En mi vocabulario guardo, y a veces escondo, algunas palabras que no sé muy bien cómo manejar fuera de algunos contextos muy próximos. Las he estudiado desde varias vertientes. Claro, desde la obligada etimología, la filosofía, la sociología, incluso sobre algunas he leído algún que otro estudio hermenéutico o deconstructivista. Pero no importa, cuanto más bagaje acumulo en torno a ellas más pudor e incluso miedo me produce utilizarlas, sobre todo en ámbitos o lugares en los que, sin duda, voy a ser catalogado o clasificado de un modo que seguro me va a disgustar.
Voy a poner sólo tres ejemplos. Sin ánimo de ser exhaustivo y menos aún de cerrar ningún debate en torno a ellas, tan sólo como manifestación sincera de mis cuitas y dudas cuando las pretendo usar con mayor generalidad.
Progreso. Apenas apareció el concepto durante la Ilustración (discurso de Turgot), surgieron sus críticos, el más vehemente, Rousseau. Un progresista, como parece lógico, es una persona que cree en el progreso, que confía en que, en términos absolutos, él, la humanidad, su entorno, etc. va a ir a mejor, que la senda histórica del ser humano, a pesar de concretos altibajos, ha mejorado. ¿Tiene tanta importancia saber si hemos progresado? Parece que sí, porque en esta fe se justifican muchas ideologías que encuentran legitimado su poder con independencia de la justicia o ética con la que se haya llevado a cabo esta mejora social. Una mejora que tampoco entiendo muy bien en qué criterios absolutos habría que valorarla. No puedo olvidar las víctimas del progreso, sobre todo la justificación de la injusticia en aras de la eficacia, ni maravillosos libros y estudios históricos en los que se narra esta carrera ascendente y siempre positiva sobre el rastro de la miseria. Tampoco olvido que esta ideología progresista también ha servido y se utiliza para demorar el disfrute presente, para justificar repartos injustos de la riqueza social en la esperanza de que nuestros hijos y las generaciones venideras puedan disfrutar de nuestras penurias. Pero tampoco puedo dejar de reconocer que deseo un mundo mejor, que me gustaría que las personas que me rodean prosperasen material y moralmente, y que mi trabajo profesional y político lo realizo en persecución precisamente de ese progreso, en busca de la utopía, aunque ésta también sea otra de las palabrejas que intento dosificar.
Humanismo. La humanidad existe, claro, y el humanismo sería algo así como la ideología de la humanidad. El humanista ama a la humanidad. Pero ¿cómo se traduce este amor tan universal y poco concreto en la práctica política y social? Siempre me pregunto si a mí también me ama la humanidad. A veces estos amores humanitarios no son recíprocos. Yo no amo a lo humano, soy humano, y sólo amo a algunas personas, pero el humanista se empeña en definir qué es lo humano, y trata a toda costa que esa esencia coincida con lo que cada uno de nosotros deberíamos ser como miembros del género humano. Por esta razón, por el humanismo se ha asesinado a muchos humanos, y ha habido tantos misioneros y tantas intervenciones en los asuntos del prójimo que cada vez que escribo o pongo en mis labios el término me asalta un escalofrío. Sin embargo, también el concepto nos dice algo contra los dioses y sus imposiciones, también coloca a los humanos en una posición no subsidiaria, y parece inducirnos a ser libres y a tomar las riendas de nuestro destino. Parece que nos remite también a cooperar con otros humanos por el bien de la humanidad (¿el progreso?), y desde la Ilustración, se le une otro de esos términos endemoniados, el de la solidaridad, sobre el que ahora no hablaré. Pero contemplo el retrato de Erasmo de Rotterdam ante su escritorio, pintado por Holbein, y no puedo dejar de simpatizar con el humanismo, con aquel espíritu humanista que a través de la imprenta y de la relectura de los clásicos nos ofreció tanto conocimiento y tanto hizo en pos de nuestra emancipación.
Comunidad. Todos vivimos en comunidades humanas. El ser humano es el amigo de lo común, aun cuando cada uno de nosotros tengamos opiniones enfrentadas sobre cómo repartirlo o compartirlo. Pero la historia de la humanidad más desarrollada (¡otro vocablo!) se ha realizado en contra de las comunidades, de las fratrias basadas en la reciprocidad, pero usurpando su esencia ritual, ceremonial, simbólica y transfiriéndosela a los Estados como parte de su legitimidad. Por ello la palabra comunidad acumula un significado espurio testimonio de esta degradación. Tanto para designar el espíritu gregario de los ciudadanos que se sienten representados por unos valores comunes –raciales, culturales, nacionales-, como por aquellas comunidades excluyentes, imaginadas e integristas que se amurallan contra el mundo o la ¿humanidad? en defensa de tradiciones y credos. Por un lado, la palabra comunidad me inspira cooperación y libertad, crear un entorno de confianza en el que poder expresar la individualidad en el trato con el resto de comuneros, pero por otro lado, aparecen todos esos elementos anejos que convierten lo comunitario en un tipo de asociación rancio, tradicional y poco moderno que sólo serviría para legitimar subordinaciones.
Aunque quizás lo que me queme realmente sea esa unión de las tres palabras en la mente de muchas de las personas a las que podría decírselas. Que la humanidad, la comunidad y el progreso se hayan contaminado recíprocamente a lo largo de la modernidad.
Anticipo otras palabras ardientes sobre las que quizás hablaré en su momento: cultura, izquierda, público, identidad, creatividad solidaridad, utopía.
¿Qué palabras te queman a ti?
Pues fíjate que a mi el que me da escalofríos es Erasmo… ¿sabías que no quiso visitar Castilla a pesar de tener más seguidores que en ningún otro reino porque según dijo había demasiados judíos y le daban «asco»? Por otro lado, una vieja pregunta ¿puede ser compatible la creencia en un dios que interviene en la historia y sobre las personas con la centralidad de la especie humana en la explicación de lo que le pasa, sufre y hace la especie humana (que eso sería el humanismo)?
Progreso es verdad que ha tenido, como todo, usos espurios. Hay uno que me molesta especialmente: la idea de que el progreso sea lineal y siempre ascendente es una atribución grosera que suele hacérsele a Marx, cuya obra está en dominio público, por cierto y no entiendo por qué se da con tanta facilidad por buena (la atribución). Siguiendo al bueno de Marx, ¿el progreso es mensurable en términos histórico-económicos? A grandes rasgos sí: es la medida de la capacidad de transformación de la especie, que el llamaba «desarrollo de las fuerzas produtivas». Se podría representar como el lugar en el que se encuentra la Humanidad en un momento en un eje que uniría escasez total (dados tus conocimientos y tus fuerzas necesitarías recursos infinitos para satisfacer las necesidades de alguien más) y abundancia (con casi cero recursos puedes producir para un número infinito de personas más).
Lo de que en nombre del progreso o de la Humanidad se hicieran barbaridades… bueno, las barbaridades responden siempre a intereses particulares -casi siempre una caza de rentas- vestidos de causas generales. Es normal que el que intenta capturar rentas o imponer su poder intente apropiarse de cualquier palabra con significado emancipador con tal de movilizar a otros tras de sí… pero ¿qué culpa tienen las palabras de los movimientos tectónicos de una sociedad o de los delirios de sus fanáticos?
Solidaridad. Efectivamente me pone los pelos como escarpias. Solidaridad es el «hacer duelo o dolerse con otro». No hay nada distributivo en su fondo. Y eso es lo que hace, creo, que nos produzca un respingo. Demasiado fondo cristiano de exaltación del dolor y el sufrimiento como cohesionadores y liberadores. Por cierto, ¿sabías que la primera acepción de la RAE es «adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros»? Y me surge la duda: ¿qué quiere decir «circunstancial» en esa definición? Si es el uso común significaría que la solidaridad es una adhesión poco comprometida. Si por «circunstancial» se entiende que origen de la adhesión (solidaridad sería la adhesión debido a la identificación con las circunstancias), la palabra adhesión sigue dejando una ambiguedad sobre la intensidad o el compromiso que la solidaridad conlleva. En fin, es la RAE que no es ninguna maravilla. En cualquier lado saben que la solidaridad es cosa «mu sentía».
Comunidad. La confusión con la «comunidad imaginada» que comentas no es tan fácil ni frecuente porque va con adjetivo (comunidad nacional). Más preocupante es la designificación que nos está llegando vía EEUU, donde comunidad se identificó con parroquia y parroquia, por las formas de colonización y asentamiento del siglo XIX y principios del XX en lo que ahora son EEUU, acabó significado «vecindario». Con todo, creo que la dominante sigue siendo comunidad = familia, grupo de amigos… es decir la basada en relaciones interpersonales y afectos, como la definió la Sociología clásica (Weber entre otros).
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No sabía lo de Erasmo, pero tampoco me sorprende, dado que era habitual entre una parte significativa de la población tener ese tipo de opiniones sobre mujeres, judíos, etc.
Lo que me asusta de la palabra progreso es cuando se le dota de una connotación providencialista, o cuando se moraliza sobre la historia desde un punto de vista totalmente utilitarista y se sobrevuela sobre las víctimas o sobre las injusticias simplemente porque fueron imprescindibles para alcanzar el progreso.
Sobre al pregunta, conozco personas que poseen ese humanismo tal y como tí lo defines y que son religiosas y creen en dios. Conviene recordar que el humanismo de signo universalista que se impone en el mundo cristiano procede del estoicismo, como un gran paraguas esencialista y natural que cobijaría a todas las personas con independencia de otras consideraciones. Es decir, convertirnos a todos en potenciales receptores del mensaje divino universal de salvación. Pero que en paralelo convive con otro tipo de humanismo, podríamos decir el de la amistad, que el epicureísmo promovió (un humanismo de comunidades, de cercanía, y de suma de comunidades q, y que al final quedó arrumbado por la persecución ideológica y la censura y destrucción de sus textos.
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por error se cortó «(un humanismo de comunidades, de cercanía, y de suma de comunidades que pactan y cooperan sin el concepto de aldea global)
…continúo
Sobre el humanismo,creo que resulta muy oportuno leer simultáneamente la carta sobre el humanismo que publicó Heideger tras la II guerra mundial, y la especia de contestación que 20 años después le dirigió Foucault.
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Creo que las palabras expresan todo su significado cuando los discursos o conversaciones en las que las utilizamos se relacionan directamente con vivencias, experiencias, con imaginarios que creamos en nuestras comunidades de diálogo y acción. Estas grandes palabras adquieren un significado bastante claro en contextos en los que la convivencia y las narraciones las dota de unas connotaciones claras que todos asumimos más o menos. En estos lugares o foros, no me da miedo ni apuro utilizarlas. Sin embargo, adquieren un estats de arma arrojadiza en otros lugares más globales, propagandístcos, políticos e ideológicos, donde se revisten de las características de los esterotipos, lo stópicos y los lugares comunes.
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