El cambio climático significa dos cosas a la vez. Por un lado, el hecho científico de una realidad climática que se ve afectada por el impacto de las actividades humanas sobre la biosfera. Por otra parte, las estructuras institucionales, burocráticas, tecnológicas, económicas y políticas que se han creado a nivel local, nacional y global para adoptar decisiones en relación a la diferente percepción que se posee sobre el mismo hecho científico del cambio climático. Sin embargo, las relaciones entre ambas instancias son tan densas y complejas que tanto el hecho científico, como el institucional, se confunden en una misma red de implicaciones mutuas donde resulta casi imposible deslindar lo social o lo político, de lo científico.
No implica esto que no tenga importancia el hecho de que el clima terrestre pueda ser alterado por la actividad humana, sino que la transformación de esa posibilidad en un hecho científico universalmente aceptado no sólo depende de la institución científica que supuestamente investiga con objetividad y desapasionamiento, sino también de unos científicos, unos políticos, unas ONGs, unas instituciones y unas personas que manejan el hecho del cambio climático como una variable de poder y de influencia, como un instrumento más al servicio de la política.
Creer o no creer en el cambio climático no posee ninguna importancia objetiva en sí misma. Porque no se cree o descree en función de datos objetivos (que nunca existen), sino en relación con la posición en la que se sitúa el potencial creyente respecto a los científicos, empresas e instituciones que deciden sobre el cambio climático. Los datos científicos se fabrican (que no es lo mismo que inventar), y no puede ser de otro modo, tanto en función de los sistemas de percepción que se habilitan para detectarlos, como de los discursos que se crean para sostenerlos y hacerlos comprensibles. Esto no quiere decir, en absoluto, que los hechos científicos del cambio climático no existan, sino que sólo pueden existir como un compendio de relaciones tecnológicas, burocráticas, instituciones, sociales y pasionales. Nadie puede posicionarse ya al margen del cambio climático, como tampoco podemos obviar a los microbios o los agujeros negros, tanto si individualmente creemos en ellos como si no, porque el terreno de la disputa o de la verdad ya se ha fabricado, la red social de fuerzas y de energía del hecho científico y político del cambio climático ya se ha extendido sobre la actual sociedad, y todos ocupamos ya un nodo en esa red.
Esto se puede percibir así cuando se advierte que los diferentes actores no adoptan sus decisiones y elaboran sus discursos en virtud de una realidad científica universalmente aceptada y transhistórica, sino sobre cómo unos hechos científicos fluctuantes se construyen en relación con los intereses y opciones ideológicas que cada uno defiende en relación con el cambio climático. Es decir, que el hecho científico se construye en ese conflicto en el que las mismas instituciones científicas y los propios científicos están involucrados. Por eso los hechos científicos son tan inconmovibles, tan reales, pero también, y por esta misma razón, sujetos a cambio y a evolución.
Aunque Trump afirme que no existe el cambio climático, él sí cree en él, porque su administración construye todo su discurso político y económico en relación a unas instituciones del cambio climático en las que no puede dejar de creer, ya que sus decisiones las adopta en esa red de poder de la que él mismo forma parte. Pero de igual modo la izquierda y las instituciones de la solidaridad internacional deben afirmar que el cambio climático de signo apocalíptico realmente existe, porque las acciones de solidaridad y justicia que defienden, y las instituciones representativas que fabrican para defenderlas, dependen de ese mismo hecho científico del cambio climático, de cómo su impacto negativo sobre el bienestar y la pobreza exige que ellos estén ahí bien posicionados para declararse y afirmarse como únicos agentes de una solución global que pasa porque ellos mismos se erijan en defensores de las víctimas potenciales del cambio climático.
No seré yo quien niegue que la causa de que un pobre agricultor indio pierda la cosecha se deba a un retraso del Monzón causado por las emisiones históricas de gases de efecto invernadero. Pero en la situación actual, ¿quién podrá poner en duda que el bienestar de esta persona tan injustamente tratada por el cambio climático no deba pasar por organizar una cruzada internacional por la limitación de las emisiones? Y por tanto, en crear toda una mega-estructura institucional tendente a negociar y crear instrumentos económicos, tecnológicos y políticos de gestión y de control, en construir toda una burocracia elitista y angloparlante del cambio climático que represente en los foros de decisión a las víctimas del cambio climático, y por tanto, a justificar políticas y decisiones en defensa de unos sujetos que científicamente se están viendo perjudicados por el cambio climático. Sin embargo, quién sabe si después de haber salvado al mundo de la debacle y con él, a los gestores y promotores del mismo cambio climático, como moraleja siniestra, el pobre agricultor de la India sí va a recuperar su Monzón, pero quizás acabe tan pobre o más que antes, o quizás menos, ¿quién podría afirmarlo?
¿Qué deseamos, salvar al mundo o salvar al mundo del cambio climático? Porque no es la misma cosa salvar el mundo porque sí, que hacerlo por intermedio del cambio climático. Quizás esto les pueda parecer un frívolo ejercicio dialéctico o escolástico. Pero no es así. Porque en este tema del cambio climático, como en tantos otros cortados por el mismo patrón, siempre se fabrica un problema mundial de signo apocalíptico cuya solución depende de una transformación en la que los principales actores precisamente van a ser los agentes que están provocando el problema, y que con el reclamo de que las decisiones se adoptan por el bien de la humanidad, y a través de un turbio juego de polis buenos y malos, acabemos todos aceptando una reglas de juego injustas y no muy democráticas, pero que van a ser las únicas que van a poder salvar al mundo del desastre.
El cambio climático, por tanto, no es sólo el clima y las emisiones de gases de efecto invernadero, sino también esa red de interacciones y de poder que fabrica el terreno de juego en el que hay que pensar, reflexionar, posicionarse, actuar, decidir, e incluso, negarse o abjurar. El verdadero reto no consiste en luchar contra el cambio climático, ni en solucionar este problema global, tampoco en negarlo, sino en superarlo a través de acciones y experiencias en las que podamos conquistar más espacios de libertad y de decisión autónoma al margen o en contra de aquellos que desean representarnos en los grandes debates mundiales sobre el cambio climático. Y en fabricar la otra verdad del cambio climático, la nuestra.
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