La voz humana de Monteverdi

Ayer fue un día muy especial en el Auditorio Nacional de Música, porque Música Ficta nos ofreció una versión de Monteverdi y de la revolución musical que encabezó, absolutamente clarificadora y sentida, coordinada por ese mago de las voces que es Raúl Mallavibarrena. Para entender lo que significó el paso hacia el barroco, y la sustitución del contrapunto renacentista por el nuevo equilibrio madrigalista entre la palabra y la música, nada mejor que haber asistido ayer a este concierto. Sobre todo cuando el grupo encaró un par de motetes de Palestrina, tras haber interpretado esa joya monteverdiana de la Sestina, los seis madrigales en los que el cremonés nos reveló la revolución musical en torno al poema intenso y desgarrado de Agnelli «Lagrime d’amante al sepolcro dell’amata«.

Se dice que durante el Renacimiento el ser humano se convirtió en el centro del Universo. Pero la música culta o seria apenas se enteró de este giro copernicano, porque continuó incidiendo en el contrapunto, en la abstracción celestial y la armonía pitagórica para supeditar la palabra y el mensaje a un juego infuso -y no cabe dudar que sobrecogedor y emotivo- en torno a la pureza de las formas y al formalismo armónico: canto de ángeles.

Pero realmente el abandono del heliocentrismo es algo muy barroco, como barrocos fueron Galileo y no digamos Newton. El padre de Galileo, músico y matemático del círculo florentino, influyo poderosamente sobre Monteverdi y los músicos contemporáneos, y el deseo tan barroco de pintar con los colores de la música los afectos humanos. Frente a las voces angelicales del renacimiento, la voz humana del barroco, que Monteverdi nos muestra no como un nuevo escalón en la ruta del progreso, sino más bien, como el deseo de crear una experiencia artística basada en objetivos diferentes y diríamos que también antagónicos, respecto a los de épocas precedentes. Y creo yo que en este contraste sincrónico que Música Ficta nos ofreció ayer reside la mejor forma de concebir la evolución de los estilos y las formas musicales, como la invención de una serie de tecnologías que sustentadas en las precedentes, las sustituyen porque resultan más adecuadas para expresar un nuevo pathos. Y son estos momentos de transición o revolución, esas épocas otoñales (en palabras de Huizinga) las que nos pueden enseñar a visualizar la historia, las artes y la cultura como algo dinámico que cobra sentido no tanto por la flecha ascendente y necesaria del paso del tiempo, sino por la simple libertad humana de querer que las cosas sean diferentes.

Y adjunto el comienzo de su ópera Orfeo en una versión memorable de J. Savall:

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