El sábado asistí a una clase magistral del dibujante Alfredo. El Museo ABC de la Ilustración le ha dedicado una exposición, al que fue maestro de tantos ilustradores y cronistas gráficos. Posee una memoria un tanto deteriorada, pero sorprenden todavía sus manos y su capacidad para expresar y mostrar con tanta sencillez como claridad. Aconsejo un paseo por este entorno que recoge tan sólo una muestra de sus dibujos más recientes dedicados a ilustrar sus memorias. Y también el libro que ha editado el museo sobre su trayectoria artística.
Alfredo era amigo de mi tío Ángel. Alguna vez coincidimos hace mucho tiempo. Sus dos últimos libros de poesía se los ilustró Alfredo, un dibujo por cada poema. Incluyo la portada de Algoritmo 54, en la que mi tío Ángel delibera mientras sujeta y observa su corazón.
De un dibujante de su talla se pueden aprender muchas cosas. De sus palabras y de los comentarios que hacía de algunos de sus dibujos deduzco que quiso ser una especia de condensador: se sometía a la experimentación de una ciudad, de unos poemas, de un juicio –el del 23F, por ejemplo- o de un evento, y acumulaba tanta emoción y conocimiento que al cabo sólo a través de unos trazos lograba condensarlo todo para transmitirnos su misma subjetividad de los hechos, de las emociones.
Verle dibujar en directo, comprobar cómo discurre el rotulador y apenas con unos movimientos casi indelebles consigue llenar de vida un trozo de hoja en blanco, posee la rara habilidad no sólo de conmovernos, sino también de azuzar nuestro propio ingenio para también intentar conseguir algo similar, esa ambición tan humana de transmitir conocimiento y emociones a nuestros semejantes.
Deja una respuesta