ENSAYO SOBRE LAS DOS RUEDAS (xxxiii)

……….continúa…

Un gordo sobre la bicicleta

Y cuento todo esto porque me parece relevante acometer la revolución que la bicicleta nos trae de forma integral, ya que el ciclista que gracias a su decisión se enfrenta al tráfico debe también acometer la crítica de otras facetas vitales para conseguir que esa máquina corporal pueda desplegar su mayor potencial propositivo con las máximas garantías. Los grandes saltos tecnológicos, esas fracturas que quebraron las sociedades periclitadas y que abrieron nuevos horizontes, apostaron por el cambio radical e íntegro de consecuencias no sólo económicas o energéticas, sino también culturales, artísticas, educacionales, sanitarias, nutricionales, etc. Este cambio que se avecina lo abanderará la bicicleta como nuevo coloso tecnológico, porque su simbolismo no se reduce al de ofrecer un cómodo y lúdico modo de transporte, sino que refleja el cambio global que muchos ciclistas deseamos imaginar conmoviendo los cimientos de la actual sociedad en crisis.

Una de las imágenes más claras de este absurdo de civilización que se hunde sin remedio lo expresan los gordos. Su opulencia ineficaz, cara y fea, injusta, su imagen aniñada y amorfa, su ingenua alegría que flota en un consumo degradante e insano, me parece una de los iconos más emblemáticos de esta civilización del despilfarro.

Recomiendo la lectura de “Una historia en bicicleta, una magnífica novela del escritor norteamericano Ron McLarty. La apuesta del protagonista me parece adecuada a los tiempos que corren, y con las debidas precauciones y consiguientes adaptaciones, el ejemplo que nos propone me resulta verosímil. White trash, basura blanca, así se denomina a esos sujetos orgullosos de su raza anglosajona, de la bandera de las barras y de las estrellas, y que concentran todo ese amor y orgullo patrio en la parte más degradada de la cultura norteamericana a la que deshonran con su actitud. Smithy tiene 43 años y se ha convertido en una bola de sebo, no lee un libro desde su infancia, se pone ciego de comida basura, cerveza, alcohol y cigarrillos rubios, consume televisión y realityshows hasta que queda rendido sobre el sofá, desempeña un trabajo mecánico y frustrante y sus relaciones familiares y sociales cada vez se van quedando más reducidas al monosílabo y la indiferencia. Y de pronto coge la bicicleta de su juventud y todo cambia. ¿Puede cambiar el mundo un gordo que comienza a montar en bicicleta?

La obesidad se la suele definir en relación al Índice de Masa Corporal, o cociente del peso (en kilogramos) y el cuadrado de la talla (en metros). Se considera normal entre 18 y 25, y obeso más de 30. Sin embargo, la obesidad se refiere más que al peso relativo a la cantidad y distribución de la grasa en el cuerpo humano. Por tanto, una persona muy musculada y magra podría quedar caracterizada por el IMC como de obesa, sin serlo. La grasa es un elemento vital imprescindible no sólo como almacén de energía, sino como actor fundamental en la regulación hormonal y en el metabolismo.  La obesidad se caracteriza, sobre todo, por cómo se distribuye la grasa en el cuerpo, y no tanto por su cantidad, aunque claro está que cuánto mayor porcentaje de grasa se posea mayor probabilidad de que ésta se distribuya irregularmente, pero personas con poca grasa pueden también ser obesas. Existen unos patrones sexuales y normales de distribución de la grasa, pero cuando estos se alteran por cualquier circunstancia, aparece la obesidad, es decir, la grasa se acumula no sólo en los adipocitos, sino en otros órganos, como el hígado, el aparato digestivo, el corazón, etc. La obesidad posee una relación incuestionable con el síndrome metabólico y predispone para todo tipo de enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2, etc.

La causa de la obesidad no reside únicamente en la ingestión de más energía de la que se consume, sino que depende también de lo que se come, de la calidad y tipo de alimentos.  La mayor parte de las estrategias nutricionales seguidas para reducir peso se basan casi exclusivamente en la restricción calórica, independientemente de los alimentos que se consumen, sin considerar que el modo en que se acumula grasa y la eficiencia con la que el cuerpo humano genera energía (termogénesis asociada a la digestión) dependen en gran medida de la calidad de la alimentación y no sólo de las kilocalorías que contiene. Interesa además aclarar que más importante que la pérdida de peso es la reducción de la grasa corporal, sobre todo en aquellos lugares donde se ha acumulado anormalmente, y que por tal razón alteran el correcto funcionamiento hormonal y metabólico del paciente. A este respecto, la reducción de la relación que guarda la anchura de las caderas y de la cintura resulta un objetivo de mucho mayor valor en la lucha contra la obesidad.

Hay que puntualizar que la reducción de energía consumida sin alterar el tipo  de alimentos conlleva un indudable peligro de desnutrición, asociado al hecho de que la densidad nutricional (vitaminas, minerales, etc.) de los cereales, y en general, de las nuevas comidas occidentales, es muy reducida respecto a su valor energético. En cambio, el bajo contenido de agua, de proteína y de fibra soluble de los cereales los hace poseer una alta densidad calórica por unidad de peso, lo que los convierte, junto con otras comidas modernas, en mucho menos saciantes que las verduras o la carne, por ejemplo. Otro aspecto relevante respecto a la calidad de los alimentos consistiría en recordar que la mayor parte de las grasas que consumimos hoy en día proceden de los lácteos, los aceites vegetales, los dulces y la bollería industrial, en cantidades muy superiores a las que proceden de la carne, por lo que un cambio de orientación al respecto resultaría muy saludable. En concreto, la relación entre grasas poliinsaturadas omega 6 y omega 3 debió ser durante el paleolítico del orden de 2, cuando en la actualidad cualquier alimentación convencional de tipo occidental supera el valor de 12. Conviene recordar al respecto, que de la relación existente entre ambos ácidos grasos esenciales (que el organismo humano no puede producir) pueden depender los procesos inflamatorios relacionados con la obesidad, la arterioesclerosis, etc.

Está muy extendida la opinión de que a partir de cierta edad el propio proceso de envejecimiento conlleva la acumulación de peso y de grasa en la zona abdominal. Sin embargo, esta realidad sólo es perceptible en las personas que siguen una alimentación occidental. Casi todos los estudios antropológicos que se han realizado entre poblaciones bien alimentadas, sin escasez de alimentos, y con adecuada ingesta de vitaminas y minerales, se ha comprobado que el Índice de Masa Corporal (IMC) se mantiene muy bajo (del orden de 20 kg/m2 para los hombres) y que incluso tiende a reducirse a partir de determinada edad, como consecuencia de la disminución tanto de masa muscular como de agua, y del mantenimiento de la grasa corporal. Asimismo, la relación entre la circunferencia de la cintura y la talla se mantiene constante. Nuevamente surge la contradicción entre lo que se considera normal y saludable desde el punto de vista de una alimentación occidental, y la normalidad asociada a una alimentación realizada acorde con nuestras características genéticas. Aunque también convendría aclarar que una persona que, sin cambiar su pauta de alimentación occidental, consiguiera alcanzar, sólo a base de restricción calórica, la cifra de 20 ó menos de IMC, casi con toda seguridad no estaría sana y poseería importantes carencias nutricionales.

Recomiendo la lectura de “El mono obeso”, del doctor español J.E. Campillo, un repaso pormenorizado, a lo largo de la evolución humana, de cuáles fueron las pautas alimenticias de las diferentes especies de homo, hasta la revolución neolítica y la época actual, en relación con sus diferentes características genéticas. El único reparo, el excesivo protagonista que a partir de determinado momento le otorga a la teoría, creo que ya superada, del “gen ahorrador”, como más adelante veremos.

…………continuará…

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