un muestrario de estas tecnologías de regulación, y también de las estrategias humadas de adaptación al ciclo del agua, sería muy recomendable que se ilustrara en la exposición, en la medida en que España posee amplia experiencia en ello, de los beneficios, y de los impactos y riesgos de estas actividades tanto para el ser humano como para el medio ambiente.

El territorio, una vasija bañada por el agua

El agua se renueva de forma natural en una cuenca hidrográfica, que es el lugar donde se encuentran las fases atmosférica, superficial y subterránea del agua. La renovación del agua en cada cuenca no es constante ni en el tiempo ni en el espacio. A diferencia de otros recursos renovables, el agua es un flujo variable cuya distribución temporal y espacial, y cuya calidad, dependen de las características físicas y ecológicas de la cuenca hidrográfica y de sus condiciones meteorológicas, un complejo magma de interacciones que enlazadas en el tiempo provocan la aparición de un volumen de agua en un momento y en un punto del territorio de la cuenca, ya sea como un flujo de escorrentía, de evaporación, de infiltración o de drenaje subterráneo, cada una de las diferentes fases del ciclo hidrológico.

Sin embargo, una cuenca hidrográfica es un sistema abierto ya que ciertos flujos de agua atraviesan sus límites orográficos: rara vez la evapotranspiración de una cuenca coincide con su lluvia, lo que indica que existen flujos de vapor de agua entre cuencas y entre estas y el océano; o la misma existencia de acuíferos compartidos entre cuencas demuestra que a través del subsuelo ciertas aguas fluyen entre cuencas de forma natural. Pero una cuenca hidrográfica es un sistema natural que estructura el territorio según las direcciones de drenaje de sus aguas. La red de ríos de una cuenca hidrográfica cumple la misión ecológica de nuestros riñones, la de arrastrar, la de depurar y limpiar el territorio. Como una red de transporte los ríos ponen en conexión diferentes ecosistemas y zonas bioclimáticas, y transmiten energía, información, biodiversidad y materia. Por ello, las cuencas hidrográficas, aún siendo sistemas abiertos, confieren a sus territorios un sentido, una estructura: una cuenca hidrográfica es una red de vínculos a través del agua y de su capacidad para transportar sólidos y vida, para depurar, para disolver y mezclar. Es el agua la que ha orientado los territorios hacia el mar, la que ha hecho bascular la orografía hacia los océanos donde terminan las cuencas. Por todas estas razones la unidad de estudio y conocimiento del agua en el territorio y en la naturaleza debe ser la cuenca hidrográfica: un sistema abierto e integrado.

Cada cuenca se abre al exterior a las dos grandes coberturas fluidas y envolventes de nuestro planeta, los océanos en lo que desemboca y la atmósfera que la alimenta. La cuenca se haya expuesta al influjo de ambos medios, que actúan sobre ella de forma poco predecible. Pero la cuenca hidrográfica es capaz de transformar este influjo “azaroso” de lluvias, vientos, temperaturas y humedades en el orden estructurante de la red de drenaje de la cuenca, de modo que si bien resulta difícil predecir las tormentas, sí en cambio, se podrá saber con más precisión cómo la precipitación se va a transformar en una escorrentía o en una infiltración hacia el suelo y los acuíferos. La cuenca hidrográfica simplifica la complejidad del clima, y amortigua o concentra de forma más predecible los efectos de una tormenta, una sequía o el cambio climático según determinadas direcciones de flujo, superficies drenantes o medios porosos.

Muchas cuencas influyen a su vez en las zonas costeras y ayudan al diseño de las playas, al transporte de nutrientes, en suma, a conformar la ecología de estos medio marinos. Por lo que la tradicional visión de la cuenca como sistema continental debería ampliarse para contener estas zonas costeras que dejan sentir el influjo de las aguas que en ella desembocan. Algunas cuencas incluso afectan a su propio clima y crean la lluvia convectiva de la que continuamente se nutren, ya que se alimentan de la evapotranspiración que genera su propia vegetación. En España, por ejemplo, cada 3 gotas que llueven, 2 se evaporan, por lo que 1 gota adicional entra desde los mares que nos rodean.

El clima o la velocidad de giro de la ruleta

Cada cuenca hidrográfica, afectada por unas condiciones climáticas, transforma su precipitación en el agua que fluye por sus ríos y por sus acuíferos. La influencia es bidireccional, de tal modo que tanto las condiciones fisiográficas y biológicas de la cuenca afectan al clima propio, como a la inversa, que el clima influye sobre el territorio y los flujos de agua. Como decíamos, el agua en la naturaleza es limitada, y que tengamos más menos agua discurriendo por los ríos, por ejemplo, dependerá de la velocidad del ciclo hidrológico, de la velocidad de esa noria que transforma agua marina y transpiración en vapor y éste en precipitación que escurre por el territorio hacia lo océanos. Menos velocidad significa menos agua líquida sobre los continentes.

El motor de esta rueda es el sol y su capacidad para calentar los océanos y las plantas. Cualquier elemento que altere la radiación solar, y en concreto, la radiación medida sobre la superficie terrestre, alterará la velocidad del ciclo del agua, y por tanto, del agua a la que potencialmente podrá acceder el ser humano.

El sistema climático global se haya acoplado al ciclo hidrológico, de tal modo que no podrían entenderse por separado. Pero el clima y el agua se hacen patentes de modo singular en cada cuenca hidrográfica. El clima aporta una velocidad de giro particular al ciclo del agua de cada cuenca hidrográfica. Como el mecanismo de un reloj, cada noria climática gira a la velocidad particular de cada cuenca hidrográfica y entre todas hacen girar las manecillas del ciclo climático e hidrológico global. Cualquier alteración en el giro de uno de esos engranajes podría afectar al todo. No digamos si esa alteración resulta global y afecta a todas a la vez, tal y como el cambio climático está provocando. Ello producirá una aceleración de las manecillas del reloj, y por tanto, más vapor de agua y más lluvias por efecto del calentamiento global. Pero como cada noria climática e hidrológica sufrirá una alteración diferente por la radiación solar que sobre ella incide, y como su giro se verá a su vez afectado por el de las norias adyacentes, podrá ocurrir que a pesar de que las manecillas aceleren su velocidad, haya algunas que se ralenticen, soportando condiciones climáticas de mayor aridez. Al fin, más que de un reloj, o de una noria hidrológica, estaríamos hablando casi de una ruleta que acciona la propia sociedad con sus emisiones de gases de efecto invernadero.

Resulta necesario hacer patente este juego de azar, sus implicaciones sociales y económicas, el diferente grado de responsabilidad de quienes lo provocan y se benefician, y las estrategias para evitar sus consecuencias: intentar parar la ruleta y adaptarse a sus posibles consecuencias.

Hay que hacer palpable la atmósfera a lo largo de la exposición, sus conexiones con el agua y cómo la sociedad las afecta a ambas. Los conceptos de ciclo, retroalimentación, acoplamiento, globalidad, etc. deben estar aquí muy presentes. Se debe sentir que las personas se funden con la atmósfera y el agua, con el territorio de las cuencas, y que la acción voluntaria de los seres humanos afecta al clima, al agua y  nuevamente a nosotros.

El agua pública, entre el patrimonio y el recurso

El agua no se consume con su uso, no se gasta cuando se la utiliza, porque los agentes sociales y económicos sólo la incorporan transitoriamente a su metabolismo, y en igual cantidad que la tomaron será expulsada, con una cierta demora temporal, y eso sí, alterada posiblemente en sus condiciones de calidad, estado y fase. En ningún momento el agua es consumida por el metabolismo social, como sí lo son una hogaza de pan o un litro de gasolina. El agua que riega una planta se transforma en tejido de la planta, en transpiración, en evaporación o en infiltración. Nada se gasta ni se pierde, porque incluso el agua estructural de la planta acabará en algún río cuando haya sido consumida en algún proceso. Por ello, el agua es un bien público, porque su uso deja la misma agua potencialmente asequible para otro usuario. Evidentemente, según las condiciones de uso, la siguiente reutilización podrá ser más o menos dificultosa a nivel de coste energético, pero aquí contamos con la inestimable ayuda del sol y su capacidad para hacer más fácil el acceso al agua útil para el ser humano.

Por estas razones, el agua resulta asimilable a la categoría de los bienes públicos, como lo son la atmósfera, los océanos, los paisajes, el arte o el conocimiento científico, entre otros muchos. Todos estos bienes podrán ser degradados o contaminados, e incluso apropiados individualmente en competencia con otros, pero nunca se gastarán con su uso, ni tan siquiera por aquellos que pretenden usarlos en exclusividad, ya que toda el agua consumida acabará saliendo de alguna manera. Incluso si algún usuario pudiera reciclar absolutamente toda su agua ésta seguiría existiendo, potencialmente útil para cualquier otra actividad.

Muchos bienes públicos no son un recurso, sino un patrimonio, es decir, no se los usa para obtener una mercancía, sino que su utilidad reside en su sola presencia o admiración: la biodiversidad, las obras de arte, el paisaje, la salud, la seguridad, la cultura, etc. En cambio, otros son usados por diferentes agentes para confeccionar un bien, un producto final que se vende en el mercado. El agua es patrimonio, en cuanto paisaje o naturaleza, pero también recurso que puede ser degradado o transformado con su uso, y por tanto, dificultar que terceras personas puedan acceder a él. Mientras esa degradación resulte asumible por el agua o por la atmósfera, la mejor manera de acceder al bien sería el libre acceso: así gestionaban las aguas los romanos y así se ha gestionado la atmósfera hasta nuestros días, hasta que el cambio climático nos ha obligado a tomar decisiones en común sobre reparto de emisiones de gases de efecto invernadero. El conflicto aparece cuando la degradación puede ser intensa y el bien público perder calidad. Si el recurso no es patrimonio, el mercado podría solventar la competencia por usarlo asignando un precio acorde con esa degradación al que el usuario somete al recurso. Pero este método no funciona por sí solo cuando el bien público, además de recurso es un patrimonio, porque la sociedad debe establecer unos límites a esa degradación acordes con la función que ese bien cumple en la naturaleza y en la sociedad.

Resulta, por tanto, imprescindible la implicación de la sociedad en la gestión del agua tanto para salvaguardarla como patrimonio como por el hecho de que el ser humano la precisa para vivir, porque estamos hablando también, en suma, de una necesidad básica, o de un derecho humano, como lo ha reconocido recientemente la ONU. Este carácter múltiple del agua como bien limitado, público, patrimonial y básico, y el de ser a su vez un recurso económico y productivo debe quedar patente en todo discurso en torno a ella. Y como estamos hablando de un patrimonio que estamos degradando, deben quedar claras las causas y las consecuencias de dicho proceso, así como la distribución social de los beneficios y perjuicios de tal deterioro, ya que dicha información resulta crucial para que la sociedad adopte decisiones. La sostenibilidad, por tanto, es un proceso de reconocimiento social de esta realidad plural y compleja del agua, una llamada a la participación social en los procesos de decisión, un alentar a los técnicos a que ofrezcan alternativas e implicaciones sociales de cada tecnología y un alegato a favor de instituciones públicas competentes que sean capaces de aplicar la ley y llevar a cabo las ediciones pactadas socialmente. Todo este encaje tecnológico, ambiental, patrimonial, económico, social e institucional debe quedar patente también en la exposición.
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