Creo que no existen muchas personas que lean lo que escribo. Por supuesto, casi ninguna que lo lea todo. No digo esto para quejarme. No. Porque no es la búsqueda de la máxima audiencia lo que me mueve, sino encontrar y conversar con aquellas personas a las que esta actividad podría sernos mutuamente satisfactoria y útil.
Pero he empezado de este modo este escrito, como preámbulo para lo que en estos momentos me importa más, y es el hecho de que algunos lectores me hayan manifestado que les hubiera gustado realizar comentarios sobre alguno de mis post, pero que “les daba miedo o pudor”. Vamos, que no se atrevían, a pesar de que algo que merodeaba por sus cabezas les empujara a ponerse en contacto conmigo para compartirlo. Esto sí me preocupa.
Como no aspiro a ser “trending topic”, ni represento ningún tipo de presencia mediática impactante, confío en la sinceridad de las personas que me lo han manifestado, y por esta razón ahora intento reflexionar sobre ello, en conexión con el hecho sintomático de que en las redes sociales los comentarios y retuiteos estén a la orden del día.
Imagino que vuestra situación es similar a la mía: estoy frente a la pantalla, delante de un cuadrado pequeño pero provocativamente blanco, con un cursor que parpadea insistentemente pidiéndome una cadena de caracteres medianamente inteligente. Vamos, de película de terror. Pero a pesar de ello, querrías manifestar algo, desearías escribir alguna cosa en relación al texto que acabas de leer. Algo más que pulsar un “me gusta” o añadir un emoticono. Algo más concreto, más personal. No necesariamente una crítica o un malestar, puede que una simple idea conexa, una matización, alguna experiencia personal relacionada, ¿qué sé yo?
A veces me habéis hecho llegar comentarios a mi email personal. Lo agradezco. Lo cual me sirve para detectar como causa también un cierto pudor, como cuando después de una conferencia pública y tras haber terminado el turno de preguntas sin que nadie haya levantado la mano, una turbamulta se arremolina alrededor de la mesa del orador para hacerle preguntas “privadas”. Pero si el medio en el que yo publico mis ideas y reflexiones es público, ¿por qué ello no provoca que se genere una conversación también pública?
Os diré algo. Yo no soy original. Así que tampoco vosotros tenéis que pretender serlo. Parece que esto retrae a muchas personas, el hecho de que crean que deben decir algo muy original, inteligente, novedoso. Yo soy un auténtico ladrón de ideas. Mis escritos no son más que un collage o un patchworking de pensamientos de otros. Me siento, abro mis sentidos y me dejo penetrar por tantos mundos, y al cabo, vomito una pequeña perla que es la que comparto con vosotros. Haced lo mismo. No hay problema. Quizás la SGAE nos denuncie. Corramos el riesgo.
Yo escribo por puro agradecimiento. Es tanto lo que aprendo y lo que disfruto meditando y escuchando y viendo lo que me rodea, que considero que algo debo de ofrecer a cambio. Pero lo que hago no es otra cosa que formar parte de la cadena, convertirme en un eslabón a través del cual poder seguir transmitiendo el conocimiento. No sólo existen los intérpretes de música o de teatro, también en la escritura todos somos intérpretes. De hecho, la forma en que se han escrito los libros siempre ha consistido en interpretar las lecturas que otros habían escrito. Yo considero incluso, que la única forma de leer las enseñanzas del pasado consiste en volverlas a escribir.
Escribo, y vosotros también deberíais escribir, para actuar, para interpretar vuestro papel en la función. Un músico interpreta la obra ajena, pero cada una de sus interpretaciones resulta diferente en función de su estudio, capacidad, técnica, situación, ambiente, mediaciones, momento, etc. Lo mismo hacemos todos los que escribimos, reorganizamos lo que sabemos por otros, seleccionamos, y adecuamos nuestra interpretación al lugar donde lo publicamos y a los objetivos que deseamos cumplir en nuestro auditorio potencial de lectores. Como un actor o un músico. O como un Dj, tomando trozos de músicas y fabricando una narración diferente para cada ocasión. O como un programador de software, que corta y pega comandos, librerías, programas para ensamblarlos en un texto que actuará según sus objetivos. Igual que el escritor.
Por eso os animo a escribir comentarios, si así lo deseáis, a hacer el intento de traer una parte de vuestro mundo al mío. Recordad lo que escribía hace unos días sobre compartir el trabajo.
Asisto a muchos conciertos de música “seria” (vaya nombrecito ¿verdad?) y al final de cada pieza el público siempre aplaude, incluso antes de que los intérpretes comiencen a tocar, todos aplaudimos en signo de agradecimiento, y también por obligación y buena educación. A mí me molesta un poco esta actitud, aunque la comparto, porque al cabo es casi la única forma que tiene el público de opinar al respecto. Se parece un poco a la del “me gusta” de las redes sociales, aunque en este caso se puede hacer con mayor o menor emoción y vehemencia, más corto o más prolongado, más intenso o apagado, o abstenerse. Pero sería preferible aspirar a encontrar otra forma de compartir la emoción entre el público y con los propios intérpretes. Al final son sólo los críticos autorizados los que se permiten hacerlo.
Pero a diferencia de estos otros entornos, los blogs los hemos fabricado para superar el aplauso o el silencio, para intentar entablar algún tipo de conversación entre iguales, para provocar interacciones aprovechando las tecnologías en red. Por ello, os animo a escribir. Sin miedo ni pudor, y sin la obligación de tener que ser originales o creativos.
Estas palabras de Gramsci siempre las he compartido:
Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales. (…) Cada hombre, considerado fuera de su profesión, despliega cierta actividad intelectual, es decir, es un ‘filósofo’, un artista, un hombre de buen gusto, participa en una concepción del mundo, tiene una consciente línea de conducta moral, y por eso contribuye a sostener o a modificar una concepción del mundo, es decir, a suscitar nuevos modos de pensar.
Como a tí, siempre me han incomodado por igual tanto los silencios como los aplausos… Siempre me han parecido una suerte de mueca, un tanto forzada… a la que nos empujan las convenciones sociales ¿ estandarizadas ?.
Lo que más frustrante me resulta ante el silencio o el aplauso es que el fluir del «río», la conversación suele verse interrumpida. Esto lo veo y siento así en eventos a los que gusto en asistir, para nadar… entre pares. Entro otros, talleres, conferencias…charlas. El intercambio de ideas, experiencias, la frescura y la espontaneidad que precedían tanto al silencio como al aplauso … parecen detenerse en su fluir una vez topan con las piedras en su curso que, a mi modo de ver y sentir, suponen.
Urge, como dices, superar el silencio y el aplauso… y a seguir fluyendo en el compartir.
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En ello estamos, Jordi, intentando fluir. Y veo que somos ya algunos los que lo pretendemos. Gracias.
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