Sobre el doping en mis tertulias

Ahora que estoy presentando el “Ensayo sobre las dos ruedas” se suscitan conversaciones en torno a los diferentes temas que se tratan. Pero me llama la atención que el del doping sea el que más controversia o pasión levanta en casi todos los foros. En cierta manera se está convirtiendo en lugar común  la incidencia sobre este tema al que yo tampoco le había concedido excesiva importancia en el ensayo, pero que colma buena parte de los debates. Quizás mi postura al respecto no sea muy ortodoxa, pero en comparación con otras opiniones o reflexiones mías sobre otros temas, tampoco creo que sea demasiado radical o extrema, por lo que deseo analizar este hecho y extraer alguna consideración de interés al respecto. Me parece que la pasión con la que tantas personas lo tratan, denota una singularidad digna de ser analizada.

A pesar de que el deporte se haya convertido en un espectáculo y en una empresa capitalista rentable ligada a los grandes procesos de globalización, muchas personas todavía continúan considerándolo como una actividad pura, natural y ajena al lucro personal y a la utilidad, una visión idílica del deporte que ya defendió el olimpismo con enorme hipocresía, por cierto. Este hecho posee indudables concomitancias con lo que ocurre en el arte, o la cultura, otra auténtica religión de nuestro tiempo que se basa igualmente en un concepto sagrado del arte ajeno a toda utilidad, como un entorno también idílico y casi santo, pero alrededor del cual también se desatan las pasiones y las ansias de enriquecimiento propias del capitalismo más despiadado. Puede afirmarse que del mismo modo a cómo los artistas nos han robado el arte al resto de los humanos, también los deportistas nos han usurpado el deporte, y que en ambos casos la superación del estado de cosas existentes consistiría en convertirnos todos, tanto en artistas, como en deportistas, con una idiosincrasia, en ambos casos, no sólo contraria, sino superadora de la que poseen ahora ambas religiones.

Muchas personas creen en los valores eternos y universales que atesora el deporte. Pero el deporte que realmente existe los contradice en todas sus manifestaciones. Y es en este deporte realmente existente como actividad capitalista de producción, en el que se verifica el doping, como una tecnología de perfeccionamiento del deportista, convertido sin duda en obrero o asalariado de las empresas del deporte, a pesar de la propia integridad física y mental del deportista como persona. El deporte existente no se puede entender sin el doping, el doping resulta inherente a su misma idiosincrasia de competencia y excelencia en el record y el triunfo como marcadores de rentabilidad, en su ansia por contratar a los trabajadores-deportistas más rentables para sus fines de lucro y de poder.

Yo me consideraba un deportista que estaba al margen de todo esto. Como la mayor parte de las personas con las que debato en las presentaciones de mi ensayo. Sin duda, todos nosotros creemos que estamos más cerca de Coubertin y su olimpismo que del espectáculo deportivo, y que cuando fomentamos el deporte y la práctica deportiva en nuestros hijos estamos intentando formarles en unos valores sólidos que consideramos alternativos e incluso mejores que los que fomentan continuamente otras actividades cotidianas menos excelsas o positivas. Pero ¿realmente es así?

Ahora creo que realmente nunca he sido un deportista (porque  ni creo en Coubertin, ni en el deporte que se esconde tras su pantalla), sino una persona que jugaba a ser deportista, que realmente nunca ha hecho deporte, sino que simplemente he tenido experiencias deportivas. Como casi todos mis compañeros, intentamos convivir con nuestros amigos en un simulacro de sacrificio y esfuerzo, y montamos todo un entorno lúdico en el que expresar los elementos deportivos con los que nos sentimos comprometidos y a los que hipócritamente recurren las empresas deportivas para convertirnos en espectadores-consumidores de sus productos deportivos pervertidos. Por esta razón nunca he deseado doparme para mejorar mi rendimiento, sino compartir con mis amigos toda la sabiduría que sobre tecnologías del deporte podríamos utilizar para mejorar y hacer más seguro nuestro gusto por jugar a ser deportistas. Es en este marco del simulacro de competencia ligado al logro de la máxima salud y libertad en el que yo veo como algo enormemente positivo la utilización de todas las tecnologías deportivas, materiales y médicas para hacer que nuestro juego deportivo sea lo más saludable y divertido, empoderador del individuo y de su capacidad para sacarle el máximo partido a nuestro esfuerzo. En este contexto, yo defiendo el doping como salud y seguridad, incluso como una forma de avanzar hacia el cyborg y el transhumanismo. Y por ello no comulgo con la hipocresía y con la pantalla de ocultamiento ideológico que la lucha contra el doping levanta ante nuestras narices.

Hoy en día el deporte es lucro y es competencia, pero no sólo se ha convertido en un producto más del proceso de producción capitalista, sino que el deporte opera también como una forma de adiestramiento, como parte de la ideología hegemónica que todos tendemos a internalizar como parte de nuestra forma de ser y de actuar, sobre todo en el trabajo. Hay que destruir el deporte como también hemos de destrozar el arte, al igual que resulta conveniente luchar contra los artistas, también contra los deportistas. Pero sobre todo, contra las grandes multinacionales y administraciones internacionales del deporte y del arte y de la cultura. Me explico.

Veo a Usain Bolt, por ejemplo. Un icono absoluto del deportista perfecto. Pero este superdotado es un absurdo de la naturaleza. Es un ser deforme, un superespecialista fabricado para desplegar el máximo potencial de velocidad en 100 metros. Y lo mismo ocurre con el resto de atletas, ya sean de halterofilia, salto de altura, maratón, natación o baloncesto. Cada uno especializado morfológica y físicamente para rendir al máximo en su correspondiente especialidad. Los admiramos, su entrega, sacrificio, voluntad y buen rollo. Pero son los máximos representantes del reino de la desigualdad, a pesar de lo que reza la propaganda del deporte oficial, porque ninguno de ellos puede convertirse en modelo de excelencia de una humanidad que ni posee sus genes, ni la capacidad de entrenarse y de doparse desde niños y de forma totalmente traumática en pos de la excelencia, del record, y así convertirse en los más eficaces obreros del capitalismo deportivo.

En fin, cuerpos fuera de lo común, ajenos a la norma, y conseguidos por poseer una genética muy especial y original, a través del sacrificio, del dolor, la renuncia, la técnica y la medicina. Pero que la propaganda nos  presenta como modelos a alcanzar de forma natural, sin doping ni ayudas externas, como si el deporte fuera el reino de la igualdad, como si este deporte fuera pura naturalidad y ética. Sí, ética, porque esta humanidad se inculpa a sí misma por no ser capaz de adecuarse a la norma de la excelencia deportiva y laboral a nivel físico, corporal y mental, ya que quien no logra alcanzar un cuerpo perfecto o hiperespecializado no lo consigue por imposibilidad técnica o menosprecio de la propia norma, sino por pura vaguería, dejadez, porque no posee ni la ética ni la voluntad adecuadas para progresar socialmente y poder alcanzar el éxito: en suma, por su propia culpa, porque tanto el capitalismo como el deporte, nos culpa a nosotros mismos de no ser capaces de alcanzar el éxito. Y nosotros, desgraciadamente, nos lo creemos.

El que la gran mayoría de las personas no podamos alcanzar los modelos de excelencia que el deporte simboliza y preconiza, y que la carrera de cualquier deportista se haya convertido en epítome de la de cualquier trabajador, conforma ese mundo tan especial en el que nos ha tocado vivir y en el que se ha producido la deportivización de tantas facetas de la vida, y en especial, del trabajo Esa alegría en el sufrimiento que el deporte defiende y representa, esa búsqueda del éxito a toda costa, se aviene muy bien con la explotación que ejerce el capitalismo cognitivo sobre el precariado, ya que mientras dura la etapa del trabajo bonito, pero mal pagado, la belleza en el sacrificio en busca de un éxito que sólo unos pocos logran, la mayor parte de la humanidad se deja explotar por esa ilusión del trabajo como deporte, del trabajo como una actividad también lúdica, natural, superflua, inútil y no lucrativa en la que el sacrificio es alegre. Porque el precariado, no lo dudemos, posee la inmensa suerte de ser explotado haciendo lo que le gusta, tal y como hacen los deportistas.

Recordemos que la imagen del deporte amateur que el olimpismo preconiza, de sus valores aristócratas y rancios, sólo podían aplicarlos la gente con dinero y tiempo libre, y que los obreros estaban apartados del tal concepto excelso y, por tanto, tenían que dedicarse a deportes tan soeces, embrutecedores y tan mal pagados como el boxeo, el futbol o el ciclismo, y donde por supuesto, ya se producía el doping, y la destrucción de los cuerpos por mantener el puesto de trabajo y conseguir ese éxito que el empresario deportivo buscaba a través del espectáculo y la explotación del ciclista, por ejemplo. Recordemos lo que el periodista A. London afirmaba sobre los primeros corredores del Tour de Francia, “los forzados de la carretera”, o los forzados del trabajo y del precariado feliz que se autosacrifica en pos de una ilusión y de una actividad que coloca más allá de su propia utilidad.

Esta hipocresía de creer que estamos realizando un deporte-trabajo puro y natural, cuando la realidad nos dice que el deporte y el trabajo son reinos de desigualdad, dolor, explotación y degradación de la salud, es lo que convierte en soportable e incluso deseable, el deporte y el sistema capitalista imperante. Y por tanto, el doping en algo totalmente imprescindible, connatural al sistema de explotación y degradación humana que imperan en el deporte y en el trabajo. Porque si en el deporte el doping se relaciona fundamentalmente con la mejora fisiológica y del rendimiento físico, en cambio, en el mundo del trabajo el doping también se da, porque muchas personas nos estamos dopando para soportarlo anímicamente, y de aquí, la psiquitrialización de la sociedad y el hecho constatado de la gran cantidad de medicamentos neurológicos que se administran desde la más tierna infancia, y la cantidad infinita de síndromes psiquiátricos con los que somos caracterizados, clasificados y medicados. ¿Por qué luchamos con tanto ahínco únicamente contra el doping en el deporte, y no en cambio, contra el mismo doping que humilla nuestros cuerpos de trabajadores explotados?

El ciclismo pone de relieve esta crisis, este conflicto, sobre el que los propios ciclistas debemos reflexionar, tanto para entender nuestro deporte, nuestra actividad lúdica y nuestra movilidad urbana entre el trasiego criminal del tráfico rodado.

Sin el dopaje el deporte no existiría. Pero sin el dopaje tampoco existiría el capitalismo actual.

Por eso yo estoy a favor de la aplicación de todas las tecnologías y de todas las medicinas con el objetivo de lograr la máxima salud, recuperación y mejora del rendimiento, con el objetivo de hacer posible, junto con otras tecnologías del trabajo y de la actividad física, la llegada del reino de la libertad que tantos pensadores, filósofos y activistas políticos han preconizado y defendido, un mundo de abundancia que haga posible el ejercicio de nuestra máxima libertad sin explotación, y sin desigualdad. Contra el capitalismo, y también contra el deporte.

No sé si con estas palabras he dejado más clara mi postura, o en cambio, y afortunadamente, he atizado con más leña el fuego de la controversia.

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